Juntos junto al mar

**Esto fue junto al mar**

“Tienes que descansar, ¿cuánto más vas a trabajar, Valeria? Ya no te pareces a ti misma, ¿dónde está esa mirada ardiente, ese ánimo que contagiabas a todos? Vamos, que te divorciaste de ese… —la madre añadió una palabra poco elegante—, hiciste bien, y no hay por qué sufrir por eso.”

“Mamá, pero si no estoy sufriendo. Ya hace casi un año que me separé, estoy acostumbrada. Además, Martina no me deja aburrirme. Aunque, la verdad, mi Martita parece mayor de lo que es. A veces me sorprende con lo madura que es, y eso que no tiene ni doce. Todo porque se lee tus revistas, esas que compras. Se traga hasta los anuncios”, respondió la hija.

Decidieron escaparse juntas a la playa.

“Exacto, Martina también necesita descansar. Es una cerebrito, saca sobresalientes en el cole, que se relaje un poco. Te propongo que os vayáis las dos a la costa. No hay pasta para balnearios ni paquetes turísticos, pero algo en una casita privada sí que podemos permitirnos. Yo os echo una mano”, insistió la madre.

“Mamá, ¡déjate de historias!”, interrumpió Martina, que había escuchado la conversación. “Además, la abuela nos ayudará. Oye, abuela, ¿por qué no vienes con nosotras?”. La niña sonrió de oreja a oreja. “Mira, mamá, el agua y el sol alimentan a las plantas, las hacen fuertes y resistentes. Pues nosotras también necesitamos cargar pilas, ¿no te parece?”. Claramente, estaba citando algo.

“Dios mío, ¿de dónde sacas eso, Martina?”

“Pues de las revistas de la abuela, ¡qué pregunta! Y bueno, también voy al colegio, por si no te habías dado cuenta”, se rió la niña.

Las vacaciones de Valeria estaban a punto de empezar, y ya tenía claro que se irían a la playa. Al salir de la oficina el último día antes del descanso, se despidió de sus compañeras:

“Chicas, ¡hasta luego! Por fin, playita al horizonte.”

“¡Disfruta, Valeria! A tope con el sol, el mar y, si puede ser, ligando con algún guaperas”, le desearon entre risas.

Comenzaron los preparativos. La maleta se llenó poco a poco. Fueron al centro comercial, compraron bañadores nuevos, shorts… Martina, emocionada, no paraba de canturrear:

“Esto fue junto al mar, ella caminaba por la arena, él la miraba…”

“Hija, ¿de dónde sacas eso? ¿Otra vez con esas ideas?”

“De una revista, mamá.”

“Demasiado pronto para esas lecturas. Habrá que esconderlas”, dijo Valeria.

“Ah, pero mamá, se te olvida internet.”

“Pues también lo quito.”

“Vaya, eso ya es violar mis derechos fundamentales”, se rio Martina.

“Venga, constitucional, recoge tus cosas”, respondió la madre.

“Mamá, Laura me tiene envidia. Dice que ella nunca ha visto el mar.”

“Ya. En su casa las cosas no van bien. Su madre está enferma, no tienen padre… Es duro”, suspiró Valeria. “Ojalá Laura tenga suerte en la vida y algún día pueda venir aquí con su madre.”

“Sí, pero quién sabe cuándo será”, murmuró Martina, también apenada.

La noche antes de partir, estaban sentadas en el sofá hablando de la playa cuando Martina soltó de repente:

“Mamá, ¿y si encuentras al amor de tu vida allí?”

“¿Cómo?” Valeria casi se cayó del sofá.

“Bueno, ya sabes, el hombre de tus sueños. Como dicen en esa canción: ‘Esto fue junto al mar, donde la espuma es encaje…’ ¡Pues de esa espuma saldrá tu príncipe!”

“Martina, ¿en qué cabeza cabe eso? ¡Ni se te ocurra!” Valeria levantó las manos, exasperada.

“Bueno, bueno, me voy a dormir”, dijo la niña, escurriéndose hacia su habitación.

El viaje en tren duró todo un día. Valeria y Martina no paraban de mirar por la ventana, disfrutando del paisaje. Hacía cuatro años que no iban a la playa, y la emoción las desbordaba.

Llegaron a la estación al atardecer y se instalaron en una casita de alquiler. La dueña les advirtió:

“Aquí está vuestra parte, chicas. La otra mitad la ocupa un chico, Javier. Muy educado, no tendréis problema.”

“Pues qué más nos da”, pensó Valeria, y se pusieron a deshacer las maletas.

“Mamá, vamos a la playa”, insistió Martina. “Luego ordenamos, ¡quiero mojarme los pies!”

A Valeria también le apetecía. Además, no estaba lejos: al salir por la puerta, ya se veía el mar.

“Vale, al atardecer no hace tanto calor. Y así no nos quemamos.”

“¡Mamá, es precioso!”, gritó Martina, quitándose las chanclas y corriendo hacia el agua. Se sumergió, riendo, salió, se quitó los shorts y la camiseta, y volvió a zambullirse. Las olas rompían suavemente en la orilla, una y otra vez. Valeria observó que, efectivamente, la espuma del mar era como encaje.

Regresaron de noche, felices. En la terraza, un hombre atractivo bebía una cerveza tranquilamente. Al pasar, Martina soltó:

“La cerveza contiene toxinas y hasta metales pesados…”

“¡Hola, buenas noches!”, dijo él, sorprendido. “¿De dónde sacas esos conocimientos tan profundos?”

“Buenas noches”, saludaron madre e hija al unísono. Martina añadió, orgullosa: “Hay que leer más y culturizarse”. Y desapareció en su habitación, seguida por Valeria.

Javier se sonrió: “Pensaba que iba a aburrirme. Pero con semejante vecina, no hay quien se duerma”.

Al día siguiente, Valeria propuso:

“¿Y si hoy hacemos una excursión? Luego, al atardecer, vamos a la playa. Ya tendremos tiempo de achicharrarnos al sol.”

“¡Sí, mamá! Quiero explorar. A ver qué hay por aquí.”

Por la tarde, se dirigieron a la playa. Había menos gente. Pronto vieron a Javier, tumbado en una hamaca con gafas de sol, mirando al horizonte.

“Mamá, mira, nuestro vecino”, susurró Martina, dándole un codazo.

Se acercaron, y Javier las saludó:

“Buenas tardes. Yo soy Javier, ¿y vosotras?”

“Yo Martina, y ella es mi madre, Valeria”, contestó la niña antes de que su madre pudiera abrir la boca.

“Encantado. Veo que os gusta venir a esta hora.”

“Sí, bueno, nos va bien así”, contestó Valeria, quitándose el pareo y entrando al agua.

Javier las observó. Él ya había nadado suficiente. Cuando salieron, Martina dijo:

“Mamá, quiero una granada”, sacando una de la bolsa.

“Cariño, no tenemos cuchillo”, respondió Valeria. “Espera a llegar a casa.”

Pero Martina ya se acercó a Javier.

“¿Nos ayuda, por favor?”

“Con gusto”, sonrió él.

Entonces, Martina recitó con solemnidad:

“Fue tan sencillo, fue tan bonito, la reina pidió partir la granada, dio la mitad, y al paje enamoró…”

“Vaya, ¿conoces los versos de Juan Ramón Jiménez?”

“Claro”, sonrió Martina. “Tome, para usted.”

“Gracias”, respondió Javier.

Resultó que eran de la misma ciudad.

De vuelta a casa, iban los tres

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Juntos junto al mar