**Diario de un hombre**
—Tienes que descansar, ¿cuánto más vas a trabajar, Valeria? No te pareces a ti misma, ¿dónde está esa mirada ardiente, esa alegría que contagiabas a todos? Ya te divorciaste de ese… —mi madre añadió una palabra poco elegante—, hiciste bien, no hay por qué sufrir.
—Mamá, no estoy sufriendo. Hace casi un año que me divorcié, ya me acostumbré. Además, mi hija no me deja aburrirme. Mi pequeña Lucía es madura para su edad, no tiene ni doce años y ya me sorprende. Todo porque le encanta leer tus revistas, las que compras. Las devora todas —dijo mi hija.
Decidimos escapar al mar.
—Exacto, Lucía también necesita descansar. Es una niña brillante, saca sobresalientes en el colegio. Propongo que vayas con ella a la costa. No tenemos para resorts ni paquetes turísticos, pero podemos alojarnos en una casa particular. Yo os echo una mano —insistió mi madre.
—Mamá, acepta —interrumpió Lucía—. Además, la abuela nos ayudará. ¿O quizá vienes con nosotras, abuela? —dijo alegre—. El agua y el sol alimentan las plantas, las hacen fuertes. Nosotras también recargaremos energías —citó a alguien, claramente.
—Dios mío, ¿de dónde sacas eso, Lucía?
—Leo, ¿no? De las revistas de la abuela. Y además, voy al colegio, por si no te habías dado cuenta —se rió.
Mis vacaciones estaban cerca. Tras mi último día de trabajo, me despedí de mis compañeras:
—Chicas, hasta luego. ¡Por fin descanso!
—Disfruta, Valeria. Toma el sol, nada y encuentra a algún guapo —me desearon entre risas.
Preparamos las maletas. Fuimos al centro comercial y compramos bañadores y pantalones cortos. Lucía canturreaba:
—*Fue junto al mar, ella caminaba por la arena, él la miraba…*
—Hija, ¿de dónde sacas eso?
—De una revista, mamá.
—Demasiado pronto para eso. Habrá que tirarlas.
—Pero si también está internet.
—Pues lo desconecto.
—Eso ya es violar mis derechos —se rió.
—Pues, señora persona, recoge tus cosas.
—Mamá, a Claudia le da envidia. Nunca ha visto el mar.
—Lo entiendo. Su madre es discapacitada, no tienen padre… Es difícil para ellas —dije con tristeza—. Quizá cuando Claudia crezca, las cosas mejoren.
—Sí, pero ¿cuándo será eso? —susurró Lucía.
La noche antes de partir, hablamos sobre el viaje. De pronto, Lucía soltó:
—Mamá, ¿y si encuentras al amor de tu vida allí?
—¿Qué? —casi me caigo del sofá.
—Bueno, tu media naranja. Como dice aquello: *Fue junto al mar, donde la espuma es encaje…* De esa espuma saldrá tu príncipe.
—Lucía, ¿en qué piensas? ¡Ni se te ocurra!
—Bueno, bueno, me voy a dormir —dijo, escapando a su habitación.
Viajamos en tren, un trayecto de un día. Lucía y yo disfrutamos del paisaje. Hacía cuatro años que no íbamos a la playa.
Llegamos a la estación al atardecer. La dueña de la casa nos advirtió:
—Aquí está vuestra parte. La otra la ocupa un chico, Daniel. Muy educado.
—¿Y a nosotras qué? —pensé, instalándonos.
—Mamá, vamos al mar —pidió Lucía—. Luego ordenamos.
Accedí. El mar estaba cerca. La brisa era fresca, el sol ya no quemaba.
—¡Qué belleza! —gritó Lucía, corriendo hacia el agua.
Las olas mecían la orilla. Noté que la espuma, efectivamente, parecía encaje.
De regreso, vimos a Daniel en la terraza, con una cerveza.
—La cerveza tiene toxinas y metales pesados —soltó Lucía.
—Buenas tardes —dijo él, sorprendido—. ¿De dónde tanto conocimiento?
—Hay que leer —respondió orgullosa, entrando en casa.
Daniel sonrió:
—Con esta vecina, no me aburriré.
Al día siguiente, propuse una excursión. Por la tarde, volvimos a la playa. Allí estaba Daniel, con gafas de sol.
—Hola, soy Daniel. ¿Sus nombres?
—Yo soy Lucía, y ella es mi madre, Valeria.
—Me encanta que vengáis al mar al atardecer.
—Es casualidad —dije, entrando al agua.
Daniel nos observó. Después, Lucía quiso comer una granada.
—No tenemos cuchillo —le dije.
Ella se acercó a Daniel.
—¿Nos ayuda?
—Con gusto.
Entonces, Lucía recitó:
—*Fue muy sencillo, fue muy tierno, la reina pidió partir la granada, dio la mitad, y al paje enamoró…*
—Vaya, ¿conoces a Lorca? —preguntó Daniel.
—Claro —sonrió—. Tome.
Resultó que éramos de la misma ciudad.
Esa noche, Lucía susurró:
—Mamá, es el destino.
—¿El qué?
—Daniel no te quitaba los ojos.
—Lucía, deja de inventar.
Pero al dormir, pensé: *Un niño es lo más importante, pero un hombro firme también hace falta…*
Los días siguientes fueron maravillosos. Paseamos, comimos helados. Una noche, Daniel y yo hablamos en la terraza.
—Valeria, me encanta estar con vosotras. Lucía es increíble, tan culta para su edad.
—Siempre está leyendo —sonreí.
Él tomó mis manos. No las retiré. Hasta que Lucía apareció:
—*Fue junto al mar, donde la espuma es encaje…*
—¿Por qué no duermes?
—Tenía sed —dijo, desapareciendo.
Las vacaciones terminaron, pero nuestra historia no. Ahora vivimos juntos, y hasta tenemos un hijo, al que Lucía bautizó como Mateo.
**Lección:** A veces, el destino te encuentra donde menos lo esperas, incluso entre la espuma del mar.