17 de noviembre de 2025
Hoy he recogido mis cosas y me he marchado con la tranquilidad de quien lleva la paz bajo el brazo. Así lo ha sellado mi mujer, sin más ceremonias.
No me interesan tus movidas, Víctor. Ya está todo claro. Empaca tus euros y vete a la cuarta cara del mundo, sea a la casa de la ex o a la de la actual. me ha dicho Lara, mientras cerraba la puerta de nuestro piso en el centro de Madrid.
¿Y vete cómo? ¿Y Koldo? he protestado.
¿Te has acordado de Koldo? Menos mal Deberías haber pensado en él antes, cuando en vez de trabajar o ayudarme con el niño corrías de aquí para allá, y no ahora, recordando a Koldo cuando te apetece.
¡Vaya, Lara! ¿Por qué tan triste? ha soltado mi hermano, abriendo la puerta de la casa de los padres.
Sergio llegó de vacaciones el viernes pasado, y al oír los gritos de los niños que se colaban desde el fondo del apartamento, ya había dejado el suelo reluciente como en una buena limpieza.
¡Tía Lara, hola! ha corrido a la entrada la hija de Sergio, Leocadia, para ver quién era el recién llegado.
Los gritos no cesaban.
¿Quién está ahí gritando? preguntó Leocadia.
Es Pablo y Miguel compartiendo sus juguetes. Son tan pequeños suspiró la niña de cinco años, cruzando los brazos sobre el pecho ¿Trajiste algo rico?
Sí, pero la abuela te lo dará después. Primero la sopa, luego los dulces, como dice la regla.
Ya lo sé, ya lo sé, con ustedes uno se olvida volvió a suspirar Leocadia y se internó de nuevo en la habitación.
Los gemelos, Pablo y Miguel, finalmente dejaron de pelearse y decidieron entre ellos qué jugar, sin acabar con el otro bajo el sofá.
¿Qué te pasa? me preguntó Sergio, que había estado observando en silencio la conversación entre mi hijastra y mi hermana.
No lo sé, respondió Lara, dejando su bolso sobre la mesa y empezando a quitarse los zapatos. Siento que Víctor me está engañando. Él dice que tengo paranoia y que debería ir al médico, pero
Vayamos a la cocina y cuéntame todo.
Lara asintió, se desnudó de sus abrigos y se dirigió al pequeño cubículo de la cocina. Yo puse a hervir la tetera mientras ella, con la voz cansada, empezó a relatar su historia.
Nos conocimos hace cinco años. En su anterior matrimonio no pudo tener hijos; después de separarse de su ex, Valentina, se quedaron amigos. Esa amistad, poco a poco, se volvió una carga para Lara.
Él está siempre escribiendo a Valentina antes de dormir, ¿lo ves? Yo estoy al lado, el niño duerme en la habitación de al lado, y él se sienta a chatear con ella.
Cuando lo encontraba, corría a saludarla y, últimamente, se retrasa mucho en el trabajo. Yo le echo la bronca por lo difícil que es cargar con el niño sola, mientras él solo murmura sobre sus informes. Además, ahora me dice que es muy fácil trabajar desde casa, como si eso significara que no hago nada y aun así me paga.
¿Has intentado vigilar su móvil? le pregunté.
¡No! tembló Lara. Eso ya no es nada humano, y si estoy inventándome todo, ¿cómo quedará eso?
En ese momento, la voz de Julia, la esposa de Sergio, resonó detrás de mí. Había escuchado gran parte del desahogo de Lara y, sin más preámbulo, dejó su móvil sobre la mesa con la conversación abierta.
¿Qué es esto?
Es un chat con el padre de Leocadia, Víctor. Léelo.
No hay nada que leer. En un mes solo ha habido tres mensajes y todos hablan de cuándo recogerá a Leocadia, qué le comprará y cuándo la llevará de vuelta.
No, también hay una tarjeta de felicitación del Día de la Madre y mi propio mensaje de cumpleaños. protestó Julia con aire teatral. Mira, también nos separamos en buenos términos. Tenemos una hija en común y él sigue participando activamente en su educación, no solo paga pensión. Si yo, antes de acostarme, estuviera hablando con Víctor en vez de con Sergio, ya tendría los papeles del divorcio sin excusar nada como paranoia.
¿Y si resulta que no hay nada? tembló Lara. ¿Cómo me verá la gente? ¿Y si arruina nuestro matrimonio?
¡Ay, Dios! suspiró Sergio, llevándose una mano al rostro.
Tengo una idea dijo Julia después de meditar unos segundos.
¿Cuál?
Que le preguntes a su jefe cuánto más va a durar ese extra trabajo, pero hazlo con tacto, como si le estuvieras pidiendo un favor por su salud.
Lara, que conocía al jefe de Víctor, el señor Alfonso Méndez, decidió seguir el consejo. No le costó mucho iniciar la conversación; él mismo le preguntó cómo estaba y ella, con una frase que se le escapó de la boca, giró el tema:
Pues mire, Alfonso, mi marido pasa tantas horas en la oficina que ya no tengo vida ni personal ni social; estoy atada al niño y al hospital.
¿Quién lo retiene hasta tan tarde? mostró sorpresa Alfonso. Víctor, al contrario, ya pide salir a las cuatro para ayudarme con el niño y con el médico.
No me parece bien, replicó Lara. ¿Podría llamarle a Víctor y preguntarle a qué hora piensa volver?
Lara marcó a Víctor y, con la voz más normal del mundo, le preguntó a qué hora llegaría a casa.
Quizá puedas salir antes y llevar a Koldo al parque mientras yo ordeno la casa.
Lara, ahora mismo no tengo tiempo para parques; tengo un proyecto importante y el jefe me ha sobrecargado como si fuera un lobo.
Me he visto amenazado con el despido si sigo reclamando un trato justo.
¿Me amenazaste con el despido? exclamó Víctor, sin poder contenerse. ¿A quién le importan mis problemas? Mañana lo solucionaremos
Ya veremos lo que haré le respondió Lara.
Colgamos. Víctor no volvió a casa esa noche; solo apareció a la mañana siguiente.
Mira, tengo algo que decir empezó él.
No me importan tus cosas, Víctor. Ya está todo claro. Empaca tus euros y vete a la cuarta cara del mundo, sea a la casa de la ex o a la de la actual.
¿Y vete cómo? ¿Y Koldo?
¿Te acuerdas de Koldo? Menos mal Deberías haber pensado en él antes, cuando en vez de trabajar o ayudarme con el niño te lanzabas de aquí para allá, y no ahora, recordando a Koldo cuando te apetece.
Pero yo
Recogí mis cosas y me fui en paz, concluyó Lara.
Después del almuerzo, me llamó mi suegra, no para reconciliarme con la segunda esposa, sino para alegrarme con la noticia del embarazo de la primera, Valentina, con quien Víctor se había separado en buenos términos y, pese a todo, habían mantenido una amistad tan estrecha que ahora una bebé estaba en camino, un hecho que en su momento había destrozado su matrimonio.
¿Sabes qué? Me alegra que todo haya acabado así. Valentina siempre me gustó, y tú y tu hijo indisciplinado Lara colgó el teléfono sin oír el resto.
En ese instante todo me importó menos: el marido, su ex, su futura esposa, todo quedó como páginas leídas que uno vuelve a pasar y olvida, como si nunca hubieran existido. Pero esas páginas no se dieron la vuelta y, tres años después, cuando Koldo ya estaba en la escuela, volvieron a recordarme que los asuntos del pasado nunca desaparecen del todo.







