La historia de Jorge y Sofía: un giro inesperado del destino
Lucía se quedó embarazada. Su marido, Jorge, no se separó de ella ni un solo día durante todo el embarazo. Cumplía todos sus caprichos y deseos sin rechistar. Finalmente llegó el gran día, y Jorge llevó a Lucía al hospital. Cuando nació una preciosa niña sana, él suspiró aliviado. Contento y radiante, el recién estrenado papá se fue a casa a descansar. Al día siguiente, volvió al hospital para ver a su mujer y a su hija.
Su esposa no está le soltaron de repente.
¡No puede ser! se negó a creerlo Jorge. ¿Seguro que no ha salido a dar una vuelta? ¡Búsquenla, por favor!
No, se ha ido. Aquí dejó esta nota dijo la enfermera, entregándole un papel doblado.
Jorge lo abrió y palideció al leerlo.
Jorge, el jefe de ventas, era soltero, así que cuando vio a Lucía, joven y hermosa, en su primer día de trabajo, se enamoró al instante.
Buenos días, compañera le dijo con una sonrisa tan cálida que Lucía no pudo evitar sostenerle la mirada.
Buenos días respondió ella con dulzura, devolviéndole el gesto.
Pues manos a la obra. Te pondrá al día Marta, la más veterana del equipo señaló a una compañera. Échale un vistazo al manual y mucha suerte. Espero que colaboremos bien.
Las compañeras, casi todas mujeres, miraron con curiosidad a su jefe. En cuanto salió, Marta susurró:
¿Desde cuándo Jorge se interesa tanto por las nuevas? y ambas soltaron una carcajada.
Lucía, de solo veintidós años pero con más experiencia en romper corazones que en currículums, ya había dejado un reguero de matrimonios rotos. Hasta había liado con un profesor en la universidad, aunque él recapacitó cuando los rumores llegaron a oídos de su mujer.
Con el tiempo, Jorge la invitó a tomar algo después del trabajo.
¿Por qué no? Eres mi jefe, y con los jefes hay que llevarse bien respondió ella con una sonrisa tan inocente que él dudó si era broma. Pero aceptó, y Jorge, de treinta años y sin haber pisado nunca el altar, cayó rendido. Se enamoró, empezaron a salir, y los compañeros se quedaron de piedra cuando anunciaron su boda.
Jorge cumplía todos sus caprichos, incluso aceptó su condición:
Nada de niños por ahora. Quiero vivir para mí. Cuando esté lista, te lo diré. De momento, ni pañales ni bodys, cariño.
Él pensó que con el tiempo cambiaría de opinión, pero Lucía no quería ni oír hablar del tema. Hasta que un día, salió del baño con una prueba de embarazo en la mano, deshecha en lágrimas.
¿Estás embarazada? preguntó él, emocionado.
Ella asintió. Él la levantó en brazos, pero ella lloraba sin consuelo.
No quiero tener un bebé, no quiero engordar. ¡Tienes que hacer algo!
Jorge la abrazó, besando sus mejillas mojadas.
No llores, cariño, esto es una bendición. ¡Te quiero tanto!
Pero Lucía estaba decidida a abortar. Él llegó justo a tiempo al hospital y, tras una discusión, la convenció de seguir adelante. Aceptó, con una condición: nada de pañales ni noches en vela.
Jorge no se separó de ella en todo el embarazo. Cuando nació su hija, suspiró aliviado. Al día siguiente, fue al hospital y le dijeron:
Su mujer se ha ido. Dejó a la niña.
¡No puede ser! gritó él.
La enfermera le entregó una nota doblada: *No me busques*.
Lucía desapareció. Ni en el trabajo ni en casa. Cambió de número. Meses después, llamó:
Recoge mis cosas. Mi primo Arturo pasará a buscarlas. Divórciate tú, yo no apareceré.
Ni una palabra sobre la niña. Jorge se convirtió en madre y padre de Alina, con la ayuda de su madre.
Un día, Sofía recibió una llamada del colegio de su hijo Daniel, de ocho años. Al llegar, lo encontró con Alina, una compañera, y un hombre.
¡Él me empujó! decía Alina.
¡Ella me insultó! replicó Daniel.
Sofía y Jorge, los padres, se miraron y se echaron a reír.
¿Una pizza para celebrar la paz? propuso Jorge.
Los niños se hicieron amigos, y los adultos, algo más. Con el tiempo, Sofía quedó embarazada, y Daniel y Alina ya tenían un nombre para el bebé: Bruno.
Y así, de un malentendido infantil, nació una nueva familia. Como dice el refrán: *No hay mal que por bien no venga*.