Invitados inesperados: Cuando la visita no es bienvenida

**Visitantes inesperados**

El teléfono despertó a Lucía a las cinco de la mañana. La llamada venía de un número desconocido.

¿Sí? dijo secamente.

¿Lucita? se escuchó una voz femenina fuerte y alegre. ¿Eres tú?

Sí respondió Lucía con indiferencia.

Soy yo continuó la mujer con entusiasmo. ¿Me reconoces?

Sí, te reconozco mintió Lucía por educación, aunque no tenía idea de quién era.

Sabía que me reconocerías al instante siguió la mujer, contenta. ¡Qué bien que te encontré! ¿Puedes hablar ahora?

Puedo.

Perfecto. Mi marido, los niños y yo ya estamos en la estación. Llegamos hace una hora. ¿Me oyes bien?

Sí.

Hablas bajito. ¿Seguro que estás bien, Lucita?

Todo está bien.

Me alegro mucho. Al principio pensábamos quedarnos en un hotel. Creíamos que no teníamos familia aquí. Pero luego recordamos que tú vives en esta ciudad. ¿Entiendes?

Entiendo.

Qué suerte que nos acordamos de ti. No te imaginas lo felices que nos pusimos, sobre todo los niños.

Me lo imagino.

Y mi marido dijo enseguida: «Llama a Lucía. Ella no te fallará».

Tiene razón. No te fallaré.

Entonces ¿nos dejas quedarnos en tu casa? ¿Lo he entendido bien?

Sí. Pueden quedarse.

No será por mucho tiempo añadió la mujer, animada. Solo un par de semanas. Para conocer la ciudad y luego volver a casa. Porque, como dice el refrán, «casa donde me quieren, aunque sea chica me tienen». ¿Verdad?

Sí.

Lo sabía. Sobre todo mi marido. Dijo que era imposible que Lucía nos cerrara la puerta. Al fin y al cabo, somos familia. Aunque sea lejana, aunque no nos veamos desde hace diez años, pero somos familia. ¿No?

Sí.

¿Vives sola ahora?

Sola.

¿En un piso de tres habitaciones?

Sí.

Entonces ¿vamos para allá?

Vengan.

Llegamos en una hora. ¿Sigues viviendo en el mismo sitio?

Sí.

Pues espéranos. Ya falta poco.

Los espero.

Lucía colgó, dejó el móvil en la mesilla, se dio la vuelta, se tapó la cabeza con la manta y se durmió, sin preocuparse demasiado por no haber descubierto quién le acababa de llamar.

Una hora después, sonó el timbre. Lucía miró el reloj, cerró los ojos y se giró. El teléfono volvió a sonar. Ella seguía dormida.

Pasado un rato, empezaron a golpear la puerta. Lucía ni se inmutó. Finalmente, el móvil sonó de nuevo.

¿Sí? dijo, sin abrir los ojos.

¿Lucita? exclamó la misma voz alegre.

Sí.

Somos nosotros. Ya estamos aquí. Estamos llamando y golpeando, pero no abres.

¿Están llamando?

Sí.

¿Por qué no los oigo?

No lo sé.

Vuelvan a llamar.

El timbre sonó de nuevo en el piso.

Estamos llamando dijo la mujer.

No respondió Lucía, no los oigo. Ahora golpeen.

Golpearon la puerta.

Estamos golpeando dijo la mujer.

No contestó Lucía, no escucho nada.

Creo que me he confundido dijo la mujer.

¿Qué? preguntó Lucía.

¿Dónde estás ahora, Lucita?

¿Qué quieres decir con dónde? En casa.

¿Dónde en casa?

En Zamora respondió Lucía con lo primero que se le ocurrió. ¿Dónde iba a estar?

¿Cómo que en Zamora? ¿Por qué no en Madrid?

Me mudé hace nueve años. Justo después del divorcio.

¿Por qué?

¿Por qué me divorcié?

No, ¿por qué te mudaste?

Estaba harta de Madrid. Demasiados malos recuerdos.

¿Y en Zamora es mejor?

Claro. Mucho mejor.

¿Qué hay mejor?

Todo. Todo lo que hago. Y ningún mal recuerdo. Pero, ¿para qué te cuento? Vengan y compruébenlo ustedes. ¿Cuántos son?

Cuatro. Mi marido, los dos niños y yo. El mayor es Javier, y el pequeño, Adrián. Adrián quiere entrar en la universidad por tercera vez este año.

Pues vengan los cuatro. Aquí también hay una universidad estupenda.

¿Cuándo podemos ir?

Cuando quieran. Incluso ahora.

Ahora no podemos. Tengo muchos asuntos pendientes en Madrid. Adrián solo quiere estudiar allí. Y vinimos para buscar trabajo. Pensábamos vivir contigo un año. Pero mira cómo ha salido todo.

¿Entonces no vienen hoy?

No.

Qué pena. Ya me había ilusionado.

Nosotros también lo sentimos. No te imaginas cuánto.

Sí me lo imagino.

No, no te lo imaginas. Cuando pienso en lo que nos espera, hasta me dan ganas de no vivir.

Lucía decidió que era hora de terminar la conversación.

Bueno dijo, si no pueden ahora, vengan cuando puedan. Siempre serán bienvenidos. Y cuando se instalen en Madrid, dime tu dirección. Iré a visitarlos. También un par de semanas. Ya veremos. Total, ahora no tengo a nadie en Madrid excepto a ustedes. ¿Quedamos así? ¿Me mandarás tu dirección?

Pero Lucía no escuchó respuesta, porque la llamada se cortó de repente.

Rate article
MagistrUm
Invitados inesperados: Cuando la visita no es bienvenida