“Intercambiemos nuestras casas. ¿Para qué necesitas un piso de tres habitaciones?”, explicó un vecino.

¿Y si cambiamos de piso? dijo el vecino, casi como si estuviera anunciando el sorteo de la lotería. ¿Para qué necesitas una vivienda de tres habitaciones? añadió, cruzando los brazos como si ya hubiera ganado el premio.

Yo y mi hija, Lucía, vivimos en un bonito piso que heredé de mi madre. Es de tres habitaciones, cada una independiente y sin pasillos internos que las conecten.

Hay un recibidor espacioso, el aseo y el baño son separados, la cocina es pequeña pero se abre a un balcón enorme. Cada una tiene su habitación y, de paso, una salón bastante amplio. Estamos encantados y, sinceramente, no tenemos planes de mudarnos pronto.

La historia siguió su curso. Un día, mientras bajaba la escalera del edificio, el vecino del tercer piso, Antonio, se me acercó como si ya hubiéramos llegado a un acuerdo sin haber dicho una palabra. Me corrigió de buen grado:

¿Sabes? pensé que diría, viven tú y tu hija en el mismo piso, ¿no? Entonces, ¿por qué no te mudas a mi piso y yo al tuyo? Tengo dos habitaciones, ¡bastan para ti! ¿Para qué necesitas tres? Piensa, dos habitaciones son suficiente para dos personas. Y no te preocupes por el tamaño; ¡hay sitio de sobra! Llevamos tiempo buscando un piso más grande, pero las ofertas no dan mucha esperanza. El tuyo sería perfecto, y claro, pagaremos más.

Escuché a Antonio con la mayor atención posible, como quien espera el final de una serie. Lo interrumpí justo cuando empezaba a hablar de cómo nos llevaríamos bien. Incluso me pregunté si ya había decidido todo por mí y mi hija, y solo faltaba que nos mudáramos a su diminuto apartamento. ¡Qué maravilla!

Me parece una broma replicó Lucía, sin perder la sonrisa. Y si hablas en serio, ¿de dónde sacas la idea de que queremos mudarnos a un piso más pequeño? ¿Crees que voy a dejar mi amplio piso por una vivienda que parece una lata de conserva? Si alguna vez intercambio mi tres habitaciones, no será por una cosa así. ¿Y eso de suficiente para dos? No tengo intención de cambiar.

Antonio comenzó a murmurar, como quien recita un poema que no entiende del todo: Solo queremos lo mejor, que todos estén contentos. Tú en nuestro piso, nosotros en el vuestro. No sabéis lo que es bueno para vosotros.

Seguimos viviendo en nuestro piso. Antonio y su familia ya no nos saludan en el pasillo; parece que mi negativa los ha ofendido profundamente. Y aquí seguimos, disfrutando de nuestro balcón y del espacio que tanto nos gusta.

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“Intercambiemos nuestras casas. ¿Para qué necesitas un piso de tres habitaciones?”, explicó un vecino.