Inquilinos Inesperados y Felicidad en la Casa de Campo

**Diario de un renacer inesperado**

Tras la muerte de Carmen, Vicente Álvarez sintió que su hogar se había quedado vacío para siempre. Su hija Lucía vivía con su familia en otra ciudad y apenas lo visitaba. Las tardes transcurrían en silencio, contemplando fotos de una vida pasada, feliz. Hasta que, un día, Lucía llamó y, entre preguntas sobre su salud, habló de su soledad. Él pensó que tal vez vendrían de visita. Pero no. Ella le propuso alquilar una habitación: un chico, hermano de una amiga suya, se había quedado sin casa tras un divorcio.

Así llegó Pablo a la vida de Vicente. Al principio, parecía callado, educado. Pagaba puntual, comía poco e incluso le invitaba a café. A veces veían la televisión juntos, charlaban. Pero después… todo cambió.

Una noche, Pablo llegó con dos amigos que olían a alcohol. Gritaban, fumaban y se reían hasta tarde. Lo repitieron varias veces. Vicente intentó hablar con él, pero la respuesta fue: «Pago. En el contrato no dice que no pueda traer amigos». Luego apareció Sofía, la chica de Pablo. Primero de visita, después durmiendo allí. Pablo empezó a insinuar que querían cambiar de habitación. Vicente se resistió, pero al final cedió.

Una mañana, Sofía le sirvió un tortilla y lo invitó a desayunar. Pablo, con dulzura, le dijo: «Nos quedaremos un tiempo. Trabajamos cerca, y usted es buena gente. No traeremos más amigos». Sofía añadió: «¿Y si se va al pueblo? Mi tía tiene una casa en Valverde. Gratis, solo hay que cuidarla». Al principio, a Vicente le dolió, pero acabó aceptando: «Mejor el campo que vivir aquí como en una pensión».

La casa era humilde pero acogedora. Limpió, arregló la chimenea con la ayuda de Javier, un vecino alegre y trabajador que le enseñó todo y lo invitó a pescar. En primavera llegó Antonia, la dueña de la casa, con comida y ganas de charlar. Vicente le preparó una sopa de pescado y Javier se unió a la mesa. Así empezó todo. Cada fin de semana, Antonia aparecía por allí. Hasta que un día, todo dio un giro.

Cuando Vicente y Antonia volvieron a la ciudad para hablar con los inquilinos, Sofía les abrió la puerta… con una tripa pronunciada. «Pablo y yo nos hemos casado», anunció. Antonia, mirando a Vicente, respondió: «Mudémonos a mi piso, y nosotros aquí». Pablo no entendió, pero Vicente añadió: «Nosotros también queremos casarnos. A nosotros también nos gusta el calor».

Poco después nació un niño. Antonia se jubiló, ayudaba con el pequeño, y en su tiempo libre, junto a Vicente, escapaban al pueblo. Arreglaron la casa, esperando a los nietos. Javier hizo una cuna para el bebé. Así, de un alquiler incómodo, nació una familia. La vida a veces teje caminos inesperados… si no cierras el corazón.

Rate article
MagistrUm
Inquilinos Inesperados y Felicidad en la Casa de Campo