El impacto fue atronador: ¡descubrió que estaba embarazada y me abandonó como un cobarde patético!
Me llamo Claudia Sánchez, tengo 20 años y vivo en un pequeño pueblo de Asturias, donde las nubes grises se ocultan entre los bosques y los embalses. Dudé mucho en escribirles, pero al leer las confesiones de otras chicas, me animé a expresar mi dolor. Mi historia es una herida que no sana, una sombra que me persigue, envenenando cada día de mi juventud.
Todo comenzó cuando tenía 15 años. Me enamoré de un chico, Álvaro; era tan guapo que parecía un héroe de ensueño. Sus ojos, su sonrisa… todas las chicas del colegio suspiraban por él en secreto. No podía creer mi suerte cuando una amiga me susurró que él quería verme. “¿En serio?”, pregunté, con el corazón latiendo como un pájaro enjaulado. Acepté sin dudarlo. En nuestro primer encuentro, me regaló una rosa roja, que aún guardo seca entre las páginas de un libro viejo. Aquella noche fue como un cuento de hadas: su voz, su calor… me perdí en ello, sin darme cuenta de que caía en el abismo.
Me entregué a él, y fue mi error fatal. Pronto supe que estaba embarazada. Mi mundo se vino abajo. Cuando mis padres lo supieron, me miraron como a una extraña: mi padre permaneció en silencio, con los puños apretados, mientras mi madre lloraba como si hubiera muerto. Estaba aterrada, atrapada en una situación sin salida. Y él, Álvaro, mi hermoso príncipe, me dejó como un cobarde. Al enterarse del bebé, palideció, murmuró algo incomprensible y desapareció, esfumándose como si nunca hubiera existido. Me quedé sola con ese miedo, esa vergüenza, ese peso que aplastó mi juventud.
En casa reinó un silencio más aterrador que los gritos. Mis padres se distanciaron, atrapados en su decepción, y yo no sabía a dónde ir. Al final, con el consentimiento de mi madre, aborté. Aquello fue un infierno: dolor, lágrimas, vacío. Después, me encerré en mí misma, como en un ataúd. El impacto fue tan grande que no pude mirar a otro chico durante años. Desde entonces, no he tenido a nadie: ni citas, ni el menor asomo de sentimiento. El amor se convirtió en veneno, el sexo en una pesadilla que me hace despertar bañada en sudor frío. Temo volver a quedarme embarazada, temo que si ocurre tendré que dar a luz, y ese miedo me ha congelado.
Me perdí a mí misma. Mi alma es como un violín roto, que solo toca melodías tristes, en sintonía con mi melancolía. Vivo en soledad, en una tristeza perpetua donde no hay lugar para la alegría. El sol para mí se ha apagado, las sonrisas me resultan ajenas y mi sombra es un espectro vigilando cada paso que doy. He olvidado cómo hablar con chicos, cómo mirarlos a los ojos sin temblar. Mi voz titubea cuando alguien me habla, y el corazón se me encoge de terror. Me he convertido en una estatua de hielo: fría, frágil, incapaz de sentir calor.
A veces me miro en el espejo y no me reconozco. ¿Dónde está la chica que reía, soñaba, creía en el amor? Álvaro la robó, la destrozó, dejándome solo con dolor y miedo. Camino por las calles de mi pueblo, veo parejas enamoradas y por dentro grito: ¿por qué no yo? ¿Por qué mi vida es oscuridad? Quiero amar, quiero vivir, pero cada vez que lo pienso, se me aparece su rostro: hermoso, mentiroso, cobarde. Me abandonó en el momento más aterrador y ese shock todavía reverbera en mi pecho.
No sé cómo salir de este infierno. El miedo me tiene encadenada: temo confiar, temo abrirme de nuevo, temo repetir aquella pesadilla. Mi juventud debería estar llena de luz, y en cambio me hundo en la tristeza. Mis amigos me invitan a salir, pero yo me escondo en casa, en mi habitación, donde solo las paredes conocen mi dolor. Mis padres hace tiempo que me perdonaron, pero yo no puedo perdonarme a mí misma: por ser ingenua, por ser débil, por haber confiado en él. Mi rosa en el libro es un recordatorio de aquel día en que lo perdí todo.
Les pido, ¿cómo seguir adelante? ¿Cómo derretir este hielo que ha aprisionado mi corazón? Quiero liberarme del pasado, pero me sostiene con una garra implacable. Solo tengo 20 años, pero me siento como una anciana, con una vida que terminó antes de empezar. Álvaro se fue, pero me dejó esta cruz: miedo, soledad, vacío. ¿Cómo encontrar fuerzas para volver a creer en el amor, en la gente, en mí misma? Estoy cansada de llorar en la almohada, cansada de tener miedo. Quiero sol en mi alma, pero no sé dónde encontrarlo. Ayúdenme, por favor, me estoy hundiendo en esta oscuridad y no veo luz.