El impacto fue brutal: ¡descubrió que estaba embarazada y me dejó como un cobarde miserable!
Me llamo Carmen López, tengo 20 años y vivo en La Granja, un lugar en Segovia donde los días son grises y están rodeados de bosques y embalses. Dudé mucho en escribir esto, pero al leer las confesiones de otras chicas, decidí desahogar mi dolor. Mi historia es una herida que no sana, una sombra que me persigue, envenenando cada día de mi juventud.
Todo comenzó cuando tenía 15 años. Me enamoré de un chico, Javier, tan guapo que parecía un héroe de ensueño. Sus ojos, su sonrisa… todas las chicas del instituto suspiraban en secreto por él. No podía creer mi suerte cuando una amiga me susurró que quería salir conmigo. “¿De verdad?” — pregunté con el corazón latiendo como un pájaro enjaulado. Acepté sin pensarlo. En nuestro primer encuentro, me regaló una rosa roja que todavía conservo, seca, entre las páginas de un libro viejo. Aquella noche fue como un cuento: su voz, su calidez… Me sumergí en ello, sin notar cómo caía en un abismo.
Le entregué mi corazón y eso fue mi error fatal. Pronto, supe que estaba embarazada. Mi mundo se vino abajo. Al enterarse, mis padres me miraron como si fuera una extraña: mi padre guardó silencio, con los puños apretados, y mi madre lloró como si hubiera muerto. Estaba aterrada, atrapada, sin ver salida. Y él, Javier, mi príncipe hermoso, me dejó como un cobarde. Al enterarse del bebé empalideció, murmuró algo incomprensible y desapareció, como si nunca hubiera existido. Me quedé sola con este miedo, esta vergüenza, esta carga que aplastó mi juventud.
En casa reinó un silencio más aterrador que los gritos. Mis padres me dieron la espalda, la herida los ahogaba, y yo no sabía a dónde huir. Finalmente, con el consentimiento de mi madre, aborté. Fue un infierno: dolor, lágrimas, vacío. Después me encerré en mí misma, como en un ataúd. El shock fue tan fuerte que no pude mirar a los chicos durante años. Desde entonces no he tenido a nadie, ni citas, ni siquiera un atisbo de sentimientos. El amor se convirtió en veneno para mí, y el sexo en una pesadilla de la que me despierto sudando frío. Mi miedo a volver a quedar embarazada me paraliza, temo que si vuelve a pasar, tendré que dar a luz, y este temor me congela por dentro.
Me he perdido a mí misma. Mi alma es como un violín roto que sólo toca melodías tristes, eco de mi melancolía. Vivo en soledad, en una tristeza perpetua donde no hay lugar para la alegría. El sol se ha apagado para mí, las sonrisas son ajenas, y mi sombra es un espectro que vigila cada paso mío. Olvidé cómo hablar con los chicos, cómo mirarlos a los ojos sin temblar. Mi voz tiembla cuando alguien me habla, y mi corazón se encoge de terror. Me he convertido en una estatua helada: fría, frágil, incapaz de sentir calidez.
A veces, miro en el espejo y no me reconozco. ¿Dónde está la chica que reía, que soñaba, que creía en el amor? Javier la robó, la pisoteó, dejándome sólo dolor y miedo. Camino por las calles de La Granja, veo parejas enamoradas, y por dentro grito: ¿por qué no yo? ¿Por qué mi vida es oscuridad? Quiero amar, quiero vivir, pero cada vez que pienso en ello, su rostro aparece frente a mí: hermoso, mentiroso, cobarde. Me dejó en el momento más aterrador, y ese impacto aún resuena en mi pecho.
No sé cómo salir de este infierno. El miedo me ata con cadenas: temo confiar, temo abrirme de nuevo, temo repetir esa pesadilla. Mi juventud debería estar llena de luz, pero me ahogo en tristezas. Mis amigos me invitan a salir, pero me escondo en casa, en mi habitación, donde solo las paredes conocen mi dolor. Mis padres hace tiempo que me perdonaron, pero yo no puedo perdonarme a mí misma: por mi ingenuidad, por mi debilidad, por haber confiado en él. Mi rosa en el libro es un recordatorio de aquel día en que lo perdí todo.
Por favor, díganme cómo seguir adelante. ¿Cómo derritir este hielo que encierra mi corazón? Quiero liberarme del pasado, pero me retiene con una fuerza mortal. Sólo tengo 20, pero me siento como una anciana cuya vida terminó apenas al empezar. Javier se fue, pero me dejó esta cruz: miedo, soledad, vacío. ¿Cómo puedo encontrar fuerzas para volver a creer en el amor, en la gente, en mí misma? Estoy cansada de llorar en la almohada, cansada de temer. Quiero sol en mi alma, pero no sé de dónde sacarlo. Ayúdenme, por favor, me ahogo en esta oscuridad y no veo la luz.






