Ilusiones rotas, esperanza renacida: el viaje de perder y recuperar el amor

**Ilusiones rotas, esperanza encontrada: cómo perdí y volví a encontrar el amor**

Siempre fui de carácter apasionado. Enamoradiza, impulsiva, guiada por el corazón y no por la razón. A veces, eso jugaba en mi contra, y uno de esos errores casi me cuesta lo más valioso: el amor.

Todo comenzó de manera inocente, en una fiesta en la montaña, celebrando el cumpleaños de una amiga. La alegría era desenfrenada: música, vino, risas hasta altas horas de la madrugada. Era como volver a la juventud, cuando el mundo parece sencillo y solo importa el presente. En algún momento, me sentí mal—demasiado cava, poco sueño, la música demasiado alta. Solo recuerdo que alguien me envolvió cuidadosamente en una manta y me acostó en el sofá.

Por la mañana, me desperté cansada, pero al bajar a la cocina, lo vi. Ojos azules como el cielo, una sonrisa serena y una taza de café en la mano. Era quien se había ocupado de mí aquella noche. Y de repente, surgió algo entre nosotros—un silencio cómplice, una tensión dulce. Pasamos el día juntos, paseando por las laderas, riendo, rozándonos sin prisa. Y luego, ahí, entre las montañas y el cielo, llegó el beso. Un beso lleno de silencio, viento y algo que parecía destino.

No hablamos del futuro—no hacía falta. Solo estábamos. Pero al regresar a Madrid, la realidad volvió, y con ella, Álvaro.

Lo había conocido meses antes de aquel viaje. Era maduro, seguro, estable. Trabajaba en un banco, vestía impecable, decía las palabras correctas. Su amor no era fuego, sino calor. Con él, me sentía adulta, en control. Me daba la seguridad que entonces creía necesitar.

Y así quedé atrapada entre dos mundos: la pasión salvaje del desconocido de ojos azules y la calma racional de Álvaro. Dudé, vacilé, hasta que… supe que estaba embarazada.

No estaba segura de quién era el padre. No era el miedo lo que me consumía, sino la angustia. Álvaro, en esos días, se volvió distante, frío. Hasta que una tarde llegó con rosas y… una despedida.

—Perdóname—dijo—, pero tengo que irme. Hay razones que no te incumben, pero son importantes.

No me atreví a hablar del embarazo. Solo asentí. Quedamos en vernos un mes después, pero desapareció. Y me quedé sola, con mis pensamientos, la incertidumbre y un niño creciendo dentro de mí.

El de ojos azules, entretanto, me decepcionaba cada vez más. Una noche, hablando de hijos, soltó con desdén que la familia era una carga, los niños un estorbo. En sus palabras escuché a un extraño y entendí: la pasión ciega, pero no sostiene. Me fui de su vida—sin reproches, sin drama.

Un mes después, por fin me reuní con Álvaro. Quería contarle todo. Pero él estaba helado, distante.

—Me voy para siempre—anunció—, porque no puedo darte lo que mereces. Adiós.

No le hablé del bebé. En su voz había dolor, pero también una puerta cerrada. Decidí que criaría a mi hijo sola. Sería mi elección. Y así lo hice.

Esperanza nació al amanecer. El nombre vino solo—porque en ella estaba toda mi fe, toda la fuerza, todo el amor que no había podido darle a Álvaro.

El día del alta, me entregaron un paquete con ropa para la bebé. Dentro, una nota: *”Lo sé. Y si me lo permites, quiero estar ahí.”* Era él. Álvaro.

Me levanté temblorosa, me acerqué a la ventana—y lo vi abajo. Mirándome fijamente. En sus ojos estaba lo que había buscado siempre: perdón, aceptación, amor.

Después me lo contó todo. Su partida había sido por miedo—miedo a no poder tener hijos. Lo sabía desde hacía tiempo, pero lo ocultó. Cuando supo de mi embarazo, creyó que debía dejarme ir para que yo tuviera una familia completa. Pero al encontrarse por casualidad con mi amiga, ella le dijo la verdad. Entonces supo que aún me amaba. Y que, tal vez, era el destino.

Nunca más hablamos de mi error. Aceptó a Esperanza como su hija. Y ella creció rodeada de amor, sin saber que alguna vez hubo dudas entre sus padres. Álvaro y yo aprendimos a vivir de nuevo—sin secretos, sin máscaras. Aprendimos a escuchar y a perdonar.

Hoy, cuando miro atrás, sé esto: a veces, los peores errores nos llevan al mejor final. Lo importante es tener el valor de dar un paso al frente. Y no soltar a quienes amamos.

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