Ignacio, ofendido por el comportamiento de su madre, decidió vivir aparte de ella

Hace muchos años, en un rincón de Andalucía, Ignacio, herido por el comportamiento de su madre, decidió vivir lejos de ella.

¡Es que no me respetas en absoluto! El eco de la ira de su suegra resonó a través del hilo telefónico, aturdido por la indignación que sofocaba a Darinka.

Darinka suspiró hondo, sintiendo el peso de las exigencias de aquella mujer cuya voz sonaba tan autoritaria y cortante. Recordaba aquel instante antes de su boda, cuando parecía que el destino mismo había decidido entrelazarse en su vida. La madre del novio, una mujer de ideas fijas y convicciones inquebrantables, estaba enferma de un simple resfriado, pero según sus palabras, aquello era casi una peste capaz de arrasar con todo.

La llamada llegó al amanecer, cuando faltaba poco para el momento más importante de su vida junto a su amado Ignacio. La sorpresa dio paso al enfado, pues la noticia era inesperada y contraria a toda lógica. La suegra insistía en posponer la boda varias semanas.
¿Qué quieres decir con «posponer»? ¡Ya está todo organizado: el banquete, los invitados! Mis padres vienen desde Toledo expresamente para esto protestó Darinka.

Ignacio escuchaba en silencio, sabiendo que tendría que enfrentarse a su madre, a quien nadie se atrevía a contradecir. Pero esta vez, él alzaría la voz.
Mamá, un resfriado no es para tanto. Entiendo tu preocupación, pero no podemos cancelar la boda por algo así.

Por primera vez, su tono firme resonó con determinación ante su madre. Ella contuvo el aliento, sorprendida por las palabras de su hijo, a quien siempre había controlado. Del otro lado del teléfono, se escuchó un sollozo ahogado, como si intentara reprimir las lágrimas de rabia.
Bueno, si a los dos os da igual mi salud Que sea como queráis. Pero recordad una cosa: si algo malo pasa, la culpa será vuestra.

Y entonces, el silencio. Solo quedó el nervioso golpeteo de los dedos de Darinka sobre la mesa.

La mano de la futura suegra temblaba mientras apretaba el teléfono. Su corazón latía con fuerza, pero su mente estaba clara: no podía permitir que celebrasen mientras ella, según decía, agonizaba.
¿Aló, Lidia? Soy yo. Perdona que llame así, pero la boda se aplaza. Tengo una gripe terrible y hay que retrasarla. Sí, sí, mi hijo está de acuerdo, claro, se preocupa por mí.

Un susurro compasivo respondió:
¡Ay, pobrecita! ¡Cuídate mucho!

La futura suegra respiró aliviada. Mentir le pesaba, pero no había otra opción.

Llamada tras llamada, repitió la misma frase: «Lo siento, pero hay que posponerlo». Todos reaccionaban igual, con lástima y buenos deseos. Sin embargo, una voz interior le recordaba que estaba haciendo daño a su hijo, a su familia, a sí misma.

Al terminar, se dejó caer en el sofá, agotada. El teléfono seguía vibrando en su mano, exigiendo confirmaciones. Las lágrimas rodaron lentamente por sus mejillas.

Aquella noche, cuando los invitados esperaban el inicio de la celebración, solo estaban presentes las amigas más cercanas de Darinka, algunos compañeros de Ignacio y parientes lejanos. Los demás habían desaparecido, siguiendo los rumores de la madre, aunque nadie había cancelado las invitaciones oficialmente.

Darinka sintió un vértigo momentáneo, seguido de una rabia creciente, mezclada con la injusticia de todo aquello. Sin embargo, la atmósfera se mantuvo alegre. Los presentes reían, bailaban y disfrutaban, creando un ambiente de complicidad y cariño.

Mientras tanto, lejos del festejo, la suegra lloraba sola en casa, maldiciendo su suerte por la humillación sufrida. Su ira se transformó en una soledad profunda, como una ola que arrasa la orilla.
«Para ellos, mi resfriado no es nada ¿Tan difícil es preocuparse por su madre?»

Los familiares de Ignacio, al enterarse de la verdad, se sintieron engañados. Algunos criticaron abiertamente su actitud; otros prefirieron callar, temiendo el conflicto.

Ignacio, dolido por la actitud de su madre, decidió alejarse de ella. Poco después, los recién casados se mudaron a Zaragoza, lejos de los recuerdos amargos y de su suegra.

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Ignacio, ofendido por el comportamiento de su madre, decidió vivir aparte de ella