Huyendo de su marido en un pueblo remoto, cayó en una trampa para osos y pensó que era el fin, perdiendo la consciencia…

Huyendo de su marido desde un pueblo abandonado, cayó en una trampa para osos y pensó que era el fin, perdiendo la conciencia…
Al despertar en una habitación desconocida, Lucía gemía suavemente. La cabeza le daba vueltas como si le hubieran golpeado la nuca, y la memoria era un vacíono recordaba qué había pasado ni cómo había llegado allí. El cuerpo le dolía, como después de pasar días inmóvil, y se negaba a obedecer. Al intentar levantarse, sintió el terror al descubrir que estaba atadamanos y pies bien sujetos. El pánico la invadió y comenzó a retorcerse en la cama, provocando un chirrido desagradable.
Bueno, por fin has vuelto en tisonó una voz fría. Tranquila. Quédate un poco más. Así entenderás tu error. Luego te soltaré. Y volveremos a casa.
En ese momento, Lucía lo recordó todo. Había hablado con su marido, Sergio, del divorcio. Él había accedido, pero luegoel golpe. No tenía intención de dejarla ir. *Eres mía*le decía, *y si no lo entiendes, te lo haré entender*. Pero Lucía ya no soportaba sus infidelidades. Tras la primera, lo perdonó, le dio otra oportunidad. Tras la segunda, no. El amor había muerto tiempo atrás; solo quedaban el miedo y el asco por una relación tóxica, donde uno sufría obsesión y el otro, soledad.
Suéltamesusurró ella, temblando. No cambiará nada. No puedes obligarme a quererte. Sergio, por favor…
Resígnate. Ahora estás en negación, pero entenderás que estamos hechos el uno para el otro. Me darás otra oportunidad. Y no tienes a dónde huir. ¿Recuerdas lo que te conté del pueblo abandonado donde vivían mis abuelos? Aquí no viene nadie. Nadie te ayudará. Y no me enfadessabes a qué puede llevar eso.
Lucía se estremeció. En los ojos de Sergio veía locuray eso era lo que más miedo le daba.
Una semana y mediao quizá máspasó en esa casa. Sergio solo la soltaba unas horas al día, vigilando cada movimiento como un depredador. Lucía entendía: no era un hombre, sino alguien enfermo que necesitaba ayuda psiquiátrica. Pero fingía. Actuaba sumisa, como si creyera en una reconciliación, solo para volver a la civilización. En el trabajo no la echarían de menossu jefa quería librarse de ella desde que la pilló con su marido. Sin padres y con amigas acostumbradas a sus desapariciones«marido celoso», suspiraban, sin profundizar, nadie la buscaría.
Un día, cuando Sergio se despistó, lo golpeó con una pesada figurilla. Cayó inconsciente, pero respiraba. Lucía no tuvo tiempo de comprobar si despertaría. Sabía que, si lo hacía, no habría otra oportunidad. Él había dicho que se quedarían allí mucho tiempo, y ella no podía seguir viviendo con alguien cuya ira era como una bomba a punto de estallar.
Se puso toda la ropa que encontró y salió al frío. El aire helado le quemaba los pulmones, pero corrió. Coches, carreterastodo estaba lejos. Temía que Sergio la siguiera por las huellas, pero tenía que huir. El bosque, el aullido de lobos a lo lejostodo daba miedo, pero prefería ser presa de un animal que de un loco.
Las fuerzas la abandonaban. No sabía cuánto tiempo llevaba corriendo ni hacia dónde. La idea de congelarse o perderse la atormentaba. De prontoun dolor agudo, un grito. Su pie había caído en una trampa para osos. La sangre teñía la nieve. Cayó, intentando liberarse, pero las fauces de metal no cedían. El dolor era insoportable. La conciencia se apagaba.
Y entoncesuna voz:
No te rindas, Blancanieves…
Despertó de nuevo en un lugar desconocido. El aire olía a té de hierbasalguien se lo daba a sorbos cuando perdía el conocimiento.
¿Dónde estoy?susurró, incorporándose.
¿Ya estás mejor?sonó una voz desde la puerta.
Ante ella había un hombretranquilo, de ojos amables, con un jersey de lana y pantalones abrigados.
¿Me salvó usted?
Tú te salvaste. Luchaste. Yo solo ayudé.
Se presentóDaniel. Le contó que la encontró en la trampa, la llevó a su casa, la curó, le puso antibióticos. Había estado delirando casi una semana. La trampa no había dañado el hueso, pero las heridas eran graves. *Has sobrevivido. Eso es lo importante*, dijo.
Vivía en la casa de su abuelo, el guardabosques. Había venido para descansar de la ciudad y continuar su laborretirar trampas de cazadores furtivos.
Así que hice bien al echar a ese hombre que vino buscándoteañadió. Un día después de traerte. Estaba como una fierabuscaba a alguien. No temas. Si vuelve, no entrará.
Lucía tembló. Sergio había estado cerca. Pero ahora se sentía segura.
Pasaron los días. Le contó todo a Danielel matrimonio, las infidelidades, la huida. Él escuchó en silencio. Esperaba tenerle miedo a todos los hombres después de lo ocurrido, pero con él era distinto. Se sentía tranquila. Cómoda. Él no presionaba, no exigía, no culpaba. Simplemente estaba ahí.
A los diez días ya podía caminaraunque cojeando un poco. Daniel salió al bosque, y ella decidió cocinar la cenasu forma de agradecerle su bondad.
Cuando volvió, la vio en la cocina.
Te dije que descansarasfrunció el ceño, quitándose la nieve de la ropa.
Lo siento… Quería ayudar. Me siento… inútil. Una carga.
Se suavizó.
Bueno. Ayuda si quieres. ¿Qué hacemos?
En la conversación, por primera vez, él compartió algo personal: hacía dos años perdió a su prometida en un accidente. Cada año venía aquía este lugar tranquilopara estar con su dolor.
Lo sientodijo Lucía en voz baja. Pero la vida sigue. Estoy segura de que ella querría que fueras feliz. Después de lo que hizo mi marido, podría temerle a todos los hombres. Pero tú no eres él. No se puede vivir encerrado en el miedo. Hay que seguir adelante.
Daniel asintió y juntos prepararon una cena sencillapatatas guisadas y una botella de vino tinto semidulce. Durante la comida, Lucía le preguntó algo que llevaba tiempo dándole vueltas: ¿de dónde sacaban comida en un lugar tan apartado? Llegar era difícil, y salir, peor. No sabía cómo volver.
Mi ayudante trae provisiones cada dos semanasrespondió Daniel. Esta vez se acabó todo, y las carreteras están cerradas. Vendrá mañana. Y tú irás con élvolverás a la ciudad.
El corazón de Lucía se encogió. A casa. Donde no solo estaba su pasado, sino también la necesidad de enfrentarse a Sergiopresentar la denuncia, buscar el divorcio. La idea de verlo le daba un miedo helado. Pero con Daniel se sentía segura, como si su presencia fuera un escudo. Sin embargo, sabía que huir no era la solución. Debía volver y cerrar ese capítulo.
No temasdijo Daniel suavemente, tomándole la mano. Lo lograrás. Y ese cabrón no te hará más daño.
Lucía sonrió entre la ansiedad. Su confianza la reconfortaba, pero no acababa con sus dudas. Y también estaba la tristezasu tiempo juntos,

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MagistrUm
Huyendo de su marido en un pueblo remoto, cayó en una trampa para osos y pensó que era el fin, perdiendo la consciencia…