Huyendo de su marido desde un pueblo remoto, cayó en una trampa para osos y pensó que era el fin, perdiendo el conocimiento
Al despertar en un lugar desconocido, Lucía gimió suavemente. La cabeza le daba vueltas como si le hubieran golpeado la nuca, y su memoria era un vacío totalno recordaba qué había pasado ni cómo había llegado allí. El cuerpo le dolía como tras días enteros en cama, y se negaba a obedecer. Al intentar levantarse, descubrió con horror que estaba atadamanos y pies bien sujetos. La angustia la invadió, y comenzó a retorcerse en la cama, provocando un chirrido desagradable.
Bueno, al fin despiertasdijo una voz fría. No te preocupes. Quedarte un poco más te hará entender tu error. Luego te soltaré. Y volveremos a casa.
En ese momento, Lucía lo recordó todo. Había acordado el divorcio con su marido, Adrián. Él había aceptado, pero luegoel golpe. Nunca tuvo intención de dejarla ir. «Eres míale decía, y si no lo entiendes, te lo haré saber». Pero Lucía ya no soportaba sus infidelidades constantes. Tras la primera, le había perdonado, dándole otra oportunidad. Pero no después de la segunda. El amor se había apagado hace tiempo, dejando solo miedo y asco por esa relación tóxica donde uno sufría de obsesión y el otro, de soledad.
Déjame irsusurró, temblando. Esto no cambiará nada. No puedes obligarme a quererte por fuerza. Adrián, te lo suplico
Acepta la realidad. Ahora estás en negación, pero entenderás que estamos hechos el uno para el otro. Me darás otra oportunidad. Y no tienes a dónde huir. ¿Recuerdas cuando te hablé de ese pueblo abandonado donde vivían mis abuelos? Aquí no viene nadie. Nadie te ayudará. Y no me enfadessabes a qué puede llevar eso.
Lucía se estremeció. En los ojos de Adrián vio locuray eso era lo que más miedo le daba.
Once díaso quizá máspasó en aquella casa. Adrián solo la soltaba un par de horas al día, vigilando cada movimiento como un depredador a su presa. Lucía entendió que no era un hombre, sino un enfermo que necesitaba ayuda psiquiátrica. Pero simuló. Fingió sumisión, esperanza de reconciliación, solo para volver a la civilización. En el trabajo, nadie la echaría de menossu jefa llevaba tiempo queriendo deshacerse de ella desde que la descubrió con su marido. Sus padres habían muerto, y sus amigas estaban acostumbradas a sus largas ausencias«marido celoso», suspiraban, sin ahondar en detalles.
Un día, cuando Adrián se distrajo, lo golpeó con una estatuilla pesada. Cayó inconsciente, pero respiraba. Lucía no tuvo tiempo de comprobar si despertaría. Sabía que si lo hacía, no habría otra oportunidad. Él había dicho que se quedarían allí mucho tiempo, y ella no podía seguir viviendo con alguien cuya ira era como una bombaa punto de estallar en cualquier momento.
Vistiéndose con lo primero que encontró, salió al frío. El aire cortó sus pulmones, pero siguió corriendo. Los coches, las carreterastodo estaba lejos. Temía que Adrián la siguiera por las huellas, pero correr era su única opción. El bosque, los aullidos de lobos a lo lejostodo la asustaba, pero prefería ser presa de las bestias antes que prisionera de un loco.
Sus fuerzas se agotaban. No sabía cuánto tiempo llevaba corriendo ni hacia dónde iba. La idea de congelarse o perderse la atormentaba. Y entoncesun dolor agudo, un grito. Su pie había caído en una trampa para osos. La sangre tiñó la nieve. Cayó, intentando liberarse, pero las fauces de hierro no cedían. El dolor era insoportable. Su mente empezó a apagarse.
Y entoncesuna voz:
No te rindas, Blancanieves
Despertó de nuevo en un lugar desconocido. El aire olía a té de hierbasalguien se lo daba a sorbos cada vez que perdía el conocimiento.
¿Dónde estoy?murmuró, incorporándose.
¿Ya estás despierta?respondió una voz desde la puerta.
Ante ella había un hombresereno, de ojos amables, con un jersey de lana y pantalones abrigados.
¿Me salvó usted?
Tú te salvaste a ti misma. Luchaste. Yo solo ayudé.
Se presentóDaniel. Le contó que la había encontrado en la trampa, la había llevado a su casa, la había cuidado con antibióticos. Había pasado casi una semana delirando. La trampa no había roto el hueso, pero las heridas eran graves. «Has sobrevivido. Eso es lo importante», dijo.
Vivía en la casa del guardabosquessu abuelo. Había venido para descansar de la ciudad y continuar su laborretirar trampas de cazadores furtivos.
Así que hice bien en echar a ese hombre que vino buscándoteañadió. Un día después de traerte. Estaba como un animalbuscaba a alguien. No temas. Si vuelve, no entrará.
Lucía tembló. Adrián había estado cerca. Pero ahora se sentía a salvo.
Pasaron los días. Le contó a Daniel todosu matrimonio, las infidelidades, su intento de huida. Él escuchó en silencio. Tras lo ocurrido, esperaba tenerle miedo a todos los hombres, pero con él era distinto. Se sentía tranquila. Cómoda. Él no la presionaba, no exigía, no la culpaba. Solo estaba ahí.
A los diez días, ya podía caminaraunque con una leve cojera. Daniel salió al bosque, y ella decidió preparar la cenasu forma de agradecerle su bondad.
Cuando él regresó, la vio frente al fogón.
Te dije que descansarasfrunció el ceño, sacudiendo la nieve de su ropa.
Perdona Quería ayudar. Me siento inútil. Una carga.
Su expresión se suavizó.
Está bien. Ayúdame si quieres. ¿Qué hacemos?
En la conversación, por primera vez, él compartió algo personal: hacía dos años, había perdido a su prometida en un accidente. Cada aniversario, venía a este lugar tranquilo para enfrentar el dolor a solas.
Lo siento muchosusurró Lucía. Pero la vida sigue. Estoy segura de que ella querría que fueras feliz. Sí, después de lo que hizo mi marido, podría temerle a todos los hombres. Pero tú no eres él. No debes esconderte tras el miedo. Hay que seguir adelante.
Daniel asintió, y juntos prepararon una cena sencillapatatas guisadas, abrieron una botella de vino tinto semidulce. Durante la comida, Lucía finalmente hizo la pregunta que rondaba en su mente: ¿de dónde salían los alimentos en un lugar tan remoto? Llegar hasta allí era difícil, y salir, aún más. No sabía cómo regresar.
Un ayudante los trae cada dos semanasrespondió Daniel. Esta vez ya se acabó todo, y las carreteras están cerradas. Vendrá mañana. Y tú irás con élde vuelta a la ciudad.
El corazón de Lucía se encogió. Volver a casa. Donde no solo la esperaba el pasado, sino también enfrentarse a Adriánponer la denuncia, buscar justicia, formalizar el divorcio. La idea de verlo le provocaba un terror helado. Pero junto a Daniel, se sentía segura, como si su presencia fuera un escudo. Aunque sabía que huir de la realidad no era la solución. Debía regresar y cerrar ese capítulo.