Era una mañana soleada en Madrid. Javier limpiaba los suelos de la estación de autobuses, tarareando una canción que sonaba en sus auriculares. Llevaba diez años trabajando allí, haciendo de ese lugar su pequeño mundo.
De pronto, una voz lo interrumpió. «Disculpe», dijo.
Al girarse, vio a una mujer de unos 35 años, delgada y con los ojos hinchados de tanto llorar. Llevaba un bebé en brazos y dos niños más pequeños la acompañaban, agarrados a su falda.
«¿Necesita ayuda?», preguntó Javier, quitándose los auriculares.
«Tengo que llegar a Barcelona. ¿Podría ayudarme a comprar un billete?», respondió la mujer con voz temblorosa.
«¿Ocurre algo? Parece muy nerviosa», insistió él.
Ella vaciló un momento. «Quiero escapar de mi marido… No es un buen hombre. Llevo días sin poder contactarlo, y sus amenazas me dan miedo. Mi hermana vive en Barcelona, pero perdí la cartera. Por favor, ayúdenos».
Conmovido, Javier no dudó, aunque sabía que gastaría sus últimos euros. Compró el billete y se lo entregó.
«Gracias, de todo corazón», susurró la mujer, secándose las lágrimas.
«Cuide de sus hijos», respondió Javier con amabilidad.
«¿Me da su dirección? Quiero devolverle el favor».
Él se resistió al principio, pero al final accedió. Minutos después, el autobús se perdió en el horizonte.
Al terminar su turno, Javier regresó a su humilde piso en Vallecas, donde lo esperaba su hija, Lucía. Era lo único que le quedaba tras el abandono de su esposa. A sus diez años, Lucía ya ayudaba en las tareas del hogar con una madurez admirable.
Esa noche, como siempre, cocinaron juntos, riendo y contándose cómo había ido el día. Pero al amanecer, algo cambió todo.
«¡Papá, despierta!», gritó Lucía, sacudiéndolo.
«¿Qué pasa, cariño?», murmuró él, adormilado.
«¡Hay cajas afuera!».
Javier salió al patio y encontró una docena de cajas apiladas. Sobre una de ellas, un sobre con una nota:
«Hola, soy la mujer a la que ayudaste. Quería agradecerte. Estas son mis pertenencias, pero prefiero que las vendas y uses el dinero para ti. ¡Que te vaya bien!».
Mientras leía, un sonido de cristales rotos lo distrajo. Lucía había dejado caer un jarrón de porcelana.
«¡Lucía, ten más cuidado!», exclamó, pero entonces algo brilló entre los trozos. Era una piedra que no se empañaba al soplar. ¡Un diamante de verdad!
«¡Dios mío, somos ricos!», dijo emocionado.
«Hay que devolverlo, papá», insistió Lucía, señalando la dirección del remitente en los papeles. «¡No es nuestro!».
Javier pensó en el futuro que podrían tener, pero su hija lo convenció. Aun así, decidió llevar la joya a una joyería para tasarla antes de devolverla.
El joyero, el señor Delgado, lo examinó con lupa. «Es excepcional. Vale unos 100.000 euros. ¿De dónde lo sacó?».
«Es… una herencia», mintió Javier. «¿Me lo compra?».
El joyero salió a llamar a un colega y, al regresar, ofreció solo 10.000 euros, alegando la falta de documentos. Frustrado, Javier se marchó con el diamante, pero al entrar en casa, notó que Lucía no estaba.
Sobre la mesa, una nota: «Si quieres ver a tu hija viva, tráeme el diamante. No avises a la policía».
El corazón de Javier se detuvo. Recordó las palabras de la mujer: «Mi marido no es un buen hombre». Corrió hacia la dirección indicada, donde un hombre con una cicatriz en la mejilla lo esperaba, armado.
«¿Dónde está Lucía?», exigió Javier.
«Primero, el diamante».
Al entregarlo, el hombre lo examinó y estalló en furia. «¡Esto es vidrio!».
Javier comprendió entonces que el joyero lo había engañado. Con astucia, mintió: «Tu cómplice confesó todo. Tiene el diamante en su caja fuerte… Y ahora está muerto».
Mostró una foto del joyero inconsciente y el secuestrador, furioso, salió corriendo hacia la joyería. Javier liberó a Lucía y llamó a la policía.
«¿De verdad mataste a alguien?», preguntó Lucía, asustada.
«No, cariño. Fue un engaño para salvarte».
Horas más tarde, ambos criminales fueron arrestados. Javier respiró aliviado, aunque sabía que su decisión lo pondría en problemas. Pero lo importante era que Lucía estaba a salvo.
Moraleja: La avaricia nubla el juicio, pero el amor verdadero siempre encuentra el camino correcto, incluso en los momentos más oscuros.