Historia de un Amigo: Matrimonio por Amor
En un hermoso día, un buen amigo mío decidió casarse. Lo hizo por amor, como no podía ser de otra manera. La novia era hermosa, inteligente e independiente. Trabajaba como contable en una gran empresa de Madrid y ganaba un buen sueldo en euros.
Mi amigo, llamado Javier, tampoco quería quedarse atrás en lo que a ingresos se refería. Aceptaba trabajos extra y pasaba largas horas en la oficina para poder pagar antes la hipoteca del piso.
El piso lo compraron pronto. Ahorraron, pidieron un préstamo y, como es costumbre, la familia echó una mano. Lo reformaron al estilo clásico español y lo decoraron con esmero. Parecía que solo quedaba vivir y ser felices.
Pero la felicidad no llegaba. La esposa, llamada Carmen, no lograba ocuparse de las tareas del hogar. O no sabía barrer el suelo, quitar el polvo o tener la cena lista a tiempo, o simplemente no quería hacerlo. Alegaba que llegaba agotada del trabajo. Claro, Javier tampoco estaba ocioso; él también volvía tarde.
Así comenzaron las discusiones sobre quién hacía más en casa. Los primeros seis meses fueron una batalla diaria en aquel piso lleno de ropa tirada y platos sin lavar. Sin embargo, ninguno de los dos confesaba a sus familias el verdadero motivo de las riñas. Les daba vergüenza.
Un día, Javier fue de pesca con su suegro. Ambos eran aficionados a este pasatiempo y por eso se llevaban tan bien. Esa noche, junto a la hoguera y con una copa de vino en la mano, Javier se sinceró con él, bajo la promesa de que no diría nada, especialmente a su suegra.
El suegro juró guardar el secreto, pero le advirtió que en su casa no habría paz hasta que acogieran a un “protector del hogar”.
Tengo uno en mente dijo el suegro. Cuando tenga tiempo, lo convenceré para que se mude a vuestra casa.
Javier pensó que su suegro había perdido la cabeza, pero prefirió no decir nada.
A la semana siguiente, el suegro apareció en su piso con un gatito. Javier se indignó. ¿Para qué? ¡Solo traería más desorden! Pero el suegro lo llamó al balcón para fumar un cigarrillo y le recordó lo del “protector del hogar”. Le dijo que lo había traído junto con el gato y que todo mejoraría. Solo le pidió que lo cuidaran bien.
A Javier le encariñó enseguida con la gatita. Pequeña y cariñosa, lo adoptó como dueño al instante. Lo seguía a todas partes, ronroneando por mimos. Solo hubo un percance aquella noche, cuando tuvo que limpiar un pequeño “desliz” en el suelo. Pero no volvió a pasar.
Al día siguiente, cuando Javier volvió del trabajo, la casa estaba impecable. Ni una prenda fuera de lugar, y Carmen preparaba una cena exquisita.
Javier se animó tanto que, por fin, colgó la estantería del baño que llevaba meses prometiendo.
Al día siguiente, al llegar, encontró a Carmen pasando la aspiradora. Decidió colaborar: sacó la basura y fue a comprar pan. En la tienda, incluso se llevó una botella de Rioja. Aquella cena fue casi una celebración. No recordaban la última vez que habían hecho algo así.
Y así pasó toda la semana. Parecía que la alegría había vuelto a aquel hogar. El domingo por la noche, Carmen le dijo a Javier:
Mañana no hace falta que vengas a casa al mediodía. Ya compré arena y le preparé un rincón en el baño a tu gatita.
¿A quién?
A tu gatita. Sé que vienes todos los días a limpiar y ordenar. Pero a partir de ahora, no te preocupes, yo me encargo.
Javier se quedó pasmado. Él no había vuelto a casa en horario laboral. Pensaba que era Carmen quien lo hacía todo. Pero al parecer, ella sentía vergüenza de no hacer nada en una casa limpia.
Decidió salir del trabajo al mediodía para espiar. Fingió irse, pero regresó en silencio y se escondió con el móvil en mano.
Cerca de la hora de comer, oyó cómo alguien abría la puerta con llave. La gatita corrió hacia la entrada, maullando alegre. Entonces escuchó una voz suave:
Ay, Michi, ¡cuánto te he echado de menos! Te traigo leche y un premio. Parece que ya has aprendido a usar el arenero…
La puerta del dormitorio se abrió. Era el suegro. No esperaba encontrarse con Javier allí.
¡Así que este es tu “protector del hogar”, suegro!
El suegro se ruborizó:
Bueno, os di el gato. Me pareció bien ayudaros a cuidarlo, al menos al principio.
¿Y cómo tienes llave?
La cogí de tu llavero cuando fuimos a pescar, sin que te dieras cuenta, y hice una copia. Al día siguiente la devolví…
Han pasado tres años desde que Javier y Carmen viven felices. Ya tienen un niño pequeño. Y hasta hoy, nadie sabe quién era en verdad aquel “protector del hogar” que una vez habitó su piso…





