Hijo de sangre traiciona el amor de su propia madre

El hijo pródigo traicionó a su madre

En la fiesta de graduación, todas las chicas querían fotografiarse con él. Escogió a María Dolores Ni era hermosa, ni lista, ni culta. Pero su padre era un funcionario local importante. Y el vestido que llevaba María Dolores aquella noche era el más lujoso Además, entró en la universidad. Así, como si lo hubiera agarrado de la mano en la graduación y no lo soltara en años, hasta llevarlo al altar.

***

LA VIDA COMO ES. Hijito

De pequeño, lo adoraban como a un cuadro. No solo era guapo, sino también zalamero. Si alguien lo cogía en brazos, se acurrucaba como un hijo. Hasta desconocidos le daban caramelos. Ana temía que le echaran mal de ojo. En el colegio, las niñas se peleaban por ser su amiga, y luego, por salir con él. Luisito era excelente estudiante y deportista. Solo que muy pobre. Pero las niñas bien del pueblo no parecían notar que su ídolo llevaba los mismos vaqueros hasta que le quedaban cortos. A otro se lo habrían reprochado, pero a él, no. En la graduación, todas querían una foto con él. Escogió a María Dolores Ni era hermosa, ni lista, ni culta. Pero su padre era un funcionario local importante. Y el vestido que llevaba María Dolores aquella noche era el más lujoso Además, entró en la universidad. Así, como si lo hubiera agarrado de la mano en la graduación y no lo soltara en años, hasta llevarlo al altar.

Ana vendió un cerdo antes de la boda, le dio el dinero a su hijo y se acabó. Luis tomó aquellos miles de euros y se marchó.

* * *

Ana llegó al pueblo con un niño en brazos. Nadie sabía si era cierto o un rumor, pero decían que el padre del niño le había comprado la casa para que no lo molestara, pues él estaba casado. Nadie en el pueblo había visto jamás a sus familiares. Vivía humildemente. Trabajaba en una tienda del pueblo y cuidaba un pequeño huerto. A veces pretendientes se acercaban, pero ¡ni hablar! No aceptaba a nadie. «Tengo un ¡marido!», decía. ¡Qué risa! Las amigas le hablaban del tema, diciendo que era duro estar sola Se enfadaba.

Cuando llevó a Luisito a primero de primaria, el primer día vio a Javier, el profesor de gimnasia, recién salido de la universidad. Sus miradas se encontraron como por casualidad. Luego, sus ojos buscaron los del otro sin darse cuenta. Empezaron a verse. Javier le enseñó a Luisito a montar en bicicleta y arreglar una rueda, iban al bosque en invierno y en primavera plantaban juntos la huerta. Ana siempre tuvo miedo de decirle la verdad a su hijo, pues notaba que cuando abrazaba a Javier, o incluso le tocaba el brazo delante del niño, este se ponía tenso y enmudecía.

¿Qué pasa, hijito? ¡Si es buenísimo! ¡Será tu papá! susurraba al niño después de despedir a su amor.

¡No quiero que lo quieras! ¡Solo a mí! refunfuñaba el pequeño.

Una mañana, Luisito despertó y vio a su madre en la cama con Javier.

¡A partir de ahora, así será, chaval! lo abrazó el hombre, que de verdad lo quería con toda su alma.

¡No será! ¡No quiero que vivas con nosotros! gritó a pleno pulmón. No quiso desayunar con ellos y salió corriendo. Ana lo encontró al anochecer y lo llevó a casa.

¿Está él ahí? preguntó entre lágrimas, señalando la puerta.

Que se vaya. ¡O yo no entro!

¡Hijito! ¡Si no te ha faltado al respeto! ¡Viviremos como una familia normal! rogaba al niño.

¡No quiero ser normal! ¡Quiero estar solo contigo! ¡Él no es mi padre!

Lo será, ya verás

Javier salió de la casa con su maleta, igual que había llegado. Abrazó a Ana, la apretó contra sí y la besó en la frente.

Piénsalo, Luisito. No soy vuestro enemigo dijo, casi avergonzado. ¿Lo pensarás?

¡No! el niño negó con la cabeza y apartó la mirada.

¡Si lo aceptas en casa, yo me iré! le dijo a su madre cuando la puerta se cerró tras Javier.

Ana eligió a su hijo. Javier se fue del pueblo, seguramente lejos, pues nadie lo volvió a ver. Y Ana, en Nochevieja, dio a luz a otro niño, Juanito. Temía que el mayor no lo aceptara, pero Luisito, curioso por naturaleza, ni siquiera preguntó de dónde había salido el bebé. Lo quería, lo cuidaba. Y Ana, como si llevara una culpa eterna, no se atrevía a decirle ni una palabra de reproche.

Mi Luisito es tan maduro presumía ante las amigas, un niño de oro. Hasta le pido consejo a él.

Ellas soltaban una risita, pues sabían bien que, precisamente por el «consejo» de su hijo, Ana se había quedado sola

Que Luisito saliera con María Dolores desde el instit

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