—¡Yo no les pedí que lo tuvieran! —Martina apretaba los puños—. ¿Por qué debo aguantar incomodidades por su hijo?
Primero me quitaron mi habitación, luego me convirtieron en niñera gratis y ahora ¿resulta que debo regalar a mi único amigo? ¡Lleva nueve años conmigo!
¡Ni loca! Me voy con la abuela y viviré allí con Canelo. ¡Ustedes críen a su querido Javi solitos!
A sus dieciséis años, Martina llevaba meses chocando con sus padres.
La razón era clara: desde el nacimiento de su hermano, Olga y Vicente habían borrado a su hija mayor de su mapa.
Desde los nueve, Martina se crió sola. De pequeña, no entendía el porqué de aquel desdén. Las lágrimas caían en secreto durante sus llamadas a Teresa García:
—¡Solo están con Javi! Si les pido jugar, mamá dice que no puede y papá ni me mira. Abue… ¿no me quieren?
—Qué tonterías, mi vida —murmuraba la abuela, evitando su mirada—. Claro que sí. Es que ahora les cuesta.
Javi es pequeño, necesita atención. Tú entiendes que aún no sostiene la cabeza ni camina. Cuando crezca, será más fácil. Ayúdalos, juega con él… Así tendrán más tiempo.
Teresa sabía que ni siquiera eso cambiaría las cosas. La verdad era otra: Martina, hija de un «matrimonio por embarazo», jamás fue deseada. Vicente, al descubrir que Olga —quien le mintió sobre su edad— tenía dieciséis, optó por casarse para evitar escándalos.
La niña llegó a un hogar sin preparación ni ilusión. Olga añoraba su libertad, Vicente soñaba con un varón. Javi, planeado y anhelado, se convirtió en su «luz de sus ojos».
—Mamá, ¿me compras esa muñeca sirena? —rogó Martina una tarde en una tienda.
Olga, examinando gorritos de bebé, espetó:
—No hay dinero extra. ¡Deja de mendigar! Sabes que todo es para tu hermano: ropa, cuna, cochecito… ¡Eres una egoísta!
Las reprimendas sembraron culpa en la niña. «Tiene razón —pensaba—. Mi hermano lo necesita más».
***
Javi lo tuvo todo. Hasta su propio cuarto: tras desalojar a Martina al salón, Vicente justificó:
—Eres mayor, duermes en el sofá. El bebé necesita espacio. Nuestra habitación es pequeña.
—No protestes —añadió Olga—. Yo crecí sin hermanos. Pronto tendrás compañía. Y ordena tus juguetes: tira la mitad, no caben.
***
Con el nacimiento de Javier, Martina perdió su infancia. Cuidarlo se volvió su deber. Mientras Olga «descansaba» de su segundo permiso maternal, Teresa protestaba durante sus visitas:
—¡No puede ser! ¿Encargar a una niña de diez años un bebé de dos meses?
—No es para tanto —replicaba Olga—. Le servirá para cuando sea madre.
—¡Le estás robando su niñez! Debería estar jugando, no cambiando pañales.
—Los tiempos cambian, Teresa. Además, es su hermano. ¡Es su obligación ayudar!
***
A los trece, Martina odiaba a Javi. El niño, listo y travieso, culpaba a su hermana de cada travesura.
—¿En qué piensas? —regañaba Olga al encontrar restos de un jarrón roto—. ¿Tú lo hiciste?
—¡Fue Javi! No quiso comer sopa y tiró el vaso.
—¿Y tú quién eres para mandar? —rugía Vicente—. ¡Deja que coma lo que quiera!
—Mamá dijo que no tome dulces antes…
—¡Inútil! —interrumpía Olga—. ¿Y si se lastima? Castigada: hoy enseñas números a Javi. ¡La profesora dice que va atrasado!
***
La gota que colmó el vaso llegó a los dieciséis. Sus padres exigieron deshacerse de Canelo, el perro que Martina rescató años atrás.
—¡Se va mañana! Javi estornuda: debe ser alergia al pelo.
—¡No lo daré! —Martina temblaba—. Es lo único que me quiere de verdad.
—¿Y a tu hermano no? —Olga frunció el ceño—. ¿Prefieres un animal a su salud?
—¡Sí! —estalló la joven—. Estoy harta de Javi. ¡Me arruinó la vida! Mientras mis amigas jugaban, yo empujaba su cochecito. Mientras estudiaban, yo corría entre la escuela y la guardería. ¡Basta! Me voy con la abuela.
***
Teresa la acogió sin objeciones. En su piso, Martina respiraba: nadie la obligaba a cuidar a Javi, ni la regañaba.
Olga aguantó un mes antes de llamar:
—¡Vuelve ya! No damos abasto.
—¿Y eso? —Martina soltó una risa amarga—. Aquí vivo bien. No pienso regresar.
—¡Te traeremos a la fuerza!
Teresa tomó el teléfono:
—Olga, Javier tiene siete años. Si no lo dejas solo, contrata niñera. Martina se queda aquí. ¡Y dile a Vicente lo mismo!
***
La paz llegó. Teresa contó después que los padres, al fin, contrataron una cuidadora para su tesoro. Martina no sintió remordimiento: Javi era su hermano, no su hijo. La responsabilidad nunca debió ser suya.