Herencia inesperada tras el divorcio: el legado de una exsuegra imprevisible y la carga de cuidar a la madre de mi exmarido en un pequeño pueblo español

Herencia del exmarido o sorpresa de la suegra.

Hace ya muchos años, recibí de mi exmarido, un hombre entregado al vino, un regalo muy particular: el cuidado de su madre. Llevábamos diez años divorciados. No fue solo su adicción lo que rompió nuestro matrimonio, sino también aquel pulso fácil que levantaba sobre mí sin compasión alguna. Tiempo ha que rompimos cualquier lazo, y nuestro hijo en común, ya hecho un hombre, marchó a vivir a otra ciudad años atrás y formó su propia familia. Nunca quiso saber nada de su padre, y el sentimiento era mutuo; ¿quién desearía tener un padre así, que nunca supo tratarlo con cariño?

Una mañana de domingo, cuando la luz entraba perezosa por la ventana, recibí una llamada inesperada: mi exmarido había fallecido. No quedaba quien cuidara de su entierro, así que nuestro hijo y yo nos encargamos de todo. Le dimos la despedida que correspondía, digna aunque marcada por los recuerdos amargos.

Sin embargo, quedaba la vieja suegra, enferma y de genio atravesado. ¿Qué hacer con ella? De haber sido una mujer de carácter apacible, otra suerte hubiera tenido el asunto, pero desde el primer día de mi matrimonio no hizo sino ponernos trabas, metiéndose en asuntos ajenos y convirtiendo lo cotidiano en un desafío.

La suegra vivía en una casita a las afueras de un pequeño pueblo castellano. Tras el funeral, mi hijo regresó a su vida, a su esposa y sus obligaciones. A mí, en cambio, me tocó velar por la anciana cascarrabias, carga que acepté con resignación: ¿cómo abandonar a una persona indefensa y sola, por mucho que me lo hubiera puesto difícil?

Durante varios meses, la visitaba varias veces por semana. Le llevaba la compra, de la que jamás estaba satisfecha aunque la devoraba con apetito. Cortaba leña para encender la chimenea, tarea que me costaba sudor y esfuerzo. Ni por asomo pensaba dejar a la anciana a su suerte.

Así se sucedieron tres largos meses, hasta que finalmente la vieja señora falleció. Grande fue mi sorpresa al descubrir que, en su testamento, me legaba la casa y una suma considerable de pesetas ahorradas durante los años de su vida. Así fue como la gratitud, tan esquiva en su carácter, se presentó al final de todo.

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Herencia inesperada tras el divorcio: el legado de una exsuegra imprevisible y la carga de cuidar a la madre de mi exmarido en un pequeño pueblo español