Me llamo Andrés. Tengo 65 años. Llevo casado toda la vida, pero ahora, en esta etapa, me he enamorado de otra mujer. Mi esposa, Carmen, tiene 62 años. Tenemos un hijo ya mayor, casado y con su propia familia.
Desde que nuestro hijo creció y se fue de casa, Carmen y yo nos fuimos distanciando poco a poco, hasta el punto de parecernos casi extraños.
Cuando nos jubilamos, yo soñaba con comprar una casa en un pequeño pueblo de Castilla. Carmen no estaba muy convencida, pero conseguí convencerla. Así que, poco después, adquirimos una casita acogedora en las afueras de un pueblo. Ese verano nos mudamos allí. A mí me encantaba la tranquilidad y la vida rural, pero ella no se sintió feliz en aquel entorno. Prefería pasar las tardes tumbada en el sofá, con un libro o viendo la televisión. Nunca quiso ayudarme en el huerto y siempre decía que no se encontraba bien. Al final, tenía que hacer todas las tareas yo solo.
Cuando llegó el otoño, volvimos a Madrid. Carmen estaba encantada de regresar a la ciudad. Yo no, así que, tras apenas una semana de estar allí, recogí mis cosas y me instalé de nuevo en la casa del pueblo. Era donde realmente me sentía a gusto. Carmen se quedó en Madrid y desde entonces apenas nos vemos. Fue en el pueblo donde conocí a una mujer llamada Inmaculada, de 60 años. Al principio, Inmaculada apenas mostraba interés, pero poco a poco nuestra relación se fue fortaleciendo. Ahora estamos muy bien juntos.
Quiero pedirle el divorcio a Carmen, pero me atormenta pensar en la reacción de nuestro hijo. Por ahora le digo a Carmen que sigo yendo al pueblo para ocuparme de la casa y el jardín, cuando en realidad paso gran parte del tiempo con Inmaculada.
Ella todavía no sabe nada de mi nueva relación. Sigo sin atreverme a contarle a Carmen que ya no quiero seguir casado con ella. No tengo ni idea de qué hacer ni por dónde empezar.







