He llamado a mi madre y a mi hermana para que pasen Nochevieja con nosotros dijo mi marido la tarde del 30 de diciembre. ¿Crees que podrás prepararlo todo?
¡Por fin las vacaciones! suspiró Alegría, dejándose caer en el puff del recibidor mientras se quitaba los botines. Diez días enteros para descansar. Se estiró, relajando los músculos tensos, y esbozó una sonrisa mental imaginando cómo pasaría esos días.
Sí, será genial asintió él, apoyado en el marco de la puerta. Por cierto, acabo de hablar con Lucía. Como no tenían planes para Nochevieja, vendrán a casa añadió.
A ver Alegría frunció el ceño y alzó la mirada hacia su marido.
Bueno, y mamá también, claro. Siempre celebra con ellas remató Gonzalo, notando cómo cambiaba el humor de su mujer.
¿Te das cuenta de que mañana es Nochevieja? preguntó Alegría, brusca. He tenido que trabajar hasta tarde toda la semana para cumplir con los plazos. ¿Y ahora me dices que mi destino mañana será pasarme el día entre sartenes? levantó la voz.
¿Tanto hay que preparar? respondió él, despreocupado. Un par de ensaladas, algo de segundo, embutidos, quizá unas tapas
Gonzalo, si no te apartas ahora mismo, te arriesgas a que te caiga una sartén en la cabeza dijo ella, más seria que nunca. Si tus familiares quieren venir, que traigan algo. Llámales ahora mismo y diles eso. Recuerdo una Nochevieja que pasamos juntos. Yo corriendo con platos toda la noche mientras tus damas se acomodaban en el sofá, bebiendo vino y viendo la tele.
Alegría, no exageres dijo él, sorprendido por su reacción.
¿Cómo quieres que reaccione? replicó ella, y sin esperar respuesta, se marchó al dormitorio a cambiarse.
Alegría estaba furiosa con su marido, que llevaba ya un día de vacaciones. Lo único que la reconfortaba era saber que ese mes había ganado el doble de lo habitual. Suspiró, se acercó al espejo y empezó a quitarse el maquillaje, pensando en los planes para el día siguiente.
Lo ideal sería dormir hasta el mediodía, desayunar tranquila, limpiar un poco, pedir la compra por internet y preparar algo sencillo para celebrar. No quería prisas ni ruido; estaba harta del estrés del trabajo y soñaba con una celebración tranquila.
«¿Cómo haré para que todo salga como quiero?», pensó, sopesando opciones.
Sin hacer caso a su marido, que iba de un lado a otro, entró en la cocina. Se sirvió un té caliente con limón y se sentó a cenar. Afuera, el ambiente era navideño: copos de nieve caían bajo la luz de las farolas, creando un aura mágica.
Por un instante, Alegría se perdió en la vista, olvidando sus problemas. Pero al volver a la realidad, tuvo una idea arriesgada pero brillante.
A la mañana siguiente, Alegría se despertó a las doce, como había planeado. Al estirarse, notó que Gonzalo llevaba rato despierto y moviéndose por la cocina, algo raro en él, sobre todo en Navidad. Se puso el albornoz y fue a ver qué hacía.
¿Qué estás preparando? preguntó, entrecerrando los ojos por la luz.
Un desayuno especial para mi mujer favorita sonrió él, revolviendo algo en un bol.
Creo que algo se está quemando se rio Alegría al ver el humo que salía de la sartén.
Ya en la mesa, ella decidió preguntarle qué pensaba hacer con los invitados, si no había comprado nada ni limpiado.
Es que no pude decirle que no a Lucía murmuró él, sin mirarla.
Claro respondió Alegría, arqueando las cejas. A tu hermana nunca le dices que no.
¿Tienes alguna idea? Ayer te noté pensativa. Me sorprendió que no montaras un escándalo.
Primero, llama a tu hermana y pregúntale si piensan traer algo. Al fin y al cabo son cuatro: dos adultos y dos niños.
Vale asintió Gonzalo.
Nervioso, marcó el número de Lucía.
Lucía, hola. Alegría está planeando el menú y quería saber qué vais a traer, para no repetirnos.
Al otro lado, su hermana se rio. ¿Estás de broma? ¿Cuándo voy a cocinar yo? Con dos niños Pensaba que Alegría lo haría todo, como siempre.
Pero si ya no son bebés, van al cole replicó él.
De pronto, un estruendo en la línea. ¡Ay, perdón! Los niños han roto algo. ¡Hasta luego! colgó.
Gonzalo volvió con cara de preocupación.
No traerán nada, ¿verdad? preguntó Alegría, con una débil esperanza.
No ni mamá tampoco. Las dos dijeron que quieren descansar y divertirse, no cocinar resumió él.
Ya veo mordió Alegría el labio. Quiero ir a casa de mis padres por Nochevieja. Me lo propusieron el jueves, pero no te dije porque quería quedarnos. ¿Vendrás conmigo? No tenemos mucho tiempo.
Pero entonces habrá problemas con mi familia dijo Gonzalo, preocupado.
O los habrá conmigo sonrió Alegría.
Pues elijo a mi mujer rio él, levantando las manos en señal de paz.
Alegría limpió la casa para volver a un hogar impecable en Año Nuevo, mientras Gonzalo salió a comprar con la lista que ella le dio. En el centro comercial, todo brillaba con luces navideñas, árboles decorados y figuras de Papá Noel.
Al pasar, Gonzalo se detuvo. ¡El árbol! ¿Cómo lo olvidé?
Dejó todo y fue al mercadillo navideño, eligiendo un abeto pequeño pero bonito. Al llegar a casa con él, Alegría se sorprendió.
¿Un árbol? sonrió.
¿Lo decoras? Aún no he comprado nada de la lista, pero quería hacerte ilusión.
Pero si siempre decías que no a los árboles naturales.
No sé se encogió de hombros. Este año quería algo distinto.
El ambiente se llenó de magia. Alegría sacó la caja de adornos y decoró el árbol con cuidado, iluminando la sala.
Cuando terminó, Gonzalo regresó con bolsas llenas.
¿Lo compraste todo? preguntó ella, revisando.
Sí, menos el pescado. No estaba fresco. Pararemos por el camino dijo él, y Alegría sintió calidez en el pecho.
No esperaba tanta implicación de su marido. Pronto cargaron el coche. Eran las siete, y sus familiares llegarían a las diez. El viaje a casa de sus padres era de una hora, pero saldrían antes para asegurarse.
¿Seguro que no olvidamos nada? preguntó Alegría, arreglándose el pelo.
Todo está, menos el postre. Lo compraremos por el camino.
La casa de sus padres era acogedora, en un pueblo cercano. Construida hacía diez años, cuando vendieron su piso en la ciudad para mudarse al campo. Las luces decoraban la fachada.
Las dejamos puestas desde el año pasado rio Antonio, el padre de Alegría.
No me di cuenta cuando vinimos en verano sonrió ella.
Mientras descargaban, Antonio dijo:
Llevad esto dentro. Mientras vosotras cocináis, Gonzalo y yo preparamos la sauna.
Antonio era un manitas; había construido él mismo la sauna, rev