–He invitado a mi madre y a mi hermana a pasar Nochevieja con nosotros –me dijo mi marido la tarde del 30 de diciembre–. ¿Podrás prepararlo todo a tiempo?

“¡He invitado a mi madre y a mi hermana a pasar Nochevieja con nosotros!”, anunció mi marido la tarde del 30 de diciembre. “¿Crees que podrás prepararlo todo?”
“¡Por fin, las tan esperadas vacaciones!”, suspiró alegremente Lucía al sentarse en el taburete del recibidor mientras se quitaba los botines. “Diez días enteros de descanso por delante”. Se estiró, relajando los músculos tensos, y sonrió mentalmente imaginando cómo disfrutaría de esos días.
“Sí, ¡qué bien!”, asintió su marido, apoyándose en el marco de la puerta. “Por cierto, he hablado con Carla. Dijo que no han decidido dónde celebrar Nochevieja, así que vendrán a casa”, añadió.
Lucía frunció el ceño y alzó la mirada hacia él.
“Bueno, y mamá también vendrá, claro. Siempre celebra con ellas”, concluyó Adrián, notando cómo cambiaba el humor de su mujer.
“¿Te das cuenta de que Nochevieja es mañana?”, preguntó Lucía con brusquedad. “He tenido que trabajar hasta tarde toda la semana para cumplir con los plazos. ¿Y ahora me dices que mañana me tocará pasarme el día entre cacerolas?”. Alzó la voz.
“¿Qué hay que preparar tanto?”, respondió él con despreocupación. “Un par de ensaladas, un plato principal, algo de embutido, quizás unas tapas”.
“Adrián, será mejor que te alejes de mí ahora mismo, o te arriesgas a que te caiga una sartén en la cabeza”, dijo Lucía con una seriedad inusual. “Si tus familiares quieren venir, que traigan algo de comer. Puedes llamarles ahora mismo y decírselo. Recuerdo aquella Nochevieja que pasamos todos juntos. Yo corriendo toda la noche con los platos, mientras tus damas se acomodaban en el sofá bebiendo vino y viendo las campanadas”.
“Lucía, ¿por qué hablas así?”, preguntó Adrián, sorprendido por su reacción.
“¿Y cómo debería hablar?”, replicó ella secamente y, sin esperar respuesta, se fue al dormitorio a cambiarse de ropa.
Lucía estaba furiosa con su marido, cuyas vacaciones habían empezado el día anterior. Lo único que la reconfortaba era saber que ese mes había ganado el doble de lo habitual. Suspiró, se acercó al espejo y empezó a quitarse el maquillaje mientras pensaba en sus planes para el día siguiente.
Lo ideal sería dormir hasta el mediodía, desayunar tranquila, limpiar un poco, pedir la compra online y preparar algo sencillo para la cena. No quería prisas ni ruido; estaba agotada del trabajo y soñaba con una celebración tranquila y acogedora.
“¿Cómo puedo conseguir que todo salga como he planeado?”, pensó, sopesando distintas opciones.
Ignorando a su marido, que iba de un lado a otro, Lucía entró en la cocina. Se sirvió un té caliente con limón y se sentó a cenar. Afuera, el ambiente era navideño: copos de nieve caían suavemente bajo la luz de las farolas, creando un ambiente mágico.
Por un momento, Lucía se quedó mirando por la ventana, olvidando su dilema. Pero luego sacudió la cabeza y volvió a la realidad. Entonces, tuvo una idea brillante, aunque arriesgada.
La mañana siguiente empezó como Lucía había planeado: a las doce en punto. Al despertarse, vio que Adrián ya estaba en la cocina, algo muy raro en vísperas de fiesta. Se puso su suave bata y fue a ver qué hacía.
“¿Qué estás preparando?”, preguntó, entrecerrando los ojos por la luz.
“He decidido hacerle un desayuno especial a mi mujer favorita”, sonrió Adrián mientras removía algo en un bol.
“Creo que se te está quemando algo”, rio Lucía al ver el humo que salía de la sartén.
Cuando al fin se sentaron a desayunar, Lucía le preguntó cómo pensaba recibir a los invitados si no habían comprado nada y la casa estaba sin limpiar.
“Es que no pude decirle que no a Carla”, respondió él sin mirarla.
“Claro, a tu hermana nunca le puedes decir que no”, dijo Lucía, arqueando una ceja.
“¿Tienes alguna idea? Ayer te vi pensativa. La verdad, me sorprendió que no montaras un escándalo”.
“Para empezar, podrías llamar a tu hermana y preguntarle si piensan traer algo. Al fin y al cabo son cuatro personas: dos adultos y dos niños”.
“Vale”, asintió Adrián.
Nervioso, cogió el teléfono y marcó el número de Carla.
“Hola, Carli. Lucía está planeando el menú y quería saber qué vais a traer para no repetirnos”.
Al otro lado, se oyó una risa. “¿Estás de broma? ¿Cuándo voy a cocinar yo? ¡Con dos niños! Esperábamos que Lucía, como siempre, se encargara de todo”, contestó su hermana con descaro.
“Pero los niños ya no son bebés, van al cole”, replicó Adrián.
De repente, se oyó un estruendo en el teléfono. “¡Ay, perdona! Los míos acaban de romper algo. ¡Hasta luego!”. Colgó.
Adrián volvió con Lucía, desconcertado.
“No traen nada, ¿verdad?”, preguntó ella, esperanzada.
“No y mamá tampoco. Ambas dijeron que quieren descansar y pasarlo bien, no cocinar”, resumió él.
“Ya me lo imaginaba”, murmuró Lucía, mordiéndose el labio. “Quiero ir a pasar Nochevieja con mis padres. Me lo propusieron el jueves, pero no te lo dije porque quería quedarme en casa. ¿Vendrás conmigo? No tenemos mucho tiempo para decidir”.
“Entonces tendremos problemas con mi familia”, dijo Adrián, preocupado.
“O tendrás problemas conmigo”, sonrió Lucía.
“Pues claro que elijo a mi mujer”, respondió él, levantando las manos en señal de paz.
Lucía decidió limpiar la casa para volver a un hogar ordenado en Año Nuevo. Mientras, Adrián fue a hacer la compra con la lista que ella le había preparado. Al entrar en el centro comercial, todo estaba decorado: luces brillantes, árboles de Navidad y figuritas de Papá Noel por todas partes.
Al pasar, Adrián se detuvo de golpe. “¡El árbol! ¿Cómo se me pudo olvidar?”.
Sin pensarlo dos veces, dejó todo y se fue directo al mercadillo navideño. Eligió un abeto pequeño pero bonito, cuyas ramas le hacían cosquillas en la cara mientras lo llevaba a casa.
Cuando abrió la puerta, Lucía se giró y se quedó boquiabierta. “¿Un árbol?”, preguntó, iluminándose su rostro.
“¿Lo decoras? Aún no he comprado nada de la lista, pero quería hacerte feliz”.
“Pero si siempre decías que no a los árboles naturales”.
“No sé”, se encogió de hombros. “Este año quería cambiar”.
El ambiente se llenó de espíritu navideño. Lucía, sin perder tiempo, sacó la caja de adornos y empezó a decorar el árbol. Colgó bolas y guirnaldas con cariño, y con cada adorno, la habitación se volvía más mágica.
Estaba tan concentrada que, cuando terminó, Adrián ya había vuelto. Tuvieron que darse prisa para prepararlo todo.
“¿Lo compraste todo?”, preguntó ella, revisando las bolsas llenas de comida y detalles navideños.
“Sí, menos el pescado. No estaba fresco. Pararemos en otro sitio de camino”, respondió él, y Lucía sintió cómo el corazón se le llenaba de calor.
No esperaba que su marido se implicara tanto. Había pensado que se negaría y acabarían recibiendo a sus familiares toda la noche.
Pronto

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–He invitado a mi madre y a mi hermana a pasar Nochevieja con nosotros –me dijo mi marido la tarde del 30 de diciembre–. ¿Podrás prepararlo todo a tiempo?