He cortado los lazos con mis padres por culpa de mi esposa

**Diario de un hombre roto**

Tengo 44 años y crecí en una familia que muchos envidiarían. Mis padres, cariñosos y dedicados ambos médicos con consultas propias en un pueblo cerca de Zaragoza y mi hermano, mi mejor amigo desde la infancia hasta la adolescencia. Un cuadro de felicidad perfecta, donde cada día estaba lleno de amor y apoyo. Pero todo cambió cuando ella llegó a mi vida la mujer que lo revolucionó todo y al final lo destrozó.

Conocí a Lucía en mi primer año de universidad. Era todo lo contrario a mí, como el día y la noche. Su infancia transcurrió en un orfanato, hasta que la adoptaron a los 11 años. Pero la felicidad duró poco: sus padres adoptivos se divorciaron, y Lucía se quedó con su madre, que pronto cayó en el alcoholismo. Su relación con su padre casi desapareció. Su vida fue una lucha constante, pero se mantuvo firme con una voluntad inquebrantable y la determinación de salir adelante. Después del instituto, entró en la universidad, pagándose los estudios con dos trabajos, estudiando hasta altas horas, y se graduó con honores. Esa fuerza me fascinó.

Nuestra relación empezó como un cuento de hadas, hasta que la llevé a casa. Lucía, que había crecido en la pobreza, miraba nuestra cómoda vivienda con un desdén apenas disimulado. No dijo nada entonces, pero más tarde, en medio de una discusión, gritó que éramos unos burgueses engreídos viviendo en un mundo de fantasía. Sus palabras me golpearon como un rayo, pero me tragué el orgullo, achacándolo a su pasado difícil. Superamos esa crisis, aunque ya empezaba a notarse una grieta.

Antes de la boda, le dije que mis padres querían pagar la ceremonia. Lucía estalló: «¡No les quiero deber nada!». Su voz temblaba de rabia, y no supe cómo calmarla. En secreto, hablé con mis padres, y para evitar problemas, me dieron el dinero sin que ella lo supiera. La boda fue preciosa, y ella se sentía orgullosa, creyendo que lo habíamos logrado solos, demostrando nuestra independencia. Yo guardé silencio, temiendo romper su ilusión.

Cuando supimos que tendríamos una hija, mis padres estaban radiantes de felicidad. Un día trajeron ropa de bebé pequeños vestidos y zapatitos. Esperaba una tormenta, pero Lucía les sonrió y les dio las gracias. Sin embargo, apenas cerraron la puerta, declaró con frialdad: «No más regalos de tus padres». No me atreví a decírselo a ellos su alegría por su nieta era tan sincera que no quería apagarla. Cuando preguntaban qué necesitábamos, mentía, diciendo que ya lo teníamos todo.

Pero la tormenta estalló antes del parto. Mis padres trajeron sin avisar un carrito nuevo caro, como el que habíamos visto en la tienda. Lucía palideció: «¡Es un lujo innecesario, llévenselo!». Las palabras volaron y estalló una pelea. Ella gritaba, los insultaba, mientras yo me quedaba paralizado. La visita terminó en escándalo, y poco después, Lucía entró en parto prematuro. ¿A quién culpó? ¡A mis padres! Dijo que el estrés había sido por ellos. Por primera vez, me rebelé: «¡Estás equivocada, ellos no tienen la culpa!».

Luego me planteó una elección terrible, como un juicio final. O me quedaba con ella y nuestra hija, pero cortaba todo contacto con mis padres y mi hermano, sin aceptar ni un euro suyo, o me divorciaba y no volvería a ver a mi niña. Mi corazón se partió en mil pedazos, la sangre me latía en las sienes. ¿Qué hacer? Elegí a mi mujer y a mi hija, apartándome de la familia que me había dado todo su amor. Renuncié al cariño de mis padres, a la herencia que nos habría asegurado una vida tranquila. Nos mudamos a otra ciudad, lejos del pasado.

Doce años sin escuchar la voz de mi madre, sin abrazar a mi padre, sin reír con mi hermano. Trabajo como profesor en un colegio, y cada fin de mes es un rompecabezas para llegar a fin de mes. Vivimos con lo justo, casi en la pobreza, porque Lucía odia recibir ayuda. La miro y ya no reconozco a la joven que me inspiró con su fortaleza. Ahora solo veo rabia odia al mundo, culpa a todos de que su vida no sea como la de los demás. Lo que amé en ella se ha convertido en repulsión, carcomiéndome por dentro.

Pienso en el divorcio. Los niños han crecido, y espero que entiendan por qué no puedo seguir así. Me equivoqué con Lucía profunda, irremediablemente. Su orgullo, que tomé por fuerza, resultó ser veneno, envenenando todo a su alrededor. Ahora me encuentro ante las ruinas de mi vida, preguntándome: ¿cómo pude estar tan ciego? ¿Cómo pude sacrificar a mi familia por una mujer que odia hasta la sombra de la felicidad?

**Lección aprendida:** A veces, confundimos el orgullo con la fortaleza, y el amor con la obsesión. Y al final, pagamos el precio con las cosas que más importan.

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He cortado los lazos con mis padres por culpa de mi esposa