Hasta que no se divorcie, no recibirá un centavo: le dije a mi hija que no la ayudaré más hasta que deje a su inútil

Cada día, nuestra casa se convierte más en el escenario de peleas. No entre mi marido y yo, sino por culpa de mi yerno. Este hombre, al que mi hija eligió como esposo, resultó ser un vago irresponsable hasta la médula. Lleva más de un año sin trabajar —hace algún chapuzón ocasional, pero el resto del tiempo se queda en casa. Mi hija carga sola con la familia y cría a dos niños pequeños, mientras está de baja maternal. ¿Y él? Simplemente existe.

Claro, mi hija no puede trabajar a tiempo completo —los gemelos requieren atención constante. Le ofrecí ayuda. Pero con una condición. Sí, dura y concreta: no daré ni un euro más hasta que no se divorcie de ese parásito. Porque ayudarla a ella es, en cierta forma, mantenerlo a él también. Y yo no pienso financiar la pereza de nadie.

Desde el principio, Álvaro no me cayó bien. Tenía esperanzas de que todo pasara, que ella recapacitara. Pero ay —se casaron. Juventud, amor, ilusiones… le nublaron el juicio. Y ahora estamos pagando las consecuencias.

Mi marido y yo les dimos el piso de la abuela. Antes lo alquilábamos, y era nuestro único ingreso extra aparte de la pensión. Pero los jóvenes no tenían dinero para alquilar, así que cedimos. Solo les pedí una cosa: haced una reforma mínima, renovadlo para que sea acogedor para los niños.

Álvaro, como siempre, dejó clara su postura:
—Yo no me pongo con eso. No soy manitas, soy de letras. Eso que lo haga quien se dedique a ello. Hay que contratar profesionales.

¿Con qué dinero, por Dios? No ha ganado ni para un destornillador. Lo único que sabe es filosofar y quejarse de su mala suerte. No puede trabajar por las tardes, los fines de semana “toca descansar”. Está acostumbrado a que todo le caiga del cielo.

Cuando le dije claramente que era un vago, se ofendió. “Usted no es justa conmigo”. ¿Y mi hija? En vez de apoyarme, me reprochó:
—Por tu culpa hemos discutido otra vez. ¿Por qué te metes?

Decidí apartarme. Pero dejé claro: si te has metido en este lío, afronta las consecuencias. No vengas después con la mano extendida. Pero cuando supe que esperaba de nuevo, y encima gemelos, se me partió el alma. Pensé que Álvaro reaccionaría, pero nada —cero cambios. Tuvimos que hacerlo todo nosotros: terminar la reforma, buscar cunas, llevarla al médico. Y él, como siempre, en el sofá con el portátil.

Lucía, aunque lo intentaba con todas sus fuerzas, empezaba a entender con quién se había casado. Entre los dos, con mucho esfuerzo, preparamos el piso. Todo con nuestras manos. Él, eso sí, luego compró algo en rebajas, pero eso no es excusa. Cuando tienes una familia, debes ser un hombre. Y él es solo un inquilino en una casa donde otros hacen el trabajo.

Después descubrimos cómo estaban sobreviviendo: con una tarjeta de crédito. No nos dijeron nada. Lo ocultaron. Hasta que llegó la llamada:

—Mamá, no llegamos a fin de mes. Ayúdanos…

Estaba furiosa.
—¡Lucía! ¿Has tenido hijos con un hombre que no sabe ni cambiar una bombilla! ¿Cómo pensabas sacar esto adelante sola?

—Es solo una mala racha…

—¡Qué racha! Tienes casa, tienes padres que lo sostienen todo. ¡Y él ni siquiera busca trabajo serio! O el sueldo es bajo, o el horario no le va, o el trayecto es largo…

—Mamá, no lo entiendes… ¡Él busca! Pero no quiere trabajar por cuatro perras.

—¡Y nosotros vivimos con cuatro perras! Tú, tus hijos, él… ¡a costa nuestra!

Estoy harta. No pienso seguir siendo su vaca lechera. Le dije:
—Hasta que no te divorcies, olvídate de nuestra ayuda. Ni un céntimo más. Si quieres vivir con él, adelante. Pero sola.

Se echó a llorar.
—¿Quieres que mis hijos crezcan sin padre?

Y yo le solté lo que llevaba tiempo callando:
—Mejor sin padre que con uno así. Sin el ejemplo de un hombre que vive a costa de los demás.

Soy su madre. Pero no quiero ser una víctima. Quiero ver a mi hija criar a sus hijos con un hombre, no con un lastre. Quiero que se respete. Y no que mendigue ayuda mientras él toma café con magdalenas. Di todo lo que pude. Y ahora —basta.

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MagistrUm
Hasta que no se divorcie, no recibirá un centavo: le dije a mi hija que no la ayudaré más hasta que deje a su inútil