Hasta el final

Hasta el final

Elena volvió a mirar la mesa vacía. El reloj marcaba las nueve, y de Víctor ni una llamada, ni un mensaje. “Otra vez se ha quedado trabajando”, pensó, aunque no se creía su propia mentira.

En el último mes, esas “tardanzas” se habían vuelto demasiado frecuentes. Al principio, era una vez cada dos semanas. Después, semanalmente. Ahora parecía que su marido había dejado por completo de llegar a casa a tiempo.

Elena recordaba perfectamente cómo había empezado todo. Al principio, Víctor decía que había crisis en el trabajo proyecto importante, plazo ajustado. Ella le creía y esperaba hasta tarde.

Luego, las excusas se volvieron cada vez más absurdas. El lunes, llamó para decir que se había quedado atrapado en el aparcamiento porque un bulldozer limpiaba la nieve y no le dejaba salir. Elena guardó silencio, pero lo observó con atención. Sabía perfectamente que en su empresa había un parking subterráneo, donde ni diez bulldozers habrían podido entrar.

El miércoles, “había tenido una reunión importante”, aunque en su empresa apenas había juntas. Y si las había, eran por Zoom por la mañana.

Ayer, llegó con la mejor excusa: se había quedado en la oficina porque… le dolía el estómago y había pasado más de una hora en el baño.

Elena no era tonta. Sabía que Víctor escondía algo. Y no quería sacarle la verdad a la fuerza. Pero, ¿qué podía ser?

¿Cómo te sientes? le preguntó, intentando sonar tranquila y preocupada.

Víctor, que acababa de entrar en casa, se desplomó en la cama y suspiró hondo.

No muy bien respondió, frotándose el estómago. Comí en un buffet, creo que me ha sentado mal…
Ay, qué horror. Me imagino lo mal que debes estar dijo Elena con voz exageradamente compasiva, observando su reacción. Vamos, te traeré un medicamento. Ayuda mucho.
¡No! se incorporó Víctor de golpe, pero volvió a caer en la cama al darse cuenta de que casi gritó.
¿Qué pasa? preguntó Elena, fingiendo sorpresa.
Los chicos del trabajo me dieron unas pastillas. No recuerdo el nombre, pero me aliviaron.
Ah, vale dijo Elena, encogiéndose de hombros. Pero la próxima vez recuerda cómo se llaman, no vaya a ser cualquier cosa…
Tienes razón sonrió Víctor, tenso. Voy a ducharme y me acuesto, que me siento fatal.
Claro respondió Elena, acariciándole la mejilla antes de salir del dormitorio.

En cuanto Víctor entró en el baño, Elena corrió a la cocina. Se quedó junto a la mesa, apretando con nerviosismo el móvil de su marido. Sus ojos escanearon la pantalla. Mensajes, llamadas, redes sociales nada sospechoso. Pero entonces pensó en revisar las aplicaciones bancarias.

“Transferencia: 5.000 euros a nombre de Ángela P.”, leyó Elena para sus adentros, y todo su cuerpo se tensó. Oyó que Víctor cerraba el grifo. Cerró todas las pestañas con prisas y dejó el móvil en el dormitorio.

No debo asustarme, no debo asustarme se susurró, como un mantra. ¿Quién diablos es Ángela P.?

Intentó recordar. ¿Una compañera de trabajo? ¿La contable?

Esa noche, el sueño no llegó. Elena se retorcía en la cama enorme, que ahora parecía fría y vacía. Víctor dormía plácidamente a su lado, sin sospechar que su esposa estaba devanándose los sesos. En algún momento, se durmió, pero incluso en sueños la atormentaban imágenes angustiosas, frases truncadas.

El despertar fue brusco, como tras un susto.

¡Ángela! el nombre le atravesó la mente como un cuchillo. La ex de Víctor, de quien él apenas hablaba, describiéndola como “un flechazo de juventud”.

Elena se sentó en la cama, sintiendo el sudor frío correrle por la espalda. Ahora todo empezaba a cobrar sentido: las tardanzas, las excusas ridículas, las “indigestiones”. Y ahora, esa gran suma de dinero…

Se cubrió el rostro con las manos, intentando calmar el temblor.

“Flechazo de juventud” retumbaba en su cabeza.

No pudo volver a dormir. Se quedó hasta el amanecer, mirando a Víctor, tratando de encajar las piezas del rompecabezas.

La sospecha de que Ángela era su ex era ahora clara. Pero, ¿qué relación podían tener después de tantos años? ¿Y por qué le había enviado tanto dinero?

Se levantó en silencio, sin despertarlo. En la cocina, preparó café y tomó una libreta. Necesitaba un plan.

“¿Qué hago?” la pregunta le martilleaba la cabeza.

¿Hablar directamente con Víctor? Pero él mentía una simple conversación no sacaría la verdad.

¿Contratar a un detective? Parecía excesivo. Ni siquiera sabía dónde buscar uno.

¿Buscar ella misma a Ángela?

Sabía que no podía esperar. Cada día de demora podía empeorar las cosas. Pero, ¿cómo actuar sin que Víctor se diera cuenta?

Decidió empezar por lo más simple: investigar sus redes sociales. Quizá encontraba pistas fotos viejas, recuerdos, amigos en común…

Abrió el portátil y revisó su perfil. La mayoría de las fotos eran recientes familia, trabajo, vacaciones. Pero, al final, encontró algunas imágenes antiguas. En una de ellas, Víctor, con el pelo más largo, estaba junto a una chica. Elena observó con atención el rostro de la desconocida.

Era Ángela. La ex de la que hablaba Víctor.

Cerró el portátil y respiró hondo. Ahora sabía que tenía dos opciones: cerrar los ojos y seguir con su vida, arriesgándose a una situación peor, o descubrir la verdad, por dolorosa que fuera.

La elección era clara. Tenía que saber. Y lo descubriría, costara lo que costara.

Esa noche, Elena estaba en el salón, retorciendo el móvil entre sus manos. Ya tenía preparado su discurso para una conversación seria, cuando la puerta se abrió.

Tenemos que hablar dijo Víctor desde el umbral. Su voz sonaba incómoda y cansada.
Yo también quería hablar contigo empezó Elena, pero él…

Y al final, Elena comprendió que, a veces, perdonar no significa olvidar, sino elegir seguir adelante juntos, incluso con las sombras del pasado.

Rate article
MagistrUm
Hasta el final