¿Hacer amigos o no hacer amigos?

—¡Papá, no seas así! No te estoy pidiendo que te metas en el Ministerio de Tontos, solo que te registres en ‘ColegasDelAula’ —llevaba casi una hora Javier intentando digitalizar a su padre, soltarlo como un pececillo en el océano infinito de las redes sociales. Pero el viejo se resistía.

—¡No quiero nada de eso! —escondía el teléfono de botones, al que ya habían llegado diez códigos de activación—. Vosotros movedaros como sardinas en vuestras redes, pero a mí no me metas. Ya tengo bastantes vicios, ¿para qué quiero uno más?

—Para hablar, papá. Encontrarás a tus compañeros de clase, del trabajo, del servicio militar…

—¡Dios me libre! —asustado, el padre tiró el móvil por la ventana. Por suerte, no se rompió: vivían en un primero—. ¡La mitad ya estarán criando malvas! Ya tendré tiempo de charlar con ellos.

—Pues la otra mitad sigue viva. Habla con ellos. Porque, aparte de mí y de Lucía, solo conversas con los estafadores del teléfono.

—¡Y al menos ellos me escuchan! Ayer hablé tres horas con la encantadora Laura, del departamento de créditos de la cárcel de Alcalá. ¿Sabes lo difícil que es ofrecer servicios financieros después del cierre?

—¿Podrías probar, al menos? Una semana. Te prometo que si no te gusta, te dejo en paz.

—Vale. Pero entonces vienes conmigo al fútbol en mayo —negoció el padre.

—Ya te dije que estaré en Cádiz por trabajo ese día —Javier hablaba desde la calle, buscando el móvil entre los arbustos.

—Dijiste que quizá no irías —asomó el padre por la ventana.

—Quizá no. Ya te avisaré. Dame cinco minutos, lo organizo todo. Serás un hombre normal, hablando con el mundo entero.

El hijo volvió con el móvil y se sentó frente al viejo ordenador.

—No necesito ese mundo…

—¿Dijiste algo?

—Regístrame ya, traficante digital.

La idea de ‘ColegasDelAula’ había sido de la mujer de Javier, harta de que su suegro llamara en el peor momento para soltar rollos interminables. Primero, que les contara sus batallitas cansinas a otros. Segundo, que quizá saliera menos de casa. Porque estos viejos siempre se escapan. Van a por pan en oferta y acaban perdidos por media provincia.

—Estás hablando de mi padre —recordaba Javier.

—Pues yo hablo por experiencia —replicaba su mujer.

Y ahí terminaba la discusión.

—Javier, alguien me pide amistad —llamó el padre esa misma noche, preocupado.

—¡Genial! Acepta y ya hablaréis.

—¡Pero si no conozco a este tipo! ¿Cómo sabe de mí? Ni siquiera he entrado en esa red. ¿Qué clase de frescura es esta?

—Rellenamos tus datos: estudios, trabajos, aficiones… Quizá fuisteis al mismo colegio.

—¡Eso fue hace siglos!

—Pues igual cazabais mamuts juntos. Prueba, a ver qué tal. Tengo que trabajar, hablamos luego.

—Me has buscado un buen lío…

La siguiente llamada llegó cuatro días después:

—Javier, ¿puedes recogerme en la estación?

—¿En la estación? ¿Qué haces ahí a estas horas? —el hijo miró el reloj. Su mujer tenía razón: el viejo se estaba convirtiendo en un trotamundos.

—Llevo cuarenta minutos esperando el maldito autobús. Más valía ir andando, pero se me rompió la rueda de la maleta.

—No te muevas, voy para allá.

—Cómo voy a moverme, si ya tengo mi chófer particular en su carroza china.

Encontró a su padre en un banco de la estación, afeitado, planchado, con zapatos nuevos.

—¿De dónde vienes? —preguntó Javier, guardando la maleta.

—De casa de Rafa Márquez. Vive en Toledo —respondió cansado.

—¿En Toledo? ¡Eso son cinco horas! ¿Y quién es Rafa?

—Un amigo. De ‘ColegasDelAula’ —el padre miraba por la ventana, pensativo—. Bueno, la amistad está en duda. Es del Atlético, y ya sabes lo que opino de ese equipo…

—Espera —Javier redujo la velocidad al pasar un badén—. ¿Acabáis de conoceros y ya has ido a verlo?

—¡Claro! No acepto a cualquiera. Hay que mirar a la gente a los ojos, saber qué piensa, cómo vive, a quién vota…

—Papá, en las redes no hace falta todo eso. La gracia está en hablar a distancia.

—Ah, ¿y los niños ahora también se hacen por videollamada?

—¿Qué tiene que ver?

—¡Todo, Javier! Yo no me relaciono con desconocidos. Mis amigos son gente de confianza. Punto.

—Vale, tranquilo —no quería asustarlo y que volviera a encerrarse—. Pero avísame si viajas otra vez.

—¡Orden recibida! —el padre hizo un saludo militar y pidió parar a comprar un móvil con internet.

La siguiente llamada llegó un sábado, durante un viaje de trabajo:

—Me voy a Bilbao, vuelvo el lunes.

—Papá, tengo mala señal. ¿Has dicho que te vas a Bilbao?

—Bilbao, sí. Tengo dos amigos nuevos allí. Resulta que estuvimos en el mismo batallón, aunque en años distintos. No te preocupes, ya sé pedir taxi con la app.

—¡Estás loco! ¡Espérame! Pronto voy y vamos al fútbol juntos.

—Lo siento, Javier, despegamos y no te oigo. Nos vemos en el partido.

***

A los días, Javier revisó el perfil de su padre. Ya tenía cinco amigos. Uno era de su ciudad, lo cual era esperanzador, pero una tal Clara Durán vivía en Galicia. A Javier le recorrió un escalofrío.

Al volver, quiso esconderle el pasaporte, pero ya se había escapado a Málaga. Cuando se vieron, el viejo estaba moreno, con una camisa artesanal y —lo más alarmante— un tatuaje del Barça.

—Me lo hizo Nuria, de Valladolid. Buena chica. Nos conocimos en un grupo de aficionados al bricolaje. El sábado vienen ella y su marido, vamos al fútbol.

—¡¿Qué Nuria, qué partido?! ¡Íbamos a ir juntos!

—Pues venid con nosotros. Aunque a tu mujer le mandé solicitud hace tres semanas y aún no responde.

—No puedo, estaré en Cádiz…

—Pues yo también voy el lunes. Tengo un colega nuevo allí. Podemos tomar un café con polvorones.

Su padre era otro. Usaba palabras nuevas, tenía brillo en los ojos.

—Voy a trabajar, no a “tomar polvorones”. Y no conozco a tus amigos.

—Yo tampoco. Ayer conocí a uno que resulta ser del Ministerio de Tontos. El jefe, creo. Por cierto, tienes cinco amigos en Cádiz.

—¿En serio?

Javier intentó recordar quiénes eran, pero solo sabía el nombre de siete contactos entre sus quinientos.

—¿Y de dónde sacas dinero para estos viajes?

—He vendido la parcela.

—¡¿La parcela?! ¡Te encantaba ir allí!

—A vosotros os encantaba dejarme allí todo el fin de semana para que os recogiera fruta. Yo me moría de aburrimiento. Si no fuera por Laura, de la cárcel, me hubiese puesto a dar ciruelas yo mismo. Oye, ¿me acercas a su trabajo? Le redujeron la condena por colaborar. Quiero conocerla antes de que salga.

Javier tragó saliva, pero no pudo negarse.

Esa noche,Al día siguiente, Javier le envió una solicitud de amistad a su padre en ‘ColegasDelAula’, pensando que, al fin y al cabo, tal vez el viejo tenía razón: algunas conexiones merecían hacerse en persona.

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