¡Haceos un hueco, que venimos a vivir aquí unos diez años!

Hazme un hueco, que nos vamos a quedar aquí una década

Mi suegra se quedó callada un momento y luego soltó:
Ay, Icíar, es que Valeria es una mujer muy avasalladora Cuando se le mete algo en la cabeza Tú también entiéndela: quiere que Natalia estudie, que tenga una carrera, que no le falte de nada…
¿A mi costa? Icíar se detuvo delante del espejo.
Del reflejo la miraba una mujer pálida, con el pelo hecho un desastre.
Señora Teresa, párelas, por favor. Que se bajen en la estación más cercana y vuelvan a casa. Yo no las pienso recibir. Y desde luego, a mi piso no entran.
¿Y cómo quieres que las pare? empezó a lamentarse mi suegra. Si es que ya están de camino. Valeria ha pedido un préstamo para la universidad, y no tienen ni un sólo euro para un alquiler. Ella de verdad confiaba en que la ayudaras. Icíar, mujer, echa a los inquilinos, ¿qué te cuesta? Que son sangre de tu sangre
¿Sangre de mi sangre? A tu sobrina Natalia la he visto dos veces en mi vida ¿Me pides que eche a la calle a una familia, deje a mis padres sin apoyo, y a mi hija sin actividades, solo porque tu hermana Valeria lo ha decidido?
En ese momento me pitó el móvil. Ni me quité el abrigo antes de sacar el teléfono. Era un mensaje de Valeria, la hermana de mi suegra.

Icíar, ¡hola! Ya vamos en el tren. Salimos a las 19:40, mañana por la mañana llegamos a Atocha. Ven a recogernos, estaré con Natalia.

Pásame la dirección de tu pisito, que la otra vez no lo apuntamos. ¿Dónde recogemos las llaves?

Me quedé de piedra. Leí el mensaje tres veces, esperando que fuera un error. ¿Qué piso? ¿Y Natalia?
Mamá, ¿por qué te quedas ahí parada? asomó Inés, mi hija, desde el pasillo. Tengo hambre.
Ahora voy, cariño le acaricié la cabeza casi sin darme cuenta, sin despegar los ojos de la pantalla.

Marqué el número de Valeria. Descolgó al instante. Se escuchaba el traqueteo del tren y alguna risa al fondo.
¡Hola, Icíar! me saludó eufórica, de una forma que sonaba forzada. ¿Has visto el mensaje? ¡Queríamos darte una sorpresa, para que no te molestes cocinando! Compramos nosotras la compra.
Valeria, espera. No entiendo nada. ¿A dónde vais?
¿Cómo que a dónde? ¡A Madrid, mujer! Que Natalia ha entrado en la universidad, ¿no te acuerdas? Al final, de beca nada, pero bueno, ¡mejor en régimen de pago que nada!

Ya ves, hemos empaquetado y vamos directas a acomodarnos en tu piso.

¿En mi qué? me apoyé contra la pared. ¿Al piso de Ciudad Universitaria que alquilo desde hace seis años? Pero, Valeria, ¿estás loca?
Ay, no te pongas así cambió de tono de golpe. ¡Hace seis años, cuando tu abuela te dejó el piso, lo hablamos en la sobremesa! Yo ya dije: Mira qué suerte, cuando Natalia venga a estudiar tendrá donde quedarse. Y tú no dijiste nada, así que diste el visto bueno. Nosotras siempre lo dimos por hecho.
¡Me callé porque pensé que era una tontería! casi chillé. Jamás he pensado meter allí a nadie de la familia.
Allí vive gente desde hace años: un matrimonio con un niño. Tengo un contrato, pagan muy puntualmente. Con ese alquiler viven mis padres que son jubilados, y mi hija puede ir a sus clases de ballet y natación.
¿En qué estabais pensando cuando comprasteis los billetes?
¡Pensábamos en la familia! me chilló Valeria. ¿O es que en Madrid ya perdéis hasta la vergüenza?
¿Vas a dejar a tu prima tirada en Atocha? ¿Ya le has contado esto a tu marido? ¿Sabe que trata así a su propia familia?
Mi marido está de viaje por Algeciras, no tiene apenas cobertura. Y el piso es mío, Valeria. Mío. ¿Lo entiendes?
Se lo compró mi abuela, me lo dejó a mí. Pablo no pinta nada en este asunto.
¡Ah, ya veo por dónde vas! ¡Natalia, escucha! ¡La mujer de tu tío pasa de ayudarnos! Ya nos veremos, Icíar, ya Mañana te vemos en el andén.
Colgó sin despedirse. Yo me quedé boquiabierta.
Inés, vete a la cocina, hay un poco de lasaña en la nevera. Caliéntate un plato, cariñole grité con la voz temblorosa mientras llamaba a mi suegra.

Teresa tardó en descolgar.
Sí, Icíar, dime
¿Sabía usted que su hermana y su sobrina vienen a Madrid a instalarse en mi piso?
Bueno Valeria comentó algo, yo pensé que lo teníais pactado balbuceó mi suegra.
¿Con quién pactado? empecé a dar vueltas por el pasillo. Llevo seis años alquilando ese piso.
La mitad del dinero va a mis padres para sus medicinaseso tú lo sabes, que con lo que cobran de pensión no llegan.
La otra mitad paga las actividades de Inés.
¿Por qué no les dijiste que era inviable?
No me grites se puso digna. Bastante tengo yo, que no pinto nada. Arreglaos entre vosotras.
Eso sí, no molestes a Pablo, que está con líos de trabajo y ya bastante tiene
Solté el teléfono en el sofá. Pablo siempre intentaba mantenerse aparte con los temas familiares, pero cuando se trataba de su madre o de su tía, se volvía de lo más blando.
A ver, Icíar, que ellas son de pueblo, hija, no ven la vida como nosotros decía siempre. A veces es mejor ceder un poco, ya sabes.
Intenté llamarle pero: El abonado está fuera de cobertura. Siempre igual, justo cuando hace falta, desaparece.

***

Vaya movida gorda la que se montó. Valeria empezó a llamarme a las cinco de la mañana, exigiendo que fuera ya mismo a recogerlas.
Estamos agotadas y muertas de hambre. Y hace un frío que pela en la estación ¿Sigues durmiendo o qué? ¡Levántate ya y vente en quince minutos!
Medio dormida me costó hasta saber quién era. Cuando caí, le solté de mala gana:
Olvídate de mí. No voy a buscaros y no vais a entrar en MI piso. Mejores cosas tengo que hacer. Harta me tenéis.
Después de la décima llamada, bloqueé el número de Valeria. Luego empezó la hija, Natalia, y también bloqueé ese.
Durante el día, mi suegra no paró de enviarme mensajes, primero suplicando, luego intentando convencerme de que ayudara a la familia y después amenazando con contarle todo a Pablo
Esa misma tarde se presentó Pablo, que llegó de Algeciras sin avisar.

¿Qué pasa aquí? dijo nada más entrar. ¿Por qué mamá dice llorando que has puesto a tía Valeria en la calle?
Tras abrazarle y besarle, le conté:
Han venido sin avisar, exigiendo que eche a los inquilinos y que Natalia viva gratis como mínimo cinco años en el piso.
Pablo, ¿de verdad eso lo hace gente normal? ¿Acaso no tienen ya suficiente cara?
Y hasta donde yo sé, ya se han acomodado en casa de tu madre, y tan anchas.
¿Y tú, por qué has venido?
Porque mi madre me ha puesto la cabeza como un bombo y Valeria ni te cuento
Icíar, ¿no podríamos ceder un poco? Hasta que consigan una residencia
Negué con la cabeza:
No hay ninguna residencia, Pablo. Ni la han pedido. Valeria contaba con tener ya la vivienda. Mi piso.
¿Tú te das cuenta de la jeta? Ni buscaron alternativas, simplemente venían a ocupar su piso.
Mi madre dice que tú lo prometiste hace seis años
Ese día, Icíar, fue en un funeral. No estaba para chascarrillos absurdos.
Valeria está furiosa. Dice que ya no existimos para ellas. Al final no se quedan en casa de mi madre, que vive muy lejos de la uni.
Les pasé mil euros para que alquilaran algo
¡Y menos mal! di un golpe en la mesa. Es la mejor noticia del día. Prefiero ni discutir lo del dinero. Que se apañen y me dejen en paz.
Pablo suspiró y bajó la mirada:
Icíar, han cogido una habitación en una pensión cutre. Valeria está que trina, que si hay cucarachas y vecinos borrachos
Pues que se adapten. Si uno quiere vivir en Madrid, hay que moverse, no esperar que caiga del cielo un piso de los parientes, a los que ni felicitas por sus cumpleaños
Me fui a la habitación, y Pablo me siguió.
Icíar, no sé, me siento fatal. Parece que las hemos dejado tiradas.
¿Y si las pasa algo? ¿Y si los vecinos son violentos? ¿No te da pena Valeria?
Me giré, seria:
Pablo, tengo una hija y unos padres que dependen de mí. Y un piso que mi abuela sudó para conseguir.
No voy a regalarlo solo porque a seiscientos kilómetros alguien ahora lo cree más suyo que yo.
¿A santo de qué tengo que compadecerlas?
Mi marido calló, y yo zanjé:
¿Quieres cenar? Voy a calentar algo. Y basta ya. Si quieres ayudarles, hazlo, pero de tu sueldo.
El piso se sigue alquilando, y punto.
Tienes razón. Yo tampoco me alegraría si tus padres aparecieran en casa de los míos diciendo: Hazme hueco, que nos quedamos diez años.

Al acabar la cena, Pablo se fue a la ducha. Entonces vi el móvil: mensaje sin leer de mi suegra.
Icíar, no puede ser. Valeria está mala de los nervios. Llévales algo de comida, por lo menos.
Cómprales bastante para unas semanas.
Carne, verduras, fruta, bombones, café, té, cosas de aseo, aceite de oliva
Y si puedes, pescado, pero nada de latas, que Valeria eso no lo come. Te paso la dirección:.
Bloqueé a mi suegra también. Que se quede en la lista negra unos días, que descansará.

***

La noche fue tranquila, por fin, sin tanto teléfono.
Pero Valeria apareció al día siguiente, justo a las siete de la mañana.
Desperté de golpe al oír los golpes en la puerta.
Pablo, dormido, así que tuve que abrir yo.

Nada más verme, la hermana de mi suegra entró ya quejándose:
¿Así que tú en tu camita, calentita y a gusto, eh?
¿No vas a preguntar cómo hemos pasado la noche Natalia y yo?
¡Un desastre! Caían bichos del techo, el cuarto frío, sucio, el suelo helado
A la derecha estuvieron cantando Clavelitos toda la noche, y a la izquierda no pararon de pelearse.
¿No tienes vergüenza? ¿Vas a dejar que tu familia viva así?
Mira, no quiero discusiones contigo. Si no quieres echar a los inquilinos, pues nada. Pero entonces nos mudamos a tu casa.
Total, tenéis una de tres habitaciones, así que una nos puedes dejar, pero grande, que somos dos.
Eso sí, solo un par de meses, o medio año, hasta que Natalia se asiente.
Me quedé de piedra.
Ni se te ocurra volver por aquí. Si quieres que llame a la policía, lo hago, sin problema.
Deja de buscarme la ruina o acabamos fatal.
Su cara se puso roja de rabia.
¡Tú Ojalá tu hija acabe limpiando escaleras sin estudios!
¡Pero ya te llegará tu momento! El mundo da vueltas

Y le cerré la puerta en las narices. Se quedó gritando un rato en el rellano, luego se fue.

***

Tras la bronca, mi relación con mi suegra se rompió del todo. Teresa ya no me habla.
Pablo sigue visitándola y ayudándola, a veces le lleva a la nieta, pero ella ya no quiere pisar nuestro piso.
Yo, en el fondo, estoy hasta contenta. Menos quebraderos de cabeza.

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MagistrUm
¡Haceos un hueco, que venimos a vivir aquí unos diez años!