«Hace dos años que no hablamos con nuestra hija. Hace un año dejó de contestar las llamadas»

Hace ya dos años que no escucho la voz de mi hija. Lucía sube fotos a las redes, habla con sus amigas, vive su vida. Pero a mí ni me llama ni me escribe. Lucía es una mujer adulta, tiene una hija de dos años y un marido, viven en su propio piso en Zaragoza. Siempre fui exigente—conmigo y con los demás. Lucía no fue la excepción.

Ser padre es sinónimo de ser severo. Quería que Lucía sacara buenas notas, ayudara en casa, se cuidara. Y ahora, aunque tenga su propia familia, no puedo ignorar sus fallos. Cuando iba de visita, sin querer, notaba el desorden: ropa por el suelo, platos sin lavar, armarios hechos un desastre. «¿Cómo se puede vivir así?», le preguntaba, mientras recolocaba su ropa en los estantes. Lucía suspiraba como una adolescente y empezaba a limpiar, solo para que yo dejara de refunfuñar.

Su hija crece en una habitación descuidada, los platos llevan semanas en el fregadero, y su marido, en mi opinión, no sirve para nada. ¿Quién, si no su madre, le va a decir la verdad? Pero hace un año todo cambió. De repente, dejó de contestar mis llamadas. La noche anterior, le había contado que la hija de mi sobrina, con solo tres años, ya leía. Lucía frunció el ceño y me preguntó por qué comparaba a su niña con otras.

¿Cómo no comparar si la diferencia salta a la vista? Esa fue nuestra última conversación. Después supe que cambió las cerraduras del piso y no quiere verme. Pensé que sería un enfado pasajero. Que entraría en razón, vendría y se disculparía. Pero el tiempo pasó, y ella seguía en silencio.

En agosto fue mi cumpleaños. Esperé al menos un mensaje, pero Lucía ni se acordó de su madre. Al día siguiente, sin poder contener la rabia, la llamé desde un número desconocido. «Si no quieres hablar conmigo—le dije—, ¡desalojas mi piso y te buscas otro sitio!»

La cosa es que, seis años atrás, antes de su boda, le puse el piso a su nombre. Su marido ganaba cuatro perras, y quise ayudar—podía permitírmelo. Pero ahora que me ha borrado de su vida, ¡que se busque otro techo! Lucía respondió fríamente: los papeles están en regla, el piso es legalmente suyo, y nadie puede echarla.

¿De verdad no tengo razón? Si es tan independiente, ¡que lo demuestre buscándose su propio hogar! Le di todo, y a cambio solo recibí vacío. El corazón me duele, pero no puedo perdonar esta traición.

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