¡Debería haberme preparado antes para la llegada del bebé!
Mi salida del hospital fue bastante peculiar. Mi marido, Javier, estaba trabajando y vino a recogerme directamente desde la oficina. Le había pedido que pidiera vacaciones o al menos un par de días libres, pero su jefe se lo negó. Insistí mucho en que debía dejarlo todo listo en casa para cuando naciera el niño, y él me prometió que lo haría. Si lo hubiéramos organizado antes, habría dado tiempo de lavar la ropa, comprar lo necesario y dejar el piso listo. ¡Pero nada de eso! Así que, aquí estoy, anotando mis desvelos en este diario, decepcionada confieso, con 30 años y madre primeriza.
¿Cumplió Javier su promesa? Pues la verdad, no. Cuando ingresé al hospital iba sin haber preparado nada. Volví a casa y aquello parecía el rastro tras una tormenta. Qué vergüenza pasé delante de mi familia, que vino a conocer al bebé. Había tanto polvo en las estanterías que se podía dibujar en él con el dedo. No teníamos carrito, ni cómoda, y ni siquiera se había molestado en comprar alguna ropita para el pequeño. Menos mal que mis amigas me trajeron pañales, si no, ni sé cómo habría salido del paso.
Javier y yo nos casamos hace seis años. Decidimos esperar para tener hijos hasta encontrarnos en una situación un poco más desahogada. Cuando por fin llegó el momento, yo hablé con mi jefa y, nada más contarle que estaba embarazada, me despidió en el acto. Hay quien hubiera luchado, pero yo lo interpreté como una señal y me lo tomé con calma. Me dediqué a prepararme para ser madre: bordaba, leía, paseaba. Además, no nos preocupaba el dinero porque Javier acababa de ser ascendido.
El embarazo fue bien. Aproveché ese tiempo para elegir con tranquilidad las cosas del bebé. Pero Javier insistía en que nada de comprar antes de tiempo, mejor después del parto, decía, tradición familiar, según él. Mi hermana me prometió una cómoda y una cunita, y fue apartando algunas cosillas. Me pidió que fuera a recogerlas antes, que las lavara y preparara, pero no me dejaban hacer nada, sólo pude preparar la bolsa del hospital. Qué impotencia.
Pero cuando se puso todo en marcha y llegó el momento de parto, Javier se dio cuenta de que faltaba de todo ¡y que el gasto era enorme! Durante el parto no podía dejar de pensar que ni siquiera había sacado la ropa de la lavadora y ahí se quedó, húmeda, hasta que regresé.
Por suerte, mis amigas me trajeron ropa y pañales, así que el niño tenía al menos algo limpio que ponerse. Pero Javier se pasó un día entero de tienda en tienda por Madrid, recogiendo cosas prestadas y comprando por aquí y por allá. Claro, todo lleno de polvo, manchas y mal olor. Me pasé horas lavando y esperando a que todo se secara. En ese momento, reconozco que quise mandarlo todo al garete, divorciarme de golpe y olvidarme del mundo.
Durante varios días, estuve organizando y limpiando la casa sin parar. Han pasado ya dos meses desde que nació nuestro hijo y aún no me apetece que nadie venga a vernos.
Mis familiares dan por hecho que ya ha pasado tiempo suficiente y que toca invitarles a comer, montar una comida por todo lo alto ¡Como si nada! Ya se han encargado de buscarme un nuevo trabajito. Me pone de los nervios.
Mi madre no entiende por qué no me ven feliz. No se da cuenta de que no todo estaba preparado antes. Debería haberme anticipado, dice. ¿Cómo he podido pasar nueve meses en casa sin dejarlo todo listo? Podía haber pedido a Javier que subiera los muebles, que limpiara, que se involucrase más Y seguro que, insistiendo, habría cambiado de opinión con lo de las compras antes del nacimiento. Al final, hay que encargarse una misma de todo, porque ¿quién va a confiar en los hombres para estas cosas?
¿Debería, según tú, reprocharle todo esto a mi familia? ¿O en realidad es culpa mía? ¿Tendría que haber dejado todo preparado yo sola? ¿Qué harías tú en mi lugar?







