Gracias, pero no quiero unas vacaciones así.

¡Gracias, pero no quiero unas vacaciones así!

—¡Tengo una noticia buenísima! —anunció Alejandro al entrar en el piso—. ¡Nos vamos de viaje!

Lucía, sin embargo, recibió la noticia sin el entusiasmo esperado. Y eso la sorprendió incluso a ella. Después de todo, su pareja llevaba meses hablando de escapar juntos a una playa cálida, lejos del grisáceo invierno de Madrid… Y ahora que los planes por fin se materializaban, ¿dónde estaban sus ganas de celebrarlo?

Alejandro, perceptivo, notó su falta de alegría. Frunció el ceño:

—¿Lucía? ¿Ya te arrepientes?

—No —suspiró ella, intentando entender su propio desánimo—. Es solo que… Bueno, cuéntame, ¿adónde quieres ir?

Él se lanzó a describir su sueño: Costa Rica, selvas exuberantes, islas vírgenes, lagartos gigantes…

—¡Los basiliscos! ¿Te imaginas? —exclamó con emoción—. ¡Llevo años queriendo verlos!

Lucía no lograba imaginarlo. Los había visto en documentales: criaturas escamosas que le provocaban escalofríos. Preferiría mil veces tumbarse bajo el sol, no perseguir reptiles entre la maleza.

—Ale… —interrumpió con timidez—, ¿y si mejor vamos a Punta Cana? Todo incluido, playa, cócteles… ¿No sería más relajante?

—¿Relajante? —replicó él, ofendido—. ¡Con guías expertos no hay riesgo!

Ella agitó la mano, resignada. Él financiaba los viajes, así que su opinión pesaba menos. Alejandro siguió hablando de cabañas frente al mar, platos exóticos, excursiones… Lucía escuchaba a medias. Como siempre, él decidía todo: el colegio de Juanito, los muebles, hasta el color de las cortinas. Al principio, lo aceptaba. «Es dinámico, me saca de la rutina», pensaba.

Se forzó a esquiar (casi se rompe una pierna), a nadar (odiaba el agua) y a fingir entusiasmo en cada aventura. Pero la novedad se convirtió en hastío. Ahora se sentía una sombra, arrastrada por los caprichos de él.

—Ya está —dijo por fin, exhausta—. Lo tienes todo planeado. ¿Y a mí me preguntas?

Alejandro enrojeció:

—¡Si te preguntara, volveríamos a tu aburrida República Dominicana!

—¿«Volveríamos»? —estalló ella—. ¡Ni siquiera hemos ido! ¿Alguna vez me has preguntado qué quiero yo? ¡Nunca! ¡Eliges tú el coche, las vacaciones, hasta mi vida! ¿Solo para presumir ante tus amigos? ¡Pues gracias, pero no quiero unas vacaciones así!

Un nudo le apretó la garganta. Salió corriendo antes de llorar.

«Basta. Que se vaya solo a fotografiar sus lagartos», pensó.

***

Lucía miraba por la ventana de la cocina, ya serena. La puerta se abrió. Alejandro entró y dejó unos papeles sobre la mesa.

—¿Qué es esto? —preguntó ella.

—Los nuevos billetes —respondió él, suave—. Cambié el destino. Volamos a Punta Cana.

—¿En serio? —sonrió ella, lamentando no haber hablado antes.

Él la abrazó y besó su frente.

—Perdona, tonta. Te quiero, Luci.

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MagistrUm
Gracias, pero no quiero unas vacaciones así.