«Gracias, hada, por darme un papá»: El reencuentro familiar tras años separados

**Diario de una tía agradecida**

—Mamá, ¿cuándo me dará un papá el hada? —me preguntó mi hija un día, mirándome con esos ojos enormes llenos de más esperanza de la que yo podía soportar. Jugábamos mucho a juegos mágicos, dibujábamos e inventábamos cuentos. Ese día sacó de una caja un papel donde había dibujado a una niña hablando con un hombre diminuto. Luego encontró otro dibujo: la misma niña haciendo ejercicio y riendo.

—¡Así haré gimnasia y luego me mojaré con agua, mamá! —dijo feliz, y después de jugar un rato, se durmió tranquilamente.

Desde entonces, no he dejado de pensar en lo impredecible que puede ser la vida. Pero mejor ir por partes.

Hace años, entré en la universidad de Magisterio con mi mejor amiga, Laura. Éramos inseparables: clases, noches de estudio, sueños sobre el futuro. Al terminar, las dos empezamos a trabajar en un colegio. Laura también ilustraba libros infantiles; tenía manos de oro y una imaginación desbordante. Su talento llamó la atención de una editorial extranjera, y un día le ofrecieron un contrato en Barcelona. Se fue… por tres largos años. Mantuvimos el contacto, nos escribíamos, hablábamos y nos echábamos de menos.

Cuando Laura regresó a nuestro pueblo, no estaba sola. Traía consigo a una niña pequeña: su hija. Del padre nunca habló. Sus padres ya no vivían, así que se las arreglaba sola con la niña, y yo siempre estaba ahí para ayudarla. Lucía era una niña llena de luz. En su tiempo libre, Laura dibujaba, casi siempre a su hija en distintas etapas de la vida: de colegiala, adolescente, adulta. Me impresionaba la precisión con la que imaginaba su futuro.

—¿Cómo sabes cómo será? —le preguntaba yo.

—Ya lo verás —contestaba con una sonrisa.

Pero la felicidad duró poco. Cuando Lucía cumplió dos años, el corazón de Laura no resistió más. Los años en Barcelona habían agravado sus problemas de salud, y un día sencillamente se apagó.

Inmediatamente empecé los trámites de adopción. Solo tenía miedo de una cosa: que se la llevaran desconocidos. Temía no llegar a tiempo, que acabara en otra familia. Por suerte, lo conseguí. Desde entonces, para Lucía, yo fui su madre. Sabía que su verdadera mamá estaba en el cielo. Revisábamos juntas los dibujos de Laura, sobre todo antes de dormir. Esos trazos la calmaban, como si su madre aún estuviera cerca.

Lucía creció inteligente, tierna y soñadora. Tenía trece años cuando, un día, celebré mi cumpleaños con unas amigas en una cafetería. Al volver a casa, vi un hombre alto en la puerta, con un acento marcado. Hablaba español con dificultad, pero sus palabras me atravesaron como un escalofrío.

Era… el padre de Lucía. El biológico. Catalán. Según él, Laura lo había echado por celos hacia su hermana y, sin perdonarlo, huyó de vuelta a nuestro pueblo sin decirle que estaba embarazada. Él intentó encontrarla, pero demasiado tarde. Cuando supo que tenía una hija, empezó los trámites para la custodia, pero yo fui más rápida. No sabía que Lucía había crecido aquí, rodeada de amor, bajo mi cuidado.

Cuando Lucía escuchó la conversación, no podía creerlo. Se quedó quieta, como clavada en el suelo, estudiando el rostro de aquel hombre, buscándose en él. Luego, tomando un té, empezó a sonreír poco a poco. Él se fue a un hotel, y mi niña agarró su muñeca de hada favorita y susurró:

—Gracias, hadita, por darme un papá.

Pasaron meses hasta que todo se resolvió. Lucía se fue a vivir a Barcelona con su padre. Resultó que tenía una familia grande —tres hijos de otro matrimonio—, pero Lucía, como la mayor, no tardó en conectar con todos. Empezó el instituto, aprendió catalán, fue a clases extraescolares, hasta se apuntó a danza. Seguimos escribiéndonos, hablamos por videollamada y compartimos nuestras vidas.

La echo de menos. Duele. Pero soy feliz.

Feliz de que mi Laura no solo me dejara una hija maravillosa, sino también la fuerza del amor, que atrajo hasta ella a su verdadero padre, aunque fuera tantos años después.

Esta es nuestra historia. Increíble, casi de cuento. Pero como los mejores cuentos, habla de fe, de amor… y de milagros.

Rate article
MagistrUm
«Gracias, hada, por darme un papá»: El reencuentro familiar tras años separados