**Diario Personal**
Galina Pérez se lanzó sobre el sobre con tal ímpetu que todos se sobresaltaron y las cucharas resonaron en los platos. Sus uñas, pintadas de un rojo brillante, casi desgarraron el papel. Pero el notario le puso la mano encima con firmeza.
Lo siento, señora dijo con frialdad. Esto no le pertenece.
El salón quedó en silencio de golpe. Solo se oía el tictac del reloj de pared y, fuera, las risas de los niños. Óscar se encogió en su silla como si quisiera volverse invisible; su nueva esposa le miraba con curiosidad tensa, sin comprender la gravedad del momento.
Yo me quedé inmóvil. Diez años antes, habría temblado, habría suplicado para que no me humillaran. Ahora lo sabía: ya no tenían poder sobre mí.
El notario abrió el sobre y sacó varios documentos. En el primero estaba la firma de mi suegro, Vicente Martínez. La voz del notario sonó cortante:
El testamento se redactó tres meses antes de su muerte. La única heredera es Marina Valdés.
Los parientes murmuraron. Las tías se miraron, los tíos tosieron, un niño rio sin entender.
¡Es imposible! estalló Galina Pérez. ¡Mentira! Él nunca habría hecho esto.
Todo está claro continuó el notario. «Dejo todas mis posesiones, incluyendo la casa y el terreno, a la exmujer de mi hijo, a quien no abandonó esta familia por voluntad propia, sino a quien expulsaron». Incluso adjuntó una explicación.
Óscar gimió. Su nueva esposa se apartó de él con disgusto, como si fuera un extraño.
Respiré hondo. Ya sabía del testamento, pero oírlo en voz alta era distinto.
Así que esto era susurró mi suegra. ¡Siempre te compadeció! ¿Y ahora quieres quitarnos la casa?
Me levanté. Mi voz era tranquila, pero dura como el acero:
No quito nada. Vosotros me robasteis diez años cuando me echasteis. Pero vuestro marido lo vio todo. Y decidió otra cosa.
¡No te atrevas! gritó. ¡Tú no eres nadie!
Ahora soy la dueña de esta casa respondí con firmeza.
El silencio volvió a apoderarse de la habitación. Todas las miradas estaban clavadas en mí.
Pero continué tras una pausa no os echaré. Tengo mi propio hogar, mi negocio. Solo quiero una cosa: justicia.
Óscar alzó la cabeza, atónito:
¿Entonces podemos quedarnos?
Podéis quedaros asentí. Pero la casa es legalmente mía. Eso significa que ya no tenéis poder para humillarme.
Galina Pérez parecía derrumbada. Su voz era casi un susurro:
Quieres arruinarnos
La miré directamente a los ojos:
No. Quiero que sientas lo que es depender de la bondad de otro.
El notario cerró el expediente y se levantó.
Todos los documentos están en orden. A partir de hoy, la propietaria legal es Marina Valdés.
Asentí brevemente y salí al porche. El aire era fresco, el sol se ocultaba tras el viejo peral. Caminé hacia la puerta con paso ligero, como si flotara.
Rex, el perro, hacía tiempo que no estaba, pero casi pude oír su suave gemido, como cuando me acompañaba. Solo que ahora no seguía a una mujer expulsada, sino a una victoriosa.
Sonreí y seguí adelante. Porque ya nadie podía decir que yo no era nadie. Era yo misma. Y eso era suficiente para recuperar mi dignidad y mi vida.
**Lección aprendida:** La justicia llega, a veces tarde, pero llega. Y cuando lo hace, no solo devuelve lo perdido, sino que te libera de quienes creyeron que eras menos.






