**Gafas Moradas**
**EL LOBO.**
Un perro flaco y sucio lanzó un gemido. La piedra le había golpeado la pata. Corrió todo lo rápido que pudo, sin mirar atrás. Sabía que eran los chicos del barrio. Crueles, malos, peligrosos. Y él solo tenía hambre. Solo era un vagabundo…
* * * *
Javier miraba a su madre sin entender nada de lo que decía. Pronto cumpliría nueve años. En su vida nunca había habido un padre, ni abuelos. Antes preguntaba por qué, pero nunca obtuvo una respuesta que comprendiera.
Hacía un año, apareció Ricardo. Le estrechó la mano con firmeza, se agachó a su altura y le dijo que ahora viviría con ellos y que podía llamarle “papá”. Al principio, Javier se alegró, pero luego supo que no era Ricardo quien se mudaría con ellos, sino ellos quienes irían a vivir con él. No quería irse. Aquí estaban sus amigos del colegio y del barrio. Aquí estaba su habitación, sus juguetes… Su madre le prometió que se llevarían todo, que tendría otra habitación, y que los amigos llegan con el tiempo. Javier se enfadó con Ricardo y dejó de hablarle…
* * * *
—Javi, sal a jugar! ¡Mira cuántos niños hay en el parque!
—Mamá, no los conozco…
—Cariño, ¡yo tampoco conozco a nadie aquí! A mí también me cuesta, pero nos acostumbraremos. ¡Tú solo da el primer paso! ¡Mira qué parque tan bonito!
Al poco, hizo amigos. Eran un poco mayores, pero se lo pasaban bien juntos.
—¡Mirad, el Lobo! ¡Rápido, coged piedras! ¡Vamos, vamos!
Javier agarró unas piedras y corrió tras ellos. En un rincón del patio, cerca de los contenedores, había un perro cojeando. Era viejo y se tambaleaba. Al ver a los niños, bajó la cabeza y echó a correr. Los chicos lo persiguieron hasta que el perro se escondió entre los arbustos de lilas junto al portal de Javier.
—¿Qué os ha hecho? —gritó Javier— ¡No os ha hecho nada! ¡Es inofensivo!
—¿Estás loco? ¡Es un perro callejero! ¡Lleva la rabia y todo! ¡Son peligrosos!
—¡Pero ni siquiera se acercó! ¡Solo busca comida! ¡No le tiréis piedras!
—¡Tú flipas!
Los chicos se fueron, y Javier se quedó llorando, con las piernas temblando. Al acercarse a la puerta, vio al perro entre los arbustos. Sus ojos tristes y vigilantes. “Y si es realmente peligroso…”, pensó. Cerró la puerta rápido.
No podía calmarse. Esperó a que su madre se metiera en la ducha, llenó los bolsillos de pan, cogió dos salchichas y salió sin hacer ruido.
—Lobo, Lobo… —susurró.
Los arbustos se movieron. El perro apareció. Le lanzó una salchicha, luego otra, y todo el pan. El perro comía rápido, tragando entre miradas nerviosas. Así empezó su amistad…
* * * *
—Javi, ¿te gustaría ir al fútbol? Tengo entradas —sonrió Ricardo.
—No tengo tiempo —murmuró el niño, frunciendo el ceño.
Pasaba igual con todo. Un tren eléctrico nuevo, el parque de atracciones, incluso las hamburguesas que tanto le regañaba su madre a Ricardo por comprarle. Javier siempre ponía mala cara. No le gustaba ese… novio de su madre. No era su padre, y no quería ser su amigo.
—Cariño —dijo su madre—, ¿recuerdas que siempre quisiste tener abuelos?
—Sí… —gruñó.
—Pues Ricardo y yo nos hemos cogido vacaciones. ¡La semana que viene vamos a su pueblo! ¿Te hace ilusión?
—No, y no voy a ir. No tengo tiempo.
—¿Cómo que no tienes tiempo? ¿En qué andas tan ocupado?
—¡En nada! ¡Y ellos no son mis abuelos, son los de Ricardo! ¡Ve tú con él!
—¡Javier! ¿Por qué me hablas así? —su madre se enfadó.
—¿Qué ocurre aquí? —Ricardo llegó del trabajo y vio la discusión.
Javier escapó a su habitación y cerró la puerta de golpe. Escuchó a su madre y a Ricardo hablar en voz alta, incluso creyó oír el nombre de Lobo. Se tapó los oídos. Todo por culpa de Ricardo. Su madre nunca le había hablado así antes…
—¿Cómo vas, campeón? —Ricardo le dio una palmada—. A ver, ¿qué planes tienes que no puedes venir con nosotros?
—Nada —gruñó, apartándose.
—No te enfades. Mira… ¿Por qué no me presentas a tu amigo Lobo?
—¿Cómo sabes eso? —su corazón latió fuerte. Ricardo solo sonrió—. No se lo digas a mamá, ¿vale?
—¿Por qué lo escondes? —frunció el ceño.
—Los otros niños se reirán. Mamá se enfadará.
—Escucha, tengo una idea. ¿Qué tal si llevamos a Lobo al pueblo? Allí tendrá espacio, un jardín, una caseta… ¡Le encantará! Y podremos ir a verlo cada fin de semana.
—¿En serio tendrá una casa? ¿De verdad?
—¡Claro! ¿O es que no me crees? Hasta pensaba llevarte de pesca.
—¿Y Lobo vendrá?
—¡Claro! Ahora somos familia.
—¡Gracias, papá! —Javier se aferró a él, llorando. Las lágrimas le limpiaron el alma, llevándose todas sus penas…