**Los Lentes Violetas**
**SALVAJE.**
Un perro flaco y sucio aulló. La piedra le golpeó la pata. Corrió lo más rápido que pudo, hasta donde le dieron sus fuerzas. No miró atrás, sabía que eran los chicos del barrio. Crueles, malos, peligrosos. Y él solo tenía hambre. Solo era un vagabundo…
*****
Víctor miraba a su madre sin entender lo que le decía. Pronto cumpliría nueve años. En su vida nunca hubo un padre, ni abuelos. Antes preguntaba por qué, pero nunca obtuvo una respuesta que comprendiera.
Hasta que, hace un año, llegó Diego. Le estrechó la mano con firmeza, se agachó frente a él como si fuera pequeño y le dijo que ahora viviría con ellos, que podía llamarle “papá”. Al principio, el niño se alegró, pero después supo que no sería Diego quien se mudara con ellos, sino ellos con él. No quería irse; allí estaban sus amigos del colegio y del barrio. Allí estaba su habitación, sus juguetes… Su madre le prometió que llevarían todo, que tendría otra habitación y que los amigos llegarían con el tiempo. Víctor guardó rencor a Diego y evitó hablarle…
*****
—Hijo, ¡sal a jugar! ¡Mira cuántos niños hay en el parque!
—Mamá, no los conozco…
—Víctor, ¿qué dices? Yo tampoco conozco a nadie aquí, y sé que es difícil. ¡Nos acostumbraremos! ¡Pero tienes que dar el primer paso! Mira qué parque tan bonito, ¿verdad?
Al final, hizo amigos rápido. Eran un poco mayores, pero divertidos.
—¡Mirad, es Salvaje! ¡Rápido, coged piedras! ¡Vamos, vamos!
Víctor las agarró y corrió con ellos. En un rincón del parque, cerca de los contenedores, un perro cojeaba. Era viejo, se tambaleaba. Al verlos, agachó la cabeza y huyó. Los niños siguieron persiguiéndole hasta que el animal se escondió entre los arbustos de lavanda junto al portal de Víctor.
—¿Qué os ha hecho? —gritó el niño— ¡No os ha hecho nada! ¿Por qué lo perseguís?
—¿Estás loco? ¡Es un perro callejero! ¡Puede tener rabia! ¡Son peligrosos!
—¡Ni siquiera se acercó! ¡Solo busca comida! ¡No le tiréis piedras!
—¡Qué raro eres!
Se fueron, y Víctor se quedó temblando, con lágrimas en las mejillas. Al acercarse al portal, vio los ojos tristes del perro entre las flores. “¿Y si es peligroso?”, pensó. Apuró el paso y cerró la puerta.
No podía calmarse. Esperó a que su madre se metiera en la ducha, llenó los bolsillos de pan, agarró un par de salchichas y salió sin hacer ruido.
—Salvaje, Salvaje… —susurró.
Los arbustos se movieron. Apareció un hocico. Tiró una salchicha, luego otra, después todo el pan. El perro comía rápido, atragantándose, mirando de reojo. Así empezó su amistad…
*****
—Víctor, tengo entradas para el fútbol. ¿Te apetece ir? —Diego sonreía.
—No tengo tiempo —respondió él, frunciendo el ceño.
Siempre igual. Ya fuera una maqueta de trenes, un día en el parque de atracciones o hamburguesas que enfadaban a su madre. Nada le gustaba. Diego no era su padre. No quería ser su amigo…
—Cariño —dijo su madre—, ¿recuerdas que siempre quisiste tener abuelos?
—Sí… —murmuró, ceñudo.
—Diego y yo nos hemos cogido vacaciones. ¡La semana que viene vamos a su pueblo! ¡Dos semanas! ¿No estás contento?
—No. No quiero ir.
—¿Cómo que no? ¿Qué tienes tan importante que hacer?
—¡Nada, nada! ¡Y ellos no son mis abuelos, son los suyos! ¡Vete tú con él! —gritó el niño. No podía dejar a Salvaje. El perro acababa de mejorar, sus heridas casi habían sanado… Dos semanas eran demasiado.
—¡Víctor! ¿Por qué me hablas así? —Su madre se enfadó.
—¿Qué pasa aquí? —Diego llegó del trabajo.
Víctor corrió a su habitación y cerró la puerta de un portazo. Oyó discusiones. Incluso creyó escuchar el nombre de su perro. Se tapó los oídos con fuerza… Todo por culpa de Diego. Antes, su madre nunca le gritaba así…
—¿Qué tal, campeón? —Diego le dio una palmada en el hombro—. Cuéntame, ¿qué tienes tan importante? —Sonrió.
—Nada —gruñó el niño, apartándose.
—Venga, no te enfades. Mira, ¿por qué no me presentas a Salvaje?
—¿Cómo sabes…? —El corazón de Víctor latió con fuerza.
—¿Por qué lo escondes? —preguntó Diego, arqueando una ceja.
—Los otros niños se reirán… Mamá se enfadará… —murmuró, cabizbajo.
—Escucha, tengo una idea. ¿Y si llevamos a Salvaje con tus abuelos? Allí tendrá espacio, un jardín, una caseta. ¡Le cuidarán bien! Y podremos ir los fines de semana —le guiñó un ojo—. El aire es puro, los pájaros cantan…
—¿Tendrá su propia casa? ¿De verdad?
—¡Claro! No seas desconfiado. Pensaba que ya eras mayor. Hasta quería llevarte de pesca.
—¿Y Salvaje vendrá?
—¡Claro! Ahora somos familia.
—¡Gracias, papá! —Víctor se aferró a él, las lágrimas rodando como lluvia, limpiando su pequeña alma de toda tristeza.
**Lección aprendida:** A veces, el miedo nos hace cerrar puertas… hasta que alguien nos enseña que hay otras formas de ser feliz.