Flores de Primavera

*Día 15 de marzo*

Era solo un chiquillo—pecoso, un poco torpe, con la corbata mal anudada y unos ojos brillantes que la miraban como si no existieran otras chicas en el mundo. La primavera acababa de empezar. En el patio del colegio, los últimos restos de nieve se derretían, y entre la tierra húmeda asomaban pequeñas flores amarillas.

—Esto es para ti—dijo, extendiéndole un ramillete diminuto. Prímulas.

—¿Quieres ser mi novia?—preguntó en un susurro, como si temiera que el viento lo escuchara antes que ella.

No eran amigos, pero a veces charlaban de tonterías. Él pasaba a menudo por delante de su casa, llamándola para saludar con la mano.

Ella se rio—por la sorpresa, por la vergüenza.

Todas las niñas de la clase presumían de rosas, algunas traían claveles de casa, otras lucían ramos enormes de tulipanes. Y a ella le habían dado esas flores humildes que nadie consideraba bonitas.

—¿Prímulas?—sus amigas se taparon la boca para no reírse—¿Es que no podía comprar flores de verdad? ¡Qué cutre!

No supo qué contestar, así que guardó el ramo en la mochila. No dijo nada. Se fue corriendo con las amigas. Ni siquiera miró atrás. Quería hacerlo. Pero temió que se dieran cuenta.

Él dejó de pasar por su calle. Ella lo esperó, aunque no quiso admitirlo.

Lo esquivaba. Para que no la llamara ni sus miradas se encontraran.

Le daba vergüenza lo que había hecho. Si es que aquello podía llamarse así.

Luego, el chico se fue.

Su familia se mudó a otra ciudad. Se enteró por esas mismas amigas. Nunca más lo volvió a ver.

Solo a veces, en las tardes templadas de primavera, creía oír su voz: *¿Quieres ser mi novia?* Y veía aquellos pétalos amarillos, tan frágiles.

Pasaron los años.

La niña se convirtió en una mujer—hermosa, segura, inteligente. Estudió en la escuela de arte, luego en la universidad, y un día asistió a una conferencia sobre porcelana inglesa.

El ponente colocó sobre la mesa una taza fina, con filetes dorados y delicadas flores amarillas.

—Colección Royal Albert, serie *Friendship*, años 70—explicó—Aquí están ilustradas las *primrose*, prímulas. En el lenguaje de las flores inglés, simbolizan la amistad, los primeros afectos, un cariño que los años no se llevan. Solo alguien especial regalaría estas flores—porque, si se entregan con amor, su luz amarilla se queda contigo para siempre. Es como si el sol acariciara tu corazón.

Y, de pronto, su corazón se encogió. Ante sus ojos surgió aquella mañana: el patio del colegio, el chico con su sonrisa torpe y esa mano cálida ofreciéndole un ramito que nadie supo valorar.

Cerró los ojos y sonrió entre lágrimas.

—¿Dónde estarás ahora, en alguna otra ciudad…?

Mientras contemplaba la taza con aquellas prímulas, entendió de golpe: aquel chiquillo le había dado algo que nadie más pudo darle después.

Su pequeño ramo se convirtió en un hilo invisible que seguía brillando a través del tiempo.

Y por un instante, le pareció que, en algún lugar lejano, tras casas y caminos ajenos, él también bebía té—y recordaba a la niña a la que un día le regaló el sol de primavera en sus manos.

Quizás… en su taza también hay prímulas.

Alguien guarda una prímula. Otros recuerdan una margarita, una concha o una piedrecita. Algo que no se puede repetir, ni valorar, ni comprar con todo el oro del mundo.

Rate article
MagistrUm
Flores de Primavera