Filtro del bien: el sueño que debe hacerse realidad

— Lucía, ¿recuerdas que me pediste que te avisara si escuchaba sobre alguna necesidad, incluso si aún no se había hecho realidad? Pues tengo un caso así —dijo Carmen en la puerta del despacho de su marido, mirándolo con esperanza.

— Me intrigas, Carmencita. Cuéntame.

— ¿Sabes lo que echo terriblemente de menos en toda esta comunicación online? —Se sentó a su lado y bajó la voz—. Un filtro de bondad. Una especie de «traductor de luz» que convirtiera la grosería, la mala educación y la sarcasmo en un lenguaje respetuoso y sensato. Para que, al leer comentarios o correos de trabajo, no dieran ganas de esconderse bajo la manta.

— Cariño, ¿alguien te ha faltado al respeto?

— No, mi amor, no alguien en concreto. Pero, entiendes, últimamente, al revisar redes sociales, foros o chats de trabajo, siento como si me tiraran cubos de ira, irritación y agresividad. La gente no se contiene. Atacan, se burlan, humillan. Como si ya no hubiera frenos.

Calló un instante, bajando la mirada.

— A veces pienso que será cosa de mi sistema nervioso, que me he vuelto demasiado sensible. Pero, por otro lado, ¿es normal acostumbrarse a la mala educación como si fuera el ruido de fondo?

Luis suspiró. Sabía que ella leía decenas de mensajes cada día, analizando reacciones sociales como analista en una gran agencia.

— Lamentablemente, los más agresivos son los que más se escuchan. Siempre han sido pocos, pero internet es su incubadora ideal. El anonimato les da libertad, desaparece la responsabilidad y solo queda la emoción bruta. Pero tienes razón. El mundo se vuelve tóxico. Y tu idea es potente. Muy real. Explícame más, ¿cómo lo imaginas?

— Me gustaría que fuera una aplicación o extensión. Por ejemplo, lees comentarios en un vídeo y todos se transforman automáticamente: no «tonta», sino «no entiendo tu postura»; no «cállate», sino «¿quizás podríamos verlo de otra forma?». ¿Te imaginas?

— Espera, ¿o sea que propones no bloquear, sino reescribir?

— ¡Exacto! Pero de forma voluntaria. El usuario activa el filtro y decide dónde aplicarlo: quizás en ciertas webs, o solo en chats de trabajo donde importa el tono constructivo.

— ¿Y si también funcionara al revés? Para suavizar tus propios mensajes antes de enviarlos.

— ¡Sería perfecto! Porque nosotros tampoco somos siempre blancas palomas. Sobre todo en días de estrés. A veces dan ganas de soltar algo hiriente, y luego, al releerlo, da vergüenza. Pero con el filtro, te avisaría: «puedes decirlo más suave», «prueba así». Incluso sugeriría alternativas.

— Suena como un psicólogo interno con función de autocensura. Pero sin sermones.

— ¡Eso es! Lo clave es que funcione sin complicaciones, sin copiar textos en otras aplicaciones. Todo al instante, en la misma pantalla. La tranquilidad también es un recurso, y hoy vale su peso en oro.

Luis guardó silencio un momento. Trabajaba en tecnología y entendía que la idea de Carmen no solo podía triunfar, sino cambiar la percepción misma de la comunicación digital.

— Lo hablaremos con el equipo. Mañana. Sin falta. No es solo genial, es necesario. La gente necesita aire. Sin veneno.

Carmen respiró aliviada y sonrió por primera vez en todo el día.

— Gracias, Luis. De verdad. Empezaba a pensar que estaba loca por soñar con algo imposible. Pero quizás lo bueno es solo algo que perdimos hace tiempo. Y ya toca recuperarlo.

Luis se levantó, la abrazó y la apretó contra sí.

— Basta de cosas feas por hoy. Hora de activar nuestro filtro de bondad personal: silencio, abrazos, té y amor. Sin condiciones. Sin discusiones. Sin filtros.

Ella rio y escondió la cara en su hombro.

Fuera, tras la ventana, alguien seguía tecleando: un comentario lleno de rabia, una discusión acalorada. Pero en esa habitación nacía una idea capaz de cambiar, aunque fuera un poquito, el mundo. Y tal vez hacerlo algo más cálido.

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