—¡Feliz aniversario, señora de la casa! —dijo solemnemente mi marido al entregarme una aspiradora como regalo de bodas. Y a la mañana siguiente, mi “regalito” le dejó sin palabras.
Imaginaos, chicas. Mi marido, Javier, y yo cumplíamos veinte años de casados. ¡De porcelana! Dos décadas juntos no son moco de pavo, ¿eh? Casi una vida entera.
Yo, claro, había estado esperando este día, preparándome. Soñaba con algo romántico, ya me entendéis. Quizá una cena en un restaurante, un viajecito, o al menos un ramo de flores y unas palabras bonitas.
Pasé el día volando por la casa, poniendo la mesa, sacando mi vestido más elegante. Mientras, Javier andaba desde primera hora “en asuntos”, sonriendo con misterio. La verdad, tenía el corazón en un puño esperando alguna sorpresa.
Y entonces llegó él. Serio como un general en un desfile. Y entró en casa con… dos cajas enormes.
—¡Feliz aniversario, cariño! —dijo.
Me tendió la más pequeña, orgulloso. Conteniendo la respiración, la abrí. Y dentro… una aspiradora. Chicas, nueva, supermoderna, con función de fregado, pero ¡joder, una ASPIRADORA!
Me quedé tiesa con la caja en las manos, sin entender cómo era posible. Una aspiradora. ¿Para el vigésimo aniversario de boda? ¿En qué cabeza cabe? Pero Javier, ignorando mi expresión (digamos, “pasmada”), se dirigió al salón con la segunda caja. Gigante.
—Y esto —anunció, rasgando el envoltorio— ¡es nuestro regalo conjunto!
Y sacó un televisor de plasma enorme, de esos que ocupan media pared. Justo el que llevaba soñando los últimos seis meses. ¡Viva la modestia!
Por la noche, teníamos que celebrar. Pero en la mesa solo estaba yo. Javier se pasó la velada pegado a su nuevo televisor, cambiando de canal como un crío con un juguete nuevo. Volvió un momento, comiendo mi ensalada con cara de felicidad, y soltó:
—¿A que el regalo es práctico, señora de la casa?
Y esa frase —”señora de la casa”— fue la gota que colmó el vaso. No soy su criada, ni su empleada, ¡soy su mujer! Veinte años juntos, y me regala un utensilio de limpieza mientras él se compra un capricho.
¿Me dolió? ¡Y tanto! Me sentí como un electrodoméstico más, parte del mobiliario.
Pero, chicas, no le di el gusto. Con una sonrisa de oreja a oreja, le dije:
—Gracias, cielo. Es un regalo perfecto. Muy útil.
Estaba tan entusiasmado con su plasma que ni siquiera notó el hielo en mi voz. Ay, qué pena que no lo pillara…
No pegué ojo en toda la noche. Y maquiné un plan. Astuto, quizá un poco atrevido, pero totalmente justo.
En el armario guardaba un carísimo perfume, su regalo de aniversario. Pero después de la aspiradora y del “señora de la casa”, regalárselo habría sido tragar sapos. Así que decidí que merecía otra sorpresa.
A la mañana siguiente, me levanté antes que él. Mientras Javier roncaba, saqué dos cajitas bonitas que había preparado. En una metí un cubo de basura reluciente, comprado la semana pasada. En la otra, un desatascador de baño. Las adorné con lazos y todo.
Cuando apareció en la cocina, medio dormido, le entregué mis “regalos” con la mejor sonrisa.
—¡Feliz aniversario, amor! ¡Esto es para ti!
Empezó a desenvolver, curioso. Primero, el cubo. Brillante, impecable. Luego, el desatascador.
¡Habría que haber visto su cara! Quedó petrificado, con el cubo en una mano y el desatascador en la otra, mirándome como si le hubiera dado un calcetín usado.
—Esto… ¿qué? —balbuceó.
—¡Un regalo, cielo! —dije, dulce como la miel—. Para el señor de la casa. Muy práctico, ¿verdad? Como tú te encargas de la basura y de las tuberías, pensé que te haría ilusión renovar el equipo.
Se quedó mudo. Pero por el rubor de su cuello y la tensión en la mandíbula, supe que había captado el mensaje. El de la aspiradora, el de “señora de la casa”, y lo desacertado de su celebración. Se vio reflejado en el espejo que le puse delante…
Ese mismo día volvió a casa con un ramo de rosas y entradas para el teatro. Y el cubo con el desatascador siguen en el trastero, como recordatorio de su “práctico” regalo. ¿Y lo mejor? Desde entonces, saca la basura sin que se lo pida. ¡Hasta de los errores se saca provecho!
Gracias por leerme, queridos amigos. ¡Vuestros comentarios son siempre la mejor parte!