¡Feliz aniversario! El regalo que dejó a todos sin palabras

Hace muchos años, en un rincón de Sevilla, vivíamos mi marido y yo, una pareja que celebraba sus bodas de porcelana. Veinte años juntos, toda una vida. Yo, Carmen Álvarez, había soñado con ese día: una cena en algún restaurante del Barrio de Santa Cruz, un viaje a Granada, o al menos, un ramo de claveles y palabras tiernas.

Mi esposo, Javier Mendoza, desapareció desde temprano con una sonrisa misteriosa. Yo, con mi mejor vestido, preparé la casa con ilusión. Cuando regresó, entró como un torero en la plaza, llevando dos cajas enormes.

—¡Feliz aniversario, mi amor! —dijo, entregándome la más pequeña. Al abrirla, encontré… una aspiradora. Sí, nueva, moderna, pero ¡una aspiradora! Mientras yo me quedaba helada, él desenvuelve la segunda caja: un televisor gigante, de esos que él llevaba meses deseando.

Esa noche, él se sentó frente a su nuevo juguete, feliz como un niño con zapatos nuevos, mientras yo sonreía con amargura. “Gospodynka” no, pensé. No soy su criada.

Al día siguiente, me levanté antes que él. Preparé dos regalos: un cubo de basura reluciente y un desatascador, adornados con lazos. Cuando Javier los abrió, su cara fue un poema.

—¿Esto… qué es? —murmuró.

—¡Un regalo para el señor de la casa! —respondí dulcemente—. Alguien debe ocuparse de la basura y las tuberías, ¿no?

Ese mismo día volvió con un ramo de rosas y entradas para la ópera. El cubo y el desatascador aún están en el trastero, recordándole su “práctico” detalle. Y desde entonces, saca la basura sin que se lo pida.

Así terminó nuestra historia. A veces, un poco de ironía es la mejor lección.

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