LA FELICIDAD RECIÉN NACIDA 🌺🌼🌸
—¡Señor, deje de seguirme como una sombra! Ya le he dicho que llevo luto por mi marido. ¡No me acose! ¡Me está asustando! —casi grité, perdiendo la compostura.
—Lo recuerdo, lo recuerdo… Pero tengo la sensación de que ese luto lo lleva por usted misma. Perdone —insistió mi… pretendiente.
…Me encontraba en un balneario, buscando silencio y el canto de los pájaros del bosque, no los avances de hombres insistentes. Mi marido habÃa fallecido repentinamente. Necesitaba tiempo para asimilar aquella pérdida irreparable.
…Con mi esposo, Adolfo, habÃamos empezado a ahorrar para reformar el piso, privándonos de todo, y de pronto… A Adolfo le dio un infarto, el segundo. La ambulancia no pudo hacer nada. Tras enterrarlo, me quedé sin mi media naranja y sin reforma, pero con dos hijos adolescentes. El desánimo me invadió. ¿Cómo superar un vacÃo tan grande?
En el trabajo me ofrecieron una estancia en el balneario. Me resistÃ. No querÃa salir ni de casa. Pero mis compañeros insistieron:
—No eres la primera viuda ni serás la última. Tienes hijos. ¡Hay que seguir! Ve, RosalÃa, distráete. Ordena tus ideas.
Y asÃ, con el corazón encogido, partÃ.
HabÃan pasado cuarenta dÃas desde la muerte de Adolfo, y el dolor no menguaba.
En el balneario me asignaron como compañera de habitación a una joven alegre llamada Lola. Derrochaba luz y felicidad, algo que, al principio, me irritaba. No tenÃa ganas de compartir mi pena con ella. ¿Para qué, si era apenas una muchacha? Además, un animador del lugar no dejaba de rondarla. Como bien se sabe, en estos sitios abundan solteros, divorciados o viudos desesperados. A mà no me engañaban… Le advertà a Lola sobre ese hombre. Seguro estaba casado, quizá hasta por segunda o tercera vez.
Lola se reÃa y decÃa:
—¡Ay, no me asuste, RosalÃa! Ya soy una pájara vieja…
Y esa «pájara» volaba cada noche a sus citas. Yo, en cambio, pasé una semana encerrada en la habitación. LeÃa un libro sin recordar de qué trataba, miraba la televisión sin verla.
…Una mañana desperté de buen humor. Asomé la ventana: ¡qué paz! Decidà pasear por el bosque, escuchar los pájaros, respirar aire puro. Fue entonces cuando lo vi.
Ya lo habÃa notado en el comedor. Un hombre bajito, con una mirada descarada, que me desagradó al instante. Era una cabeza más pequeño que yo. ¡Qué tipo más desagradable! Sin embargo, iba impecable: bien afeitado, vestido como un caballero. En cada cena, me hacÃa una reverencia exagerada. Yo respondÃa con un gesto vago, por cortesÃa. Hasta que un dÃa se sentó a mi mesa.
—¿Se aburre, señora? —preguntó con voz seductora.
—No —respondà tensa.
—No me engañe, señorita. La tristeza se le nota en la mirada. Quizá pueda ayudarla —persistió aquel hombre impertinente.
—Adivinó. Es pena por mi difunto esposo. ¿Alguna pregunta más? —Sequé mis manos con la servilleta y me levanté, dejando claro que la conversación terminaba.
—Perdone, no lo sabÃa. Lo siento mucho. Aun asÃ, permita que nos presentemos. ValentÃn —se apresuró a decir.
Noté que temÃa perderme.
—RosalÃa —musité, y me marché.
A partir de entonces, ValentÃn se sentaba a mi mesa en cada cena con un ramillete de campanillas, flores que crecÃan por toda la zona. No mentiré: me halagaba. Pero no pensaba en algo serio. ¿Para qué?
Él no se rendÃa. Pronto se unió a mis paseos vespertinos. Incluso empecé a usar zapatos bajos para no destacar tanto. A ValentÃn, en cambio, le importaba poco su estatura o su calva brillante. Adiviné que su arma era la voz. Jamás habÃa escuchado un timbre tan cautivador. Sin darme cuenta, caà en sus redes.
Bailamos por las noches, fuimos al pueblo a comprar fruta… Intentó llevarme a su habitación más de una vez, pero me mantuve firme.
Hasta que un dÃa me recordó:
—RosalÃa, mañana nos vamos. ¿Qué tal si vienes esta noche a mi habitación… por una taza de té?
—Lo pensaré —respondà evasiva.
…Llegó la última noche. Decidà no herir sus sentimientos y fui, sabiendo cómo terminarÃa…
La mesa estaba exquisitamente preparada con delicias. «Seguro pidió prestados los cubiertos del comedor», pensé con ironÃa. ValentÃn me invitó a sentarme con galanterÃa. De algún lugar sacó champán.
—¿Empezamos, RosalÃa? No sé cómo separarme de ti mañana. Dame tu dirección. Iré a verte —dijo con melancolÃa.
—Me olvidarás al segundo dÃa. Conozco a los hombres. ¿Por qué brindamos, Valen? —ya estaba dispuesta a todo.
—¿No lo entiendes? ¡Por amor, RosalÃa, por amor! —alzó su copa.
…Por la mañana despertamos abrazados. Dios mÃo, ¿por qué me habÃa resistido tanto? ¿Por qué no entré antes en su habitación? ¡Cuánto tiempo perdido! En fin, me enamoré como una colegiala. Y ahora tocaba empacar y marcharme.
…Me despedà de Lola, mi compañera de habitación, que lloraba amargamente en la cama.
—¿Qué pasa, Lolita? —pregunté.
—Estoy embarazada, RosalÃa. Y no sé de quién —sollozó.
—¿Fue el animador? —intenté aclarar el misterio.
—No lo sé. También conocà a otro… del hotel de al lado. Está casado —confesó esa «pájara vieja».
—Ay, Lola. Llama a tus padres. Que vengan y aclaren esto. ¿Cómo te dejaron venir sola? Vamos a hablar con el director del balneario. Quizá ayude —le aconsejé.
Lola salió corriendo en lágrimas. SÃ, niña, ya aprenderás de los hombres…
Preparé mis maletas. No querÃa irme. En veinticuatro dÃas, todo me resultaba familiar. Especialmente Valen…
…Llegó el autobús. ValentÃn vino a despedirme con un ramo de campanillas. Las lágrimas brotaron, y lo abracé con fuerza. Todo habÃa terminado. Un romance fugaz. El corazón me dolÃa. Casi deseaba que me pidiera quedarme…
…VivÃamos en ciudades distintas. Solo podÃamos escribirnos. Y la carta que recibà fue… de su esposa. DecÃa saber todo de nosotros, pero que no lograrÃa nada, porque ella tenÃa treinta años y yo, cuarenta. No respondÃ. ¿Para qué?
…Seis meses después, ValentÃn apareció en mi puerta. Mis hijos se sorprendieron, pero callaron por educación.
—¿ValentÃn? ¿De paso? —pregunté esperando oÃr: «He venido para quedarme».
—O algo asÃ… ¿Me echas, RosalÃa? —dudó en el umbral.
Mis hijos, avergonzados, se retiraron.
—Pasa. ¿A qué debo el honor? ¿Traes otra carta de tu esposa? —dije con sarcasmo.
—Perdóname. Te escribÃ, pero ella encontró la carta… Me arrepiento. Nos divorciamos —confesó.
—No sabÃa que estabas casado. No habrÃa pasado nada. ¿Y ahora? —ignoraba sus planes.
—Casémonos, RosalÃa —propuso de pronto.
—No sé.