Falsificación para la persona más importante de tu vida

¡Pero los anillos los haré yo, que no se te olvide!

Maximiliano lo dijo con tanta seguridad y esa inocencia infantil que Verónica no pudo evitar reírse.

Maxi, solo llevamos un par de meses saliendo Verónica agarró su taza de café, escondiendo una sonrisa. ¿De qué boda me hablas?
Yo lo veo, cómo te mira Maximiliano asintió con aire de experto. Así que prepárate. Y cuando llegue el momento de los anillos, directo a mí. Te haré una obra maestra, te lo prometo.

De camino a casa, Verónica pensó en lo importante que era su amistad. Maximiliano llevaba quince años a su lado, desde la universidad. Quince años de apoyo mutuo y confianza. Cuando Maximiliano decidió ser joyero, Verónica se sintió orgullosa de él. Lo vio crecer, cómo su taller se hacía conocido, cómo ganaba clientes fieles. Sus piezas eran reconocidas en la ciudad, y ella misma lo recomendaba a todo el mundo.

Meses después, cuando Adrián le propuso matrimonio, la elección de los anillos fue obvia. ¿A quién iba a confiarle algo así?

Maximiliano acercó una silla y se sentó junto a ella para dibujar los bocetos. Verónica señalaba los diseños que le gustaban, él proponía ajustes, refinaba las líneas. La hora pasó volando. Sobre la mesa había varios esbozos, pero uno destacaba: elegante, con intrincados dibujos entrelazados.

Esto quedará espectacular Maximiliano golpeó el dibujo con el lápiz. Pero es un trabajo complicado, llevará tiempo. Tendré que subir un poco el precio.

Verónica lo pensó. El presupuesto de la boda estaba calculado al céntimo.

Maxi, ¿y si te traigo oro para fundir? ¿Bajaría el costo?
Claro. Si es oro de buena ley, con sello, entonces solo pagarías la mano de obra.

Verónica recordó la cajita con las joyas de su abuela. Había un brazalete macizo y antiguo, dos cadenas, unos cuantos anillos. Su abuela se lo había dejado a ella, pero nunca los usaba. Fundirlos para algo importante tenía sentido.

Vale. Te traeré el oro y tú haces los anillos. ¿Trato hecho?
Trato hecho Maximiliano le estrechó la mano. Haré el mejor trabajo de mi vida. Para la persona que más quiero.

Una semana después, Verónica llevó la cajita. Maximiliano pesó cada pieza, comprobó los sellos, lo anotó todo en su libreta. Había oro de sobra.

La boda fue preciosa. Maximiliano estuvo entre los invitados de honor, dio un discurso que emocionó a todos. Verónica y Adrián se colocaron los anillos. Parecía que no existían dos personas más felices en el mundo. Los dibujos se entrelazaban, el oro brillaba, y dentro llevaban grabado “Para siempre”.

El primer mes de casados pasó entre prisas y alegrías. Verónica no se quitaba el anillo, admirando su belleza. Pero una mañana notó algo raro: bajo el anillo, la piel le picaba. Se lo atribuyó al jabón, pero el picor no desapareció. Al anochecer, aparecieron pequeñas rojeces.

¿Será alergia a algo? sugirió Adrián.

Verónica se puso crema y se acostó sin el anillo. Por la mañana, las rojeces casi habían desaparecido. Pero al ponérselo de nuevo, al mediodía volvió el picor. A los pocos días, Adrián se quejó de lo mismo.

Oye, esto es raro Verónica se sentó junto a él, examinando ambos anillos. ¿Por qué nos pasa lo mismo?
¿Será que el oro no es bueno? Adrián frunció el ceño. O la aleación está mal.

Verónica no quería creerlo. Maximiliano era su amigo, no podía haberse equivocado. Pero la inquietud no la dejaba. Una semana después, con los síntomas igual, decidió llevar los anillos a un experto independiente. Solo para quedarse tranquila.

El joyero los examinó, los pesó, hizo pruebas. Verónica esperaba en la sala hojeando una revista sin ver nada. Dentro de ella, un mal presentimiento se apretaba.

Cuando el experto salió, no sonreía.

Les digo claro: esto no es oro de 18 quilates dejó un informe sobre la mesa. Bajo una fina capa de baño dorado hay una aleación barata con mucho níquel. De ahí la alergia. El sello no coincide.

Verónica miraba el papel, los números, los gráficos, sin entender.

O sea ¿son falsos? Adrián cogió el informe, leyéndolo de nuevo.
Sí. El valor de estos anillos en el mercado es diez veces menor de lo que pagaron. Además, si entregaron oro para fundir, no se usó. Lo sustituyeron por esta aleación.

A Verónica le dio un vuelco el estómago. El brazalete de su abuela, las cadenas, los anillos todo desaparecido. Y en su lugar, bisutería barata.

En casa, Verónica releía el informe una y otra vez, buscando un error. Pero los números no mentían. Maximiliano les había engañado. Se quedó con su oro y el dinero de la diferencia. Y luego sonrió en su boda, brindó por ellos.

Adrián estaba fuera de sí. Intentaron contactar con Maximiliano, pero él los evitaba. ¿Alguien le habría dicho que habían hecho la prueba?

Entonces Adrián fue al taller. Verónica se quedó en casa. Él volvió dos horas después, despeinado, con el cuello de la camisa roto y un arañazo en la mejilla.

¿Qué pasó? Verónica se levantó de un salto.
No quiere admitir nada Adrián pasó a la cocina y se sirvió agua. Primero dijo que era un error. Luego gritó que nosotros le habíamos dado una falsificación. Saqué el informe y trató de quitármelo. Y los guardias nos separaron.

Verónica se dejó caer en una silla.

Ha presentado una denuncia Adrián se sentó frente a ella. Me acusa de agresión. Dice que entré amenazando y que empecé yo. ¡Pero no es verdad, Verónica! ¡Tú me conoces!

Las semanas siguientes fueron una pesadilla. Abrieron un procedimiento administrativo. Adrián tuvo que ir a declarar, buscar testigos.

Verónica no podía quedarse de brazos cruzados. Buscó la página del taller de Maximiliano y escribió una reseña detallada. Sin emociones, solo hechos. Explicó que encargaron anillos, entregaron oro y recibieron una falsificación. Incluyó el escaneo del informe. Lo mismo publicó en redes y foros.

Al día siguiente, le escribió Elena, una amiga de la pandilla.

*”Veri, ¿no crees que es demasiado? Sois amigos desde hace años. Seguro que se puede arreglar hablando.”*

*”Elena, he dicho la verdad. Tengo pruebas.”*
*”Pero le estás arruinando la reputación.”*
*”Él mismo la arruinó al aprovecharse de sus amigos.”*

Elena no respondió más.

A los pocos días, el chat grupal estalló. Verónica abrió el móvil y vio decenas de mensajes. Gente con la que había compartido años defendía a Maximiliano.

*”Igual el experto se equivocó, pasa.”*
*”¿Para qué airear esto? Se puede hablar en privado.”*
*”Bueno, si os ahorró un poco La amistad es más importante.”*

Maximiliano era el alma del grupo. Organizaba quedadas, ayudaba a todos con joyas, hacía descuentos. Nadie quería perderlo.

Poco a poco, los amigos se alejaron de Verónica.

A la semana, la echaron de tres chats sin explicación. Le escribió a Carla, con quien había compartido piso en la resid

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