En un mercado de Sevilla, tres mujeres se detuvieron frente a un puesto de manzanas.
La primera, Carmen López, frunció el ceño y suspiró:
—Mira qué pequeñas y magulladas están… ¡Y valen un ojo de la cara! Ya no se encuentra nada bueno. El mundo se va al garete.
La segunda, Ana Martínez, sonrió con calma:
—Yo veo que esta cosecha es un milagro. Ha sido un año de sequía, y aun así, las manzanas, aunque no sean perfectas, están jugosas. Los agricultores han hecho lo posible.
La tercera, Luisa García, sacó su monedero sin decir nada al principio, luego murmuró:
—Mi nieto está enfermo en casa. Le encantan las manzanas asadas. A él no le importa cómo se vean, solo que estén hechas con cariño.
Moraleja:
Cada quien ve la vida desde su propia historia.
Para algunos, son solo manzanas malas.
Para otros, una forma de apoyar el esfuerzo ajeno.
Y para otros más, un modo de dar amor y consuelo.
Antes de juzgar, recuerda desde qué lugar del alma miras el mundo.
Así, en la sencillez de un mercado, se revela una verdad profunda: la realidad depende del corazón que la contempla.






