¡Estoy harta, me voy! ¿Hasta cuándo? ¡Niño, su eterno cansancio, ayúdame, ayúdame… y yo solo quiero salir como antes!

“¡Estoy harto, se acabó, me voy! ¡Cuánto aguantaré! La niña, su eterno cansancio, ‘ayúdame, ayúdame’ ¡Y yo quiero salir como antes! ¡Quiero cariño! ¡Yo trabajo! Quiero llegar a casa con mi querida esposa, con una mujer ahora me paso por casa de un amigo, luego busco una jovencita ufff” sentado al volante, pensando que hoy era el final de su relación con su mujer, Sergio fumaba nervioso.

Su historia con su esposa era vieja como el mundo. Se conocieron, se enamoraron locamente, pasión, se olvidaron de la protección y, a los pocos meses, ella le enseñó dos rayitas en el test.

Claro, tenlo, lo sacaremos adelante dijo Sergio con seguridad, mientras todos los abuelos y tías asentían como si dijeran: “Ayudaremos, pero danos nietos”.

Luego vino la boda, el embarazo, lágrimas de felicidad ¡un hijo! Y ahí se acabó la vida despreocupada. Su esposa se convirtió en una gallina clueca: despeinada, ojerosas, el llanto eterno del niño, día y noche, su constante “ayúdame, ayúdame”.

¿Dónde estaba su chica? Los familiares desaparecieron como por arte de magia y se quedaron solos con su paternidad.

¡No estoy preparado! le espetó hoy Sergio a su mujer antes de dar un portazo, dejándola en la puerta con el bebé en brazos.

Un chirrido de frenos y de pronto, una figura encorvada apareció frente al coche.

¡¿Es que no quieres vivir?! Sergio saltó del vehículo y se acercó al hombre.

El tipo, envuelto en un abrigo, se irguió y lo miró con unos ojos tristes y cansados antes de susurrar:

No.

Sergio, desconcertado por la respuesta, balbuceó:

Abuelo, ¿necesitas ayuda? ¿En qué puedo ayudarte?

¡No quiero seguir viviendo!

Venga, hombre, no digas eso ¿Te llevo a casa? Cuéntame, a lo mejor puedo hacer algo por ti Sergio lo tomó del brazo y lo guió con cuidado hacia el coche.

Bueno, abuelo, cuéntame dijo Sergio, aspirando el humo del cigarrillo.

Es una historia larga.

No tengo prisa.

El viejo lo miró con atención, luego desvió la mirada hacia la foto colgada en el salpicadero.

Hace cincuenta años conocí a una chica. Me enamoré al instante, todo fue muy rápido y, sin darnos cuenta, ya teníamos familia. Un hijo, un heredero ¡Parecía la felicidad!

Pero yo quería amor, pasión, juventud Y mi mujer estaba agotada, el niño, las tareas de casa Yo trabajaba, pero no ayudaba en nada.

Encontré a otra mujer, me lié con ella Mi esposa se enteró, divorcio y adiós. Con la otra no funcionó, pero no me importó. Seguí mi vida.

Ella se volvió a casar, se puso guapa, mi hijo llamaba “papá” a su padrastro y a mí me daba igual.

¿Y usted? preguntó Sergio, nervioso, encendiendo otro cigarro.

¿Yo? Me lo pasé todo. Ni familia, ni esposa, ni hijos. Hoy mi hijo cumple cincuenta fui a felicitarlo, y ni siquiera me dejó entrar el viejo rompió a llorar. Es mi culpa. Me dijo: “Tú no eres mi padre. Vete a seguir de fiesta”.

Oiga, abuelo, ¿a dónde lo llevo? Sergio empezó a golpetear el volante con los dedos.

Aquí cerca vivo. Anda, vete, no te preocupes por mí el anciano salió del coche y se dirigió a un edificio de nueve plantas.

Sergio esperó a que entrara, se quedó un rato pensativo y dio la vuelta. Paró en un supermercado y compró flores.

Perdóname, perdóname entró en casa y se encontró a su esposa llorando de rodillas. Descansa, cariño.

Tomó al niño en brazos, lo meció mientras caminaba hacia la habitación y empezó a cantar con voz ronca: “Duérmete, niño, duérmete ya”.

El pequeño, sorprendido, se durmió rápido, apoyando su manita en el corazón acelerado de su padre. Sergio lo miró con ternura: *Quiero ver crecer a mi hijo. Quiero oír que me llama “papá”*

¿Otra vez salvando a “ahogados”? la anciana lo recibió en la puerta con una sonrisa mientras él colgaba el abrigo.

Sí, salvando. Alguien tiene que enseñarles las grandes verdades a los jóvenes.

¿Y cómo sabes a quién ayudar?

A mí me hizo falta ayuda a su edad.

Vamos a cenar, salvador. Por cierto, recuerda que mañana es el cumpleaños del niño. Nada de “ahogados” esta noche la mujer lo miró con cariño.

No lo he olvidado. Cincuenta años de nuestro heredero, de nuestro amor ¿Cómo iba a olvidarlo? abrazándola, el viejo entró con ella en la cocina, sonriendo.

Y así ocurrió esta increíble historia. Créanla o no, eso ya es cosa suya.

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MagistrUm
¡Estoy harta, me voy! ¿Hasta cuándo? ¡Niño, su eterno cansancio, ayúdame, ayúdame… y yo solo quiero salir como antes!