Será otra vida
No imaginaba Verónica, con sus veinte años, lo que le esperaba. Estudiaba en la universidad, amaba a su Adrián y soñaba con una boda, pues ya hablaban de ello.
Adrián era mayor que ella. Había terminado el servicio militar cuando apareció en el baile de otoño del instituto, donde ella cursaba segundo de bachillerato. Siempre recordó la primera vez que lo vio. Aunque vivían en la misma ciudad, incluso en el mismo barrio, él había terminado antes.
¿Y ese guapo quién es? pensó Verónica al verlo.
Entró en el salón, buscando caras conocidas, hasta que su mirada se topó con la de ella. Sonrió. Ella se enamoró al instante. ¿Cómo no hacerlo? Era distinto a los demás chicos.
Hola, soy Adrián. ¿Y tú? se acercó a la chica, que enrojeció. ¿Bailamos? La tomó por la cintura y comenzaron a girar.
Verónica
Casi no sentía los pies, como si volara. Adrián la guiaba con firmeza, y ella notaba cada uno de sus movimientos.
Verónica Bailas muy bien dijo él, sonriendo.
No se separó de ella en toda la noche. Acordaron que él la acompañaría a casa. Caminaron durante horas, sin querer despedirse, pero Verónica sabía que su madre empezaría a preocuparse.
Adrián nunca la dejó aburrirse. Tras terminar el instituto, ella entró en la universidad de su ciudad. Él trabajaba. No conocía el aburrimiento ni la tristeza; su energía contagiaba a todos. Tenía muchos amigos, y Verónica comenzó a acompañarlo a fiestas y bodas.
Le regalaba rosas incluso en pleno invierno. Cada cita era una celebración. Salían a cafeterías, iban al campo solos o con amigos.
Cuando Verónica estaba en tercer curso, él le dio una sorpresa.
En Navidad nos vamos a Sierra Nevada. Ya tengo los billetes. Te enseñaré a esquiar; hay monitores muy buenos.
¡Adrián, eres increíble! gritó, abrazándolo. Pero ¿y si me da miedo? se rió.
El viaje fue inolvidable. Aprendió rápido a esquiar y no quería que terminara. Luego llegó el 8 de marzo. Adrián apareció en su casa con dos ramos de rosas.
Feliz día dijo, entregando uno a su madre y otro a ella. Para mi princesa.
Adrián, no hace falta gastar tanto protestó su madre.
No importa. Javier y Álvaro se van a trabajar a Alemania. Me ofrecieron ir. Pagan bien. Así ahorraré para la boda y un coche.
No quiero que te vayas suplicó Verónica.
Solo serán tres o cuatro meses. Hablaremos cada día. Quiero darte una boda bonita.
Prefiero algo sencillo. Lo importante es estar juntos respondió ella, triste.
Pero Adrián ya había decidido. Se fue con sus amigos. El sueldo era bueno, y hablaban a menudo.
Un día, en clase, Verónica sintió una inquietud extraña que luego desapareció. La noche anterior habían hablado, así que no esperaba su llamada. Pero al llegar a casa, el corazón le pesaba. Intentó llamarlo. Nada. Marcó cinco veces. Silencio.
Encontró el número de Álvaro. Respondió al tercer tono.
Álvaro, ¿dónde está Adrián?
Adrián ya no está murmuró la voz al otro lado.
¿Cómo que no está? preguntó, pero solo escuchó el tono de llamada interrumpida.
¡Mamá! gritó, rompiendo a llorar.
Lo demás fue una pesadilla. Supo después que Adrián había muerto electrocutado en un poste de alta tensión. Carmen, su madre, envejecida por el dolor, apenas hablaba. Esperó a que su marido y su hijo pequeño, Pablo, trajeran el cuerpo. Los funerales, el duelo todo fue oscuridad.
Verónica se sumió en un estupor. Visitaba a Carmen en silencio. Iban juntas al cementerio.
Carmen no la dejaba ir. Le pedía que pasara más tiempo con ellos, sobre todo en verano, cuando Verónica tenía vacaciones. Iban a iglesias, tomaban té juntas.
Verónica, ¿qué tal si vamos a la playa? propuso Carmen un día.
Aceptó, aunque no entendía por qué. Adrián ya no estaba, pero su madre no la soltaba. Incluso la suya le decía que debía seguir adelante. Aun así, fueron una semana.
Por las mañanas, iban a la playa. Por las tardes, descansaban. Carmen parecía algo mejor. Verónica, sin sueño, miraba el móvil mientras la otra dormitaba.
Afuera, la vida seguía. Pero ella se sentía sola.
Salió y caminó hacia el mar. Se quedó en el paseo marítimo, mirando al horizonte, donde el agua se fundía con el cielo. Un barco diminuto se divisaba a lo lejos. Gaviotas gritonas, coches, niños riendo Todo bullía de vida. Menos ella.
Tan guapa y tan triste oyó a su lado.
Volteó, lista para responder con aspereza, pero algo en el chico la detuvo. Le recordaba a Adrián. No sabía por qué.
Dios no da felicidad a los guapos musitó.
No estoy de acuerdo respondió él. Yo soy Gonzalo.
Verónica.
Intercambiaron unas palabras, pero ella se marchó bruscamente. Gonzalo la siguió con la mirada. Llevaba días observando a esa chica triste, siempre acompañada por quien supuso era su madre.
Quedaban dos días. Carmen dormía. Verónica salió a comprar. Al salir del súper, Gonzalo apareció y le cogió la bolsa.
¿Necesitas ayuda? dijo, señalando una terraza cercana.
Sí, gracias.
Verónica, tengo que hablar contigo dijo él. Me voy en tres días. ¿Tú cuánto te quedas?
Nos vamos mañana por la noche.
Vaya ¿De dónde eres?
Ella nombró su ciudad. Él se sorprendió.
Yo también vivo allí.
Gonzalo había estudiado en su misma universidad. Trabajaba en el ayuntamiento. Acababa de romper con su novia y había venido solo para olvidar. Hasta que la vio a ella.
Verónica le contó su dolor, lo de Carmen. Él frunció el ceño.
Es raro. Los padres no suelen aferrarse así a la novia de su hijo muerto.
No lo sé susurró ella.
Intercambiaron números. Prometieron verse al volver.
Al regresar, Carmen la esperaba inquieta.
¿Dónde estabas?
En el súper.
Empezaba a sentirse ahogada. Su madre le decía:
Aléjate de ese peso. ¿Por qué sigues yendo?
Pero Verónica, por compasión, no podía dejarla.
Esa noche, mientras hacían las maletas, Carmen le habló.
Será otra vida Claro. Tienes todo por delante. Pero para mí eres familia. Pensé Pensé que estarías embarazada. Y mi otro hijo, Pablo Es buen chico. Quizá tú y él
Verónica lo entendió todo. Se sintió asqueada.
¿En serio? replicó, llorando por primera vez desde el funeral. No quiero a nadie. Menos al hermano de Adrián.
Decidió que su vida cambiaría. Carmen ya no formaría parte de ella.
A casa susurró. Quizá conocer a Gonzalo fue bueno
Empezó el nuevo curso. Salía con Gonzalo. Un día, fue sola a la tumba de Adrián.
Adiós, Adrián susur







