¿Estás bien? ¡Ábreme! – Una insistente llamada a la puerta del baño.

—¿Estás bien, Marisa? Ábreme, por favor. —Paloma golpeó con más fuerza la puerta del baño, sus nudillos resonando contra la madera.

Paloma despertó y aguzó el oído. A su lado, su marido roncaba suavemente. El sol de marzo se filtraba a través de las nubes blancas, iluminando la habitación. Miró el reloj de la pared y sintió un sobresalto al creer que llegaría tarde al trabajo. Entonces recordó: era festivo, el Día Internacional de la Mujer.

Primero, lavarse la cara, tomar un café y preparar el desayuno antes de que Marisa y su marido despertaran. Con cuidado, se deslizó de bajo de las sábanas, pero Jorge se movió, abriendo los ojos a medias.

—¿Qué hora es? —preguntó, adormilado.

—Las ocho y media.

Él se incorporó de golpe en la cama.

—Tranquilo, es festivo. Duerme un poco más —dijo Paloma con una sonrisa.

—¿Y tú por qué te has levantado? —Jorge la atrapó entre sus brazos y enterró la nariz en su cuello—. Felicidades, mi mujer, madre de mis hijos.

—Bueno, solo tenemos uno —rio Paloma—. Voy a preparar el desayuno. Tú quédate aquí.

—Mientras lo haces, saldré a correr. Hace buen día. —Jorge apartó las sábanas, se levantó y se dirigió descalzo al baño.

Paloma había preparado el requesón desde la noche anterior para hacer buñuelos. Solo faltaba añadir plátano, enharinarlos y freírlos. Pronto, la cocina se llenó del dulce aroma del requesón tostado.

—Huele delicioso —apareció Marisa en la puerta, despeinada, con pantalones cortos y una camiseta, entrecerrando los ojos por la luz.

Un rayo de sol atravesó las nubes e iluminó alegremente la cocina, reflejándose en el brillo metálico de la tetera.

De pronto, Marisa se llevó la mano a la boca y desapareció del umbral. Paloma se quedó paralizada un instante antes de salir corriendo tras ella.

—Marisa, ábreme. ¿Estás bien? —Paloma escuchó, luego golpeó la puerta cerrada del baño. Se oía el ruido del agua del grifo—. ¡Marisa, ábreme! —gritó, golpeando con más fuerza.

La angustia le inundó el pecho. Intentó calmarse, convenciéndose de que su hija solo tendría un simple malestar. Pero entonces, una idea repentina la dejó sin aliento. Todo en su interior se heló. *No, esto no podía pasarle a Marisa, no a ella. Último curso, excelente estudiante, a punto de entrar en la universidad… Dios, ¿por qué?*

Un olor a quemado la hizo volver a la cocina. Maldiciendo, raspó los buñuelos chamuscados y los tiró a la basura. Eso la ayudó a recuperar un poco la cordura. *”Sin pánico”*, se repitió.

Al oír el timbre, pensó que sería Jorge de vuelta de su carrera y fue a abrir. Al abrir, vio a un joven con un ramo de tulipanes multicolores.

—Buenos días, Paloma. Esto es para usted —dijo, ofreciéndole las flores con una sonrisa.

—Gracias —respondió aturdida, aceptando el ramo—. Pasa, Marisa está en el baño.

El chico entró, cerró la puerta, pero sin quitarse la chaqueta, se quedó inquieto junto al marco. Por su mirada nerviosa, Paloma supo que él era la causa del problema de Marisa.

—¿Así que eres tú? —le esputó—. ¿Sabes que puedo denunciarte por corrupción de menores?

El joven parpadeó asustado.

—He venido a hablar con ustedes. Amo a Marisa y no pienso evitar mi responsabilidad…

En ese momento, Marisa salió del baño, pálida y agotada. Miró a su madre con miedo y luego al chico.

—¿Tú? —preguntó, como antes Paloma.

—¿Alguien me explica qué pasa? ¿Por qué se pone mala por las mañanas? ¿Eres tú? —Paloma alzó la voz, clavándole una mirada fulminante.

—¡Mamá! No es para tanto —Marisa levantó las manos en advertencia y se retiró a su habitación.

—¡Marisa, vuelve aquí! —gritó Paloma.

En ese instante, sonó la llave y entró Jorge.

—¿Te ha salido un admirador? —comentó, señalando los tulipanes—. Espero que hayas gritado de alegría, se oía hasta en el rellano.

—¿Alegría? —Paloma jadeó de indignación—. Él… —no podía decir en voz alta la terrible verdad.

—Amo a su hija y quiero casarme con ella —soltó el joven, enrojeciendo como un tomate.

—Vaya declaración. Ya empezaba a celar a mi mujer —bromeó Jorge—. Marisa aún está en el instituto, y tú, supongo, también. Veo que hay que hablar en serio. ¿Cómo te llamas?

—Iván, Iván Méndez. Vine para que no pensaran que…

—Quítate el abrigo y pasa al salón. Paloma, pon las flores en un jarrón. Voy a ducharme rápido y me uno —ordenó Jorge, desapareciendo en el baño.

Con su llegada, Paloma sintió un poco de calma. Colocó los tulipanes en un jarrón, admirando cómo los colores animaban la cocina. Luego, volvió a los buñuelos.

El sol se ocultó tras las nubes, como temiendo su ira. Pronto, había una pila dorada en el plato. Paloma dispuso los platos y las tazas en la mesa. Jorge regresó, oliendo fresco a gel de baño.

—¡Buñuelos! Marisa, llama a tu invitado —exclamó—. ¿Qué ha pasado? —preguntó serio a su esposa.

Antes de que Paloma respondiera, Iván entró tímidamente. A la luz del día, parecía aún más joven y perdido. Jorge señaló una silla, e Iván se sentó, sin apartar la vista de los buñuelos.

Marisa reapareció, vestida con vaqueros y una camiseta, más arreglada. *”¿Quizás me equivoqué?”* —pensó Paloma, aferrándose a la esperanza. Recordó que faltaba el azucarero y rebuscó en el armario.

—Paloma, no te agites —Jorge sirvió dos buñuelos en el plato de Iván—. ¿No te sientas? —preguntó a Marisa, que seguía de pie.

—No tengo hambre —respondió.

Paloma lanzó una mirada preocupada. *”¿Teme vomitar de nuevo?”*

—¿Tú tampoco comes? —Jorge miró a Paloma, quien negó y salió—. Más para nosotros —le guiñó a Iván, comiendo con gusto.

En el salón, Jorge encontró a Paloma.

—¿Qué ha pasado? —preguntó, sentándose a su lado.

—Que… —empezó, pero Marisa e Iván aparecieron, silenciándola.

—Es hora de explicar tu visita, jovencito. ¿Qué le has dicho a mi mujer? —preguntó Jorge.

—He venido… —Iván aclaró su garganta— a asumir mi responsabilidad. Amo a Marisa y me casaré con ella.

—¿Tan rápido? —inquirió Jorge, serio.

—Sí —respondió Paloma—. Nuestra hija está embarazada.

—¡Mamá! —gritó Marisa, con lágrimas.

—¿Es cierto? —Jorge se levantó—. ¿Tus padres saben de estoEl tiempo les daría la razón o se la quitaría, pero por ahora, lo único que podían hacer era aceptar la tormenta y navegar juntos, como familia, hacia un futuro incierto pero lleno de posibilidades.

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¿Estás bien? ¡Ábreme! – Una insistente llamada a la puerta del baño.