A veces, la vida nos obliga a buscar una solución rápida a un problema inesperado. Esto fue lo que le sucedió a Inés.
Mi hijo tiene ahora cuatro años. Para mí es perfecto, sin duda alguna. No diría que se porta siempre bien, pero conozco pocos niños que no sean revoltosos de vez en cuando. Son niños, al fin y al cabo. Además, estoy esperando mi segundo hijo. Y aquí empieza todo.
En una de mis revisiones con el ginecólogo, me derivaron de urgencia al hospital. Había motivos para preocuparse. No se pudo aplazar nada. Así que hubo que decidir quién se encargaría de mi hijo.
Mi marido estaba de viaje de negocios por Andalucía; aún le quedaban diez días para volver. Mis padres trabajaban en una empresa privada y no podían faltar al trabajo. Tampoco estaba disponible ningún otro familiar. Entonces, mi abuela Carmen tomó la decisión de ayudarme. Me aseguró que, hasta que me dieran el alta, se haría cargo de mi hijo. Me daba un poco de miedo, no sabía si podría con él. Mi abuela tiene setenta años y mi pequeño es muy movido Así que quién sabe
La decisión se tomó. Mis padres, al salir del trabajo a las seis, se quedaban con su nieto por la tarde y, durante el día, la abuela Carmen se ocupaba de él. Esa fue la solución que encontramos en casa.
Aun así, yo seguía angustiada. Era mi hijo, y no quería molestar demasiado a los demás. Pero no tenía otra salida. Llamaba a mi abuela varias veces al día para saber cómo iba todo. Curiosamente, los dos se entendieron a la perfección. La semana pasó volando. En cuanto llegó mi marido, él se encargó de todo.
Quedaban pocos días para que me diesen el alta. Ese fin de semana, recibí la llamada de mi hermana, Lucía, furiosa conmigo. Su hija, Alba, tiene solo dos años, y por mucho que intentaba convencer a la abuela Carmen de que se quedara con ella, mi abuela se negaba. Decía que Alba era demasiado pequeña.
Lucía casi llegó a suplicarle de rodillas para que se quedara en su casa. Pero mi abuela no cedió.
¡Has aprovechado a la abuela! me recriminó mi hermana.
Pero yo le respondí: Me encontré en una situación muy complicada. No podía ir al hospital con mi hijo. Te pedí ayuda y tampoco aceptaste. Y ahora quieres mandar a Alba con la abuela simplemente para que tú puedas descansar y tener tiempo libre. ¿Sabes lo diferente que es eso? ¿Y cómo vas a dejar a una niña tan pequeña con una señora mayor? Llévala con vuestros padres.
Ellos no quieren hacerse cargo. ¡Y yo tengo que estar siempre pendiente de ella! gritó Lucía.
Creo sinceramente que mi hermana está equivocada. No es lo mismo cuidar a una niña de dos años que a un niño de cuatro. Si hubiese podido elegir, tampoco habría mandado a mi hijo con nadie. Pero Lucía sostiene que yo manipulé la situación con mi abuela.
Al final aprendí que, en familia, cada uno tiene sus propias dificultades y prioridades, y que no siempre podemos juzgar a los demás sin conocer las circunstancias por las que pasan. Ayudar a los nuestros es importante, pero también hay que saber ser agradecidos y comprensivos con quienes nos tienden la mano.







