María estaba a punto de acostarse cuando escuchó unos golpes inesperados en la puerta. Con cierta reticencia, se echó una bata sobre los hombros y fue a abrir. En el umbral estaba élsu exmarido, Javier.
“¿Tú?”exclamó ella, entrecerrando los ojos. “¿Qué quieres?”
“Necesitamos hablar. ¿Puedo pasar?”dijo él con una sonrisa falsa. “Al fin y al cabo, no soy un extraño aquí.”
María retrocedió sin entusiasmo. Javier entró, se dirigió al salón, se sentó en el sofá y miró alrededor.
“Parece que nada ha cambiado”murmuró. “Ni una reforma, ni un mínimo de comodidad. Como si el tiempo se hubiera detenido.”
“A mí me gusta así. ¿Has venido a inspeccionar? ¿O quizás quieres patrocinar algo de pintura y yeso?”
Hacía tiempo que ya no le temía a ser directa con él. Antes, sí, aguantaba, tragaba saliva, callaba ante sus comentarios. ¿Pero ahora? ¿Para qué? Eran extraños desde hacía años, si no enemigos. Y su hija, Lucía, ya era mayorvivía su propia vida y apenas hablaba con ellos.
“Huele bien”cambió de tema de repente Javier. “¿Estás cocinando? ¿Me invitas?”
María soltó una risa para sus adentros. Sabía que hacía unos meses se había separado de su nueva esposala misma Claudia por la que abandonó a la familia hace año y medio.
Esa noche quedó grabada en su memoria. Javier llegó del trabajo y empezó a recoger sus cosas en silencio.
“Se acabó, me voy. Llevo tiempo con otra. Lo sabías, pero fingías no verlo. Estoy harto.”
En ese momento, María se quedó inmóvil, sin creerlo. Pero lo sabía. Claudia, la becaria de veinte años de la oficina de Javier, le había vuelto la cabeza en cuestión de semanas. La mejor amiga de María, que trabajaba en la misma empresa, le había contado todo. Pero ella, tragándose el orgullo, decidió no destruir la familia por un capricho pasajero. Creía que se le pasaría. No se le pasó.
Javier se fue, alquiló un piso y presentó los papeles del divorcio. Como “hombre honrado”, renunció a su parte del piso compartido.
“Quédate tú con Lucía. No necesito nada.”
María lloró noches enteras. Intentó convencerlo de volver. Pero él se mantuvo frío y satisfecho de sí mismo.
“Por fin estoy enamorado”respondió. “Esto es real. Lo nuestro era vacío.”
En esos días difíciles, solo su suegra, Carmen Delgado, la apoyó. Ya estaba enferma, y María la ayudó como pudo: con los médicos, en casa, en la farmacia. Javier aparecía pocotenía “una nueva familia”.
Carmen tomó abiertamente el lado de María. Se decepcionó de su hijo, no quería verlo. Luego murió. María estuvo a su lado hasta el último aliento, organizó el funeral. Javier solo apareció en el velatorio.
Dos semanas después del entierro, se enteraron del testamento. Su madre le dejó el piso no a él, sino a María.
“¡Te has ganado su favor! ¡Le diste de comer, te hiciste la santita! ¡Actriz!”gritó Javier entonces.
María calló. La decisión había sido de Carmen. María apartó la mirada hacia la ventana, donde se reflejaba la luz pálida de la luna, y finalmente sintió que podía respirar libre.