Esposo se va, pero la suegra se queda…

Cuando Javier me dejó, me quedé como aturdida. Se llevó todos los ahorros que habíamos juntado para comprar una casa y desapareció. Simplemente se esfumó, como si nuestra hija de seis meses y yo no hubiéramos existido nunca. Me quedé sola en un piso de alquiler, sin un euro, con la niña en brazos y sin esperanza alguna.

Y justo ese día, cuando pensaba que todo se me venía abajo, llamaron a la puerta. Al abrir, allí estaba ella, mi suegra, Doña Carmen López. La misma con la que siempre había tenido una relación fría, incómoda, casi hostil. Me encogí, esperando críticas. Pero en vez de veneno, su voz fue firme:

—Recoge tus cosas. Te vienes a mi casa con la niña.

Intenté negarme. Después de tantos años apenas soportándonos, ¿qué bueno podía salir de esto? Pero no me dejó hablar:

—No eres una desconocida. Y la pequeña es mi nieta. Vamos. No os voy a dejar en la calle.

Hasta mi propia madre me había dicho que no tenía espacio—que mi hermana mayor ya vivía con sus hijos y que tenía bastante. Y ahí estaba ella, mi suegra, de quien, la verdad, jamás esperé ayuda. No supe qué decir, solo susurré:

—Gracias…

Doña Carmen cogió a la niña en brazos, le miró a los ojos y murmuró:

—¿Qué tal, mi sol? ¿Ahora vivirás con la abuela? Leeremos cuentos, pasearemos, te haré coletas…

Me quedé de piedra. Esta mujer, que no hacía mucho llamaba a mi hija «la no deseada» y decía que yo había «enganchado» a su hijo en el matrimonio, ahora era pura ternura.

En su piso, nos dio la habitación más grande y ella se mudó a la pequeña. Esa noche preparó verduras al vapor y pollo, lo puso en la mesa y me miró seria:

—Estás dando el pecho. Aliméntate bien. Si quieres algo frito, adelante, pero para la niña mejor esto. También compré papillas—si no le gustan, avísame y probamos otra.

No pude aguantar más—me eché a llorar. Por el cariño, la sorpresa, el dolor, la gratitud. Ella se acercó y me abrazó:

—Tranquila, cariño. Los hombres… ¿qué se puede esperar de ellos? Yo también crié a Javier sola—su padre ni lo conoció. No voy a dejarte sola en esto. Todo irá bien, aguanta.

Viví con ella seis años. Mi suegra no solo se volvió familia—se convirtió en la madre que, al parecer, nunca tuve. Cuidamos juntas de la niña, y después me volví a casar—con alguien que nos aceptó a las dos.

En mi boda, Doña Carmen ocupó el lugar de la madre de la novia—porque lo era. Ahora mi hija ya va al colegio, y yo espero a mi segundo hijo—un varón. Y mi suegra, mi apoyo más inesperado, no para de preguntarme: «¿Cuándo va a nacer ya mi nieto, mi campeón?»

Así es. Mi marido se fue, pero su madre se quedó. Se quedó cuando nadie más quiso estarlo. ¿Y eso no es la verdadera familia?

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MagistrUm
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