Todos los sábados, me transformo en una cocinera incansable. Paso el día entero entre ollas y sartenes, preparando comida para toda la semana. No son solo guisos sencillos: hago croquetas, empanadas, potajes, albóndigas, incluso congelo bandejas de lentejas estofadas para calentar después del trabajo. Es mi manera de sobrevivir sin volverme loca. Hasta que mi propio marido traicionó ese esfuerzo con un solo gesto.
El lunes, al abrir el congelador, vi que faltaba más de la mitad. Los tuppers etiquetados, las raciones medidas… todo desordenado, casi vacío.
—Fernando —llamé, con la voz fría—. ¿Dónde está la comida que preparé?
Se encogió de hombros.
—Vino mi madre. Dijo que la pensión no le alcanzaba y que no tenía nada en la nevera. Le di algo, no es para tanto.
—¿”Algo”? Falta comida para tres días.
—La mitad —confesó—. Pero es una anciana, ¿qué querías que hiciera? Tú tampoco le negarías un plato de comida.
Me quedé quieta, helada. Había pasado horas picando ajo, friendo cebolla, amasando. No era solo comida: era mi tiempo, mis dedos cortados por el cuchillo, mi espalda dolorida. Y él lo regaló sin preguntar.
—Si tiene necesidad —dije, conteniendo el temblor—, dale dinero. Que pida la compra online. O que cocine ella, que está sana como un roble. Yo no soy su caridad.
Él refunfuñó: *”Pero si a ti se te da bien”, “es tu obligación como mujer”*. Así que salí. Cruzé el rellano del edificio y llamé a su puerta.
Cuando mi suegra abrió, le dije tranquila:
—No soy su banco de alimentos. Esa comida era para mi casa. Si su hijo quiere ayudarla, que le dé euros, no mi esfuerzo.
Se quedó boquiabierta. Entré, recogí mis tuppers y me fui. Por la noche, Fernando me miró como si hubiera robado. *”Eres despiadada”*, dijo.
Pero yo, por primera vez en años, respiré hondo. Como alguien que sabe decir *”basta”*. Que pone límites. Que no es esclava de nadie.
No me niego a ayudar. Pero no así. No a escondidas, no con mi sudor, no porque *”las mujeres nacieron para servir”*.
Si él cree que su madre lo necesita, que ayude. Pero no con mi tiempo. No con mis manos. Yo no debo nada. También soy persona. Y a veces, solo quiero descansar.