Espera su regreso…

**Diario de Marina**

El rocío aún no se había evaporado de la hierba, la niebla retrocedía lentamente hacia la otra orilla del río, y el sol ya asomaba tras el perfil dentado del bosque.

Ramón estaba en el porche, admirando la belleza del amanecer mientras respiraba hondo el aire fresco. Detrás de él, escuchó pasos descalzos y chapoteantes. Una mujer, envuelta en una bata de dormir y un chal sobre los hombros, se acercó y se detuvo a su lado.

—¡Qué maravilla! —exclamó Ramón, llenando sus pulmones—. Vuelve adentro, que vas a resfriarte —dijo con ternura mientras le ajustaba el chal, que se había deslizado de su hombro redondo y pálido.

Ella se aferró a su brazo de inmediato, apretándolo con fuerza.

—No tengo ganas de irme —murmuró Ramón con voz ronca por la emoción.

—Pues quédate —respondió ella, con un tono seductor, como el canto de una sirena. *¿Y luego qué?* Ese pensamiento lo devolvió a la realidad.

Si fuese tan fácil, ya habría dejado todo atrás hace tiempo. Pero veintitrés años de matrimonio no se borran así, y los niños… Lucía, prácticamente independiente, pasaba más noches con su novio que en casa, pronto se casaría. Y a Toni solo le faltaban cuatro años para la mayoría de edad, justo en esa etapa complicada.

Un camionero siempre encuentra trabajo, pero en este pueblo no ganaría lo mismo. Ahora podía derrochar y comprar regalos caros a Pilar. Pero si su sueldo se redujera a la mitad, ¿seguiría queriéndolo igual? Buena pregunta.

—No empieces, Pilar —se defendió Ramón.

—¿Por qué no? Los niños ya son mayores, es hora de pensar en nosotros. Tú mismo dijiste que con tu mujer solo es rutina —Pilar se apartó, ofendida.

—Ay, si hubiera sabido antes que te encontraría… —Ramón suspiró profundamente—. No te enfades. Tengo que irme, ya me he demorado demasiado. Intentó besarla, pero ella apartó el rostro—. Tengo un contrato y una carga importante.

—Solo promesas. Vienes, me haces ilusiones y luego corres a casa de tu mujer. Estoy harta de esperar. Miguel lleva meses invitándome a casarme.

—Pues hazlo —Ramón encogió los hombros.

Quiso añadir algo, pero se contuvo. Bajó lentamente del porche, rodeó la casa y se dirigió hacia la carretera comarcal, donde esperaba su camión. Lo había dejado allí para no despertar al pueblo al partir.

Subió a la cabina. Normalmente, Pilar lo acompañaba y se despedía con un beso. Hoy no lo hizo. Quizás de verdad estaba dolida. Ramón se acomodó, cerró la puerta y, antes de arrancar, marcó el número de su esposa. Delante de Pilar daba vergüenza hacerlo. Una voz automática anunció que el teléfono estaba apagado. Ni siquiera habían intentado llamarlo.

Arrancó el motor, sintiendo el rugido mecánico. El camión despertó de su letargo y avanzó balanceándose sobre el camino irregular. Ramón tocó el claxon como despedida y pisó el acelerador.

La mujer en el porche se estremeció al oír el motor alejarse y entró en la casa.

En la radio, Alejandro Sanz cantaba: *”Corazón partío…”*. Ramón tarareaba en silencio, pensando en Pilar. Pero pronto su mente saltó hacia su hogar: *¿Qué estará pasando? Dos días sin poder comunicarme. Cuando llegue, arreglaré esto…*

Mientras tanto, Marina, su mujer, despertaba de la anestesia en el hospital y lo recordaba todo…

***

Llevaban más de veinte años juntos, veinticuatro para ser exactos. Su marido era camionero, ganaba bien, tenían una familia unida, un piso amplio y dos hijos. Lucía, ya adulta, pronto se casaría y se independizaría; trabaja como peluquera. A Toni, con catorce años, le encantaba el mar.

Y de repente, aquella llamada. Al principio, Marina creyó que era una broma o un error.

—Hola, Marina. ¿Esperando a tu marido? Va a tardar… —la voz era melosa, pegajosa como miel.

—¿Qué le ha pasado? —la interrumpió, imaginando un accidente.

—Le ha pasado que está con su amante —murmuró la voz.

—¿Quién eres? —gritó Marina.

—Tú espera, espera… —estalló una risa burlona antes de cortar.

La risa seguía resonando en su cabeza. El pánico la invadió. ¿Quién más sabía su número y que Ramón estaba de viaje? Solo aquella mujer. ¿Cómo se atrevía?

Intentó llamar a su marido, pero colgó antes de que contestara. No podía distraerlo al volante. Cuando volviera, hablarían. Intentó ocuparse, pero todo se le caía de las manos.

Lucía estaba con su novio; Toni, en casa de un amigo. Necesitaba distraerse o enloquecería. Decidió ir al supermercado: compraría mayonesa, cebollas y cerveza para Ramón. A él le gustaba tomar una o dos los domingos.

Tomó un atajo entre garajes solitarios. La oscuridad avanzaba.

De pronto, alguien le arrebató el bolso. Marina tropezó, casi cae, y al girarse vio al ladrón escapar. Corrió tras él, pero un tropiezo la lanzó al suelo. El dolor en el tobillo fue agudo, la inflamación crecía.

Sin teléfono, sin ayuda. Nadie la oiría gritar.

Un coche apareció. Un hombre abría su garaje.

—¡Ayuda! —chilló con todas sus fuerzas.

El hombre se acercó. Era alto, de mirada seria.

—He caído… me robaron el bolso…

Él la ayudó a levantarse y la llevó a su coche. Le ofreció pañuelos húmedos.

—¿Qué hacía usted por aquí? —preguntó mientras conducía.

Marina le contó todo. Incluso lo de la llamada.

***

En el hospital, al despertar, una enfermera le anunció:

—Su marido está esperando.

Pero era Iván, el hombre que la había rescatado.

—Traje cerezas —dijo, dejando una bolsa en la mesilla—. Y un teléfono viejo, por si necesita llamar.

Más tarde, Ramón llegó, molesto:

—Lucía me avisó. No pude localizarte desde ayer.

—Me robaron el teléfono…

—¿Y ese tal Iván? —preguntó con recelo.

—Fue quien me trajo.

—Me voy de viaje otra vez —anunció, evadiendo su mirada.

Marina lo sabía: iría con ella.

Cuando él se fue, lloró en silencio. Lucía llegó al anochecer, indiferente.

—Papá te compró un móvil, pero yo me lo quedé —dijo, cogiendo las cerezas—. ¿Te importa?

Tres días después, insistió en irse. Iván la acompañó.

Ramón volvió una semana después, descansado.

—¿Hay comida? —preguntó.

—No fuiste de viaje. Estuviste con ella —lo acusó.

Él lo admitió.

—Mejor me voy directamente.

Mientras empacaba, Marina pensó: *Todo se acabó. La felicidad es breve, pero los problemas nunca faltan.*

—Me llevo a Toni unos días —dijo Ramón al marcharse.

Las lágrimas la ahogaron.

Un timbre la despertó. Al abrir, Iván estaba allí.

—Pensé que tal vez necesitara ayuda…

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MagistrUm
Espera su regreso…