**Un Viaje a la Costa**
—Estíbaliz, te lo prohíbo, ¿me oyes? Solo tienes dieciocho años. No entiendes… —Manuela casi gritaba. Llevaban horas discutiendo.
—La que no entiendes eres tú. Todos van, y a mí, como siempre, no me dejan —respondió Estíbaliz, firme en su postura.
—¿Quiénes son “todos”? ¿Tu amiga Nuria? A ella su madre la deja hacer lo que le da la gana… —Manuela se calló de golpe, sintiendo que había ido demasiado lejos. —Escucha, hija…
—¿Y tú me escuchaste cuando dije que no quería saber nada de Javier? Ah, no, es verdad… La opinión de una niña no importa. No me escuchaste e hiciste lo que quisiste. Dijiste que querías ser feliz. ¿Y qué? ¿Eres feliz, mamá? Ya no soy una niña, soy mayor de edad. Y yo también quiero ser feliz. Iré, te guste o no. No necesito tu dinero, por si te lo preguntabas. —Los ojos de Estíbaliz brillaban de rabia y dolor.
—¡Yo solo quiero que seas feliz, de verdad! Podrías cometer un error del que te arrepientas toda la vida. Piensa, Estíbaliz. Allí dependerás completamente de Adrián. ¿Y estás segura de él? Ni siquiera lo conoces bien. No tendrás a nadie cerca…
—No te preocupes, no volveré embarazada —soltó Estíbaliz, irónica.
—No nos entendemos. —Manuela, exhausta, se dejó caer en el sofá.
Estaba cansada de justificarse. Su marido la había dejado con Estíbaliz de tres años, una pensión miserable y se esfumó. Cuando conoció a Javier, no esperaba volver a amar ni a confiar en un hombre. Él había intentado ser un padre para Estíbaliz, ganarse su cariño. Pero ella nunca lo aceptó.
Manuela recordaba cómo su hija, de doce años, recibió a Javier a hostias cuando vino por primera vez. Después, cuando se fue, preguntó:
—¿Va a vivir con nosotras?
—Sí. ¿Te molesta?
—¿Acaso importa lo que opine? Al final harás lo que quieras —refunfuñó la niña.
Manuela intentó explicarle que Javier era bueno, que lo entendería pronto.
—No lo conoces. Verás, te caerá bien.
—Tu hija solo está celosa —le dijo su amiga, psicóloga—. No puedes dejarte manipular. Se hará mayor, se casará, y tú te quedarás sola. Un hombre como Javier no aparece todos los días. No elijas entre él y Estíbaliz. Todo se arreglará, dale tiempo.
Manuela intentó no descuidar a su hija. Pero no siempre lo lograba. La atracción por Javier era fuerte, y Estíbaliz tiraba del foco hacia ella. Manuela se sentía dividida. Cuando la niña entendió que su madre ya no era solo suya, se distanció. Y ahí estaba el resultado: no se escuchaban.
Ahora, Estíbaliz se vengaba. Adrián era un chico educado, de buena familia. No tenía nada contra él. Pero permitir que su hija se fuera con él a la costa…
Cuando un chico viene a conocer a los padres, siempre muestra su mejor cara. ¿Cómo es en realidad? Solo vemos la punta del iceberg.
Quizá para los padres de él era más fácil. Manuela solo tenía a Estíbaliz. Nunca se habían separado. Y ahora ella quería irse con un chico. Sabía que habría vino, noches… Había criado a su hija sola, protegiéndola. Era lógico que le costara aceptar que ya era una mujer.
Pero no podía tenerla atada. Javier también creía que debía darle libertad. “No es tonta, sabrá cuidarse”. Cuando Manuela le dijo que, si Estíbaliz fuera su hija, no la dejaría ir, Javier se calló. No quiso discutir. Se alejó, dejando que madre e hija resolvieran solas.
Tal vez debería haberse olvidado de Javier, sacrificarse por su hija. Pero… ¿cómo olvidarse de sí misma si solo tenía treinta y tantos años y quería amor?
Ahora era Estíbaliz quien quería ser feliz. Y no escuchaba a su madre. Es fácil dar consejos cuando son hijos ajenos. Cuando es tu única hija, el sentido común calla ante el miedo y el amor.
Manuela suspiró, cansada de darle vueltas, y entró en la habitación de Estíbaliz. La chica estaba en la cama, mirando el móvil. “Se estará quejando a Adrián”, pensó.
—Me canso de pelear contigo. Es normal que tema por ti, que quiera evitarte errores. Solo tienes dieciocho… Ve. Pero prométeme que llamarás y no apagarás el teléfono.
Estíbaliz la miró, sorprendida. No esperaba que cediera.
—Vale —dijo, secamente.
“Antes se me habría abrazado, me habría llamado ‘mamí’. Ahora actúa como si me hiciera un favor”, pensó Manuela. Quiso decir algo más, pero se calló y salió. “Que se vaya. Al menos no nos separamos como enemigas”.
En la cocina, intentaba calmarse cuando Estíbaliz asomó:
—¿Me llevo la maleta azul?
—Claro. ¿Cuándo os vais?
—Esta noche, ya te lo dije.
Sí, probablemente no lo recordaba. ¿¡Ya esta noche!? No se había acostumbrado a la idea. “Dios mío, ¿qué hago aquí sentada?” Se levantó, sacó dinero de su escondite y se lo dio.
—Toma, por si acaso. Guárdalo, no le digas nada a Adrián. Si quieres volver, podrás comprar un billete cuando quieras.
—Gracias. —Estíbaliz cogió el dinero y esbozó una media sonrisa—. Adrián vendrá a buscarme. No me acompañes, ¿vale? —dijo, ya más calmada.
Manuela asintió y salió. “Menos mal, ha vuelto la paz”.
—Pensé que esto sería un campo de batalla. ¿Al final la dejas ir? —Javier entró en la habitación. Manuela se abrazó a él.
—Qué bien que estés aquí. Ay, Javi, no sé si hago lo correcto. Estoy nerviosa.
—Tranquila. No es tonta, sabrá manejarse.
Adrián llegó a las diez y media.
—Eres responsable de ella. LLamad, ¿vale? —Manuela contuvo las lágrimas. No quería dejarla ir. Por un segundo, vio duda en los ojos de Estíbaliz, pero desapareció al instante.
—Voy lista —dijo la chica, cortando el dramático adiós. Adrián cogió la maleta.
—No se preocupe, volverá sana y salva —dijo.
Cuando se cerró la puerta, Manuela corrió a la ventana. Javier la abrazó por detrás.
—Han cogido un taxi. Dios, protégela…
—Vamos, tomemos algo —propuso Javier.
***
En el taxi, Adrián rodeó a Estíbaliz y comenzó a besarla.
—¡Para! —Ella se apartó y miró con recelo al conductor.
Adrián se enderezó, pero no quitó el brazo.
¿Habría sido una tontería discutir con su madre? Aún podía volverse. Pero el taxi se detuvo, y subieron Andrés y Nuria. El ambiente se animó, y sus dudas se esfumaron. En unas horas estarían en Málaga, en la playa…
Alquilaron dos habitaciones. Estíbaliz imaginó que dormirían juntos, pero le daba algo de miedo. Adrián, en cuanto estuvieron solos, la empujó hacia la cama.
—Pero queríamos ir a la playa… —murmuró ella, pero pronto olPero el mar ya estaba ahí, siempre lo estaría, y esa noche, mientras Adrián roncaba a su lado, Estíbaliz miró por la ventana las luces del paseo marítimo y pensó que, quizá, su madre no estaba tan equivocada después de todo.