Escándalo en el Pueblo: Sombra de Rivalidad Familiar

**Escándalo en Villanueva: la sombra de una rivalidad familiar**

—Carmen, mi madre ha llamado. Vienen de visita con mi padre. Quieren ver a Lucía —dijo Javier al entrar en la habitación, donde su mujer acostaba a su hija de un año.

El rostro de Carmen se tensó al instante. La noticia fue como un puñal. Desde el nacimiento de Lucía, su relación con Manuela se había deteriorado, aunque antes había sido cordial. Lo que más la sacaba de quicio era que su suegra, aprovechando cualquier descuido, le daba de comer cualquier cosa a la niña, ignorando sus advertencias.

Cada visita de Manuela acababa en pelea. La última vez, tres meses atrás, le había dado un pastel de chocolate a Lucía. Carmen solo la había dejado a su cargo cinco minutos, y ya había aprovechado.

—¿Qué está haciendo? —exclamó Carmen, arrebatando a la niña de sus brazos—. ¡Solo tiene nueve meses! ¿Un pastel?

Ofendida por la osadía de Manuela, llevó a Lucía al baño para limpiarle la cara y las manos, manchadas de crema. Desde allí, oyó cómo Javier reprendía a su madre en la cocina:

—¿Por qué te metes donde no te llaman?
—No pasa nada. Tú de pequeño comías dulces y estás bien —se justificó Manuela.
—¡Nunca escuchas! —gritó Javier—. ¡Vaya madre has sido!
—No entiendo el escándalo —murmuró la suegra, cruzando los brazos con gesto ofendido.

Cuando Carmen volvió a la cocina con Lucía, no pudo contenerse:
—Lárguense, si no saben comportarse.

Manuela la miró asombrada, luego a su hijo, buscando apoyo. Pero el silencio de Javier dejó claro que estaba del lado de su mujer.
—¡Bah! En mi pueblo todos criamos a los niños como Dios manda, sin tantas tonterías. ¡Os ahogáis en un vaso de agua! —espetó antes de marcharse.

Al quedarse solos, Carmen miró a su marido con desesperación. El rencor hacia Manuela hervía en su pecho.
—No volveré a dejarla entrar —respondió él antes de que preguntara.

Desde entonces, Manuela no apareció. Llamaba a Javier, pedía fotos de Lucía, pero no insistía en visitarlos. Hasta que, tres meses después, se atrevió a ir: era el primer cumpleaños de su nieta.

—¿Y ahora qué hará? —preguntó Carmen, irritada.
—No, esta vez la previne —aseguró Javier—. No hará nada.

Ella no le creyó. Sabía que su testaruda suegra no cambiaría.

Los suegros llegaron diez minutos después de la llamada. Una señal de que estaban seguros de que los recibirían. Manuela entró alborotada:

—¿Dónde está mi princesa? ¡Venimos con regalos! —Le entregó una bolsa a Carmen.

El suegro, Antonio, llevaba una tarta y una botella de cava. Se la pasó rápidamente a su hijo.
—No queríamos imponer, así que trajimos todo —anunció Manuela con aire de suficiencia.

Carmen lo entendió al instante. Le dio la niña a su marido y se puso a preparar la mesa en el comedor. Mientras tanto, Manuela y Antonio se quedaron en la cocina con la pequeña.

—Abre el cava. Costó veinte euros —susurró Manuela a su marido.

Antonio descorchó la botella y se la pasó.
—¡Sírvelo en una copa! —ordenó ella—. ¿No ves que tengo a la niña?

Él obedeció y le acercó la copa. Manuela dio un sorbo, hizo un gesto de aprobación y dijo:
—¡Está bueno! —Luego, miró a Lucía—. Prueba un poquito, cariño, que no nos vean —susurró acercando la copa a los labios de la niña.

—¡Si lo ve la nuera, arma un drama! —rió Antonio.

Carmen, al oír el comentario, asomó la cabeza desde el comedor. Al ver a su suegra dando cava a su hija, entró como un rayo.
—¡¿Qué están haciendo?! —gritó, arrebatando la copa—. ¡Les dije que no le dieran nada! ¡¿Cómo se atreven?! —Su voz temblaba de rabia.

—Pero si a Javier le dábamos de pequeño. No pasa nada —se rió Manuela, notando la tormenta que se avecinaba—. Hasta le viene bien…
—¡Fuera de aquí! —Javier irrumpió en la cocina—. ¡Basta! ¡Les prohibí que le dieran algo a mi hija! ¡Primero el pastel, ahora esto!
—¡No levantes la voz! —saltó Antonio en defensa de su mujer—. Solo era una gota…
—¡Ni gota ni nada más le darán! —rugió Javier—. ¡Que no vuelvan a pisar esta casa! ¿Qué será lo próximo?

—¡Cómo os gusta exagerar! —dijo Manuela con desdén—. Sois tal para cual, tú y Carmen. ¡Vámonos, Antonio!

Un minuto después, la puerta se cerró de golpe. Carmen, todavía temblando, apretaba a Lucía contra su pecho.
—Como quieras, pero no volveré a dejar entrar a tus padres. ¿En qué cabeza cabe lo que ha hecho tu madre? —dijo indignada.

—No voy a discutirlo —se encogió Javier.

Desde entonces, cortaron todo contacto con los suegros. Manuela y Antonio guardaron rencor por haberlos echado, mientras que los jóvenes padres no perdonaron su irresponsabilidad.

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Escándalo en el Pueblo: Sombra de Rivalidad Familiar